Después de estar todo el día de ayer la meteorología pavoneándose, a mitad de la noche se paró del todo, el mar se quedó plano como una cama recién hecha, y sólo se oía el crujido de una de nuestras amarras de proa con las olitas. Lo quitamos, como siempre, con agua jabonosa y entonces nos envolvió una hemorragia de silencio, ese silencio verdadero que sólo se da en el mar, y dormimos en la gloria hasta el amanecer. Por cierto, el truco del agua jabonosa es mano de santo. Se echa sobre el punto en que la amarra roza con el casco, la regala o la cornamusa y deja de sonar. Funciona mientras la amarra está húmeda, normalmente toda la noche.
Ayer a Ana algo le sentó mal y tuvo que comprobar que la comida precocinada que habíamos consumido no tenía el mismo gusto a la ida que a la vuelta. Como llevamos médico a bordo todo se resolvió en casa.
Por la mañana lució un sol como el as de oros que dio a la ría un aspecto totalmente distinto del lúgubre de los últimos días. Y pudimos por fin volver a desembarcar en la isla A Creba para que Ana también la conociese.
A Creba es como un confeti de tranquilidad al fondo de una ría ya de por sí relajante. Nos enrollamos con el guarda que nos dio muchos detalles. La isla es autónoma en agua, con 4 pozos de agua dulce, y en electricidad, con un eólico, varios paneles solares y generadores. Tienen dos burras, Chispa y Lupita, que no son para trabajar sino para que se coman la yerba. Primero había dos ponis, pero los mataron los perros tirándolos al mar. La casa se alquila con todos los servicios, incluyendo el barco de transporte y la hostelería y la restauración como en un hotel. Y aunque en un día como hoy la isla parece un paraíso, en invierno es casi inhabitable y los temporales rompen hasta las cadenas que sujetan los pantalanes. Y en el fondo de la pequeña dársena que hay tras los pantalanes han colocado neumáticos de tractor, para poder varar los barcos en bajamar sin que se dañen.
Luego volvimos a Muros, un puerto que está mucho más protegido que Portosín, donde hemos pasado una tarde relajada y al sol. Como ha dejado de llover he aprovechado para resolver la gotera del baño. Creo que venía de la base de un candelero de estribor, que se dañó hace años en un temporal que nos sacudió en el pantalán en Santander. A ver si dura.
Con cuidado, navegantes.
Sigo con entusiasmo tus relatos de las navegaciones que realizas. En muchos de ellos me siento como un tripulante mas con la lectura.
ResponderEliminarTambién, descubro esos rincones de la geografia por donde el Corto Maltes va dejando su estela, no conozco nada de.esa.costa y me maravillo de todo lo que tenemos y desconocemos.
Por otro lado, eso de llevar un médico abordo es un privilegio. Siempre me ha picado la curiosidad, en un barco pequeño sin espacio para estiba, ni nevera electrica para conservar los alimentos, se que tocas puerto casi todos los dias, pero mi pregunta es, ¿que tipo de alimentos lleváis par comer en esas travesias cuando lllegas por la tarde noche a puerto. ?.
Luis.
Hola Luis. Lo primero, gracias por tus palabras de apoyo y por seguirnos.
ResponderEliminarRespecto a la comida, durante el día conservamos el frío con frigolines que nos congelan en el puerto o en algún bar, y por la noche si estamos en una marina se puede conectar la neverita a la red.
La comida del mediodía, si estamos navegando, suele ser un bocadillo o algo de picar, y si las olas han permitido cocinar, algo de pasta o arroz, o una ensalada. Por la noche, ya en puerto, podemos hacer algo en la olla o en la sartén. Y este año estamos estrenando un horno eléctrico pequeñito que nos permite calentar algún precocinado, como una pizza o una lasaña, y esta siendo comodísimo.
Un saludo.
Tras la tempestad, el buen tiempo,
ResponderEliminarA disfrutar!