Finalmente pudimos salir esta mañana de Cedeira y llegar a La Coruña. A pesar del pronóstico ominoso para la costa de Coruña, salimos con un vientecito que no daría ni para dispersar el humo de un cigarrillo. El cielo despejado y el barco tan quieto que se podría hasta hacer calceta. Todo tranquilo.
En esas condiciones, y sin creernos nuestra suerte, decidimos poner el espí. Nos distrajimos cinco minutos para oir el parte y para decidir si le izábamos a babor o a estribor, y en esos momentos de vacilación vino de repente el viento. Pero no el fuerza 7 pronosticado sino simplemente un manejable fuerza 5, que nos permitió llegar a La Coruña solo con el génova (para el espí ya era demasiado) en un único bordo en el que no bajamos de 4-5 nudos. Y como toda la semana, con unas olas de 2 metros por la popa, por las que a veces bajábamos en un schuss de 8 nudos.
Total que hemos llegado a La Coruña antes de lo previsto. La ciudad está tan bonita como siempre, y la hemos recorrido bajo un sol caluroso que contrastaba con el frío que pasamos ayer en Cedeira.
En el capítulo de bricolajes, hemos cambiado el casquillo del piloto automático, que tenía holgura.
Mañana descansaremos en Coruña y el domingo seguiremos hacia las Rías Bajas, donde tengo una cita con Ana a finales de semana. Y me despido con una imagen del Corto frente al paseo marítimo de La Coruña. Qué ciudad más bonita. Siempre que viajo me gusta pensar si la ciudad que conozco me valdría para vivir feliz, y en La Coruña la respuesta es que sí.
Con cuidado, navegantes.
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