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miércoles, 5 de junio de 2024

Muy buena gente en Burela.

Hola navegantes. 

Hoy salimos de Navia cuando faltaba sólo 1 hora para la bajamar de coeficiente 85, con la orza y el timón subidos para no tropezar con los arenales. Había poca ola en las desembocadura y todo se desarrolló sin problemas.

Siguió una navegación a motor aburrida pero muy tranquila. No había nada de viento, el mar estaba plano como un baño de mercurio, la costa oculta de la vista por una cortina húmeda de niebla, y numerosas aves marinas descansando sobre el agua o jugando. Incluso recibimos la visita de cientos de insectos como ya nos pasó cerca de Arcachón: moscas, mosquitos, avispas, polillas y hasta una libélula en mitad del mar. Si alguien conoce la razón de estas apariciones de insectos tan lejos de la tierra, que la comparta.


Poco después de comer se levantó una brisita del NW que nos permitió navegar ciñendo hacia Burela durante dos horas. Las únicas dos que hicimos a vela de un viaje de 9 horas y media. Hay quien dice que navegar es como dar cabezazos contra una pared: sólo es bueno cuando dejas de hacerlo; y seguramente hoy lo pondría de ejemplo, siete horas escuchando el fueraborda.  Pero yo no me quejo. 

Finalmente llegamos al puerto pesquero de Burela. No tiene plazas de visitantes ni una marina, y primero nos mandaron a amarrar al lado interior de la escollera. Un sitio nefasto donde al terminar de amarrar Gaby y yo nos miramos soltando tacos silentes. Porque como se levantaran olas por la noche no íbamos a pagar ojo, y eso si el barco no terminaba hecho añicos. 

Así que volvimos al puerto más interior, donde los pesqueros amarran en pantalanes, a ver si encontrábamos un sitio mejor. Y allí conocimos a Demetrio, un pescador que sin conocernos ni de oídas nos dejó su atraque, que tenía vacío, sin pedir nada a cambio y por los días que lo necesitáramos. Cuando se lo agradecimos con una botella de tinto, no contento con el favor que nos hacía, todavía nos regaló dos conservas de bonito hechas por él, de las que daremos cuenta en la comida de mañana. Y otro pescador deportivo, Víctor Jul, alias Kustó, nos dejó su llave para que pudiéramos entrar cuando volviéramos por la noche. Gente amable que te facilita las cosas sin esperar nada a cambio, por el sólo gusto de ayudarte. Gracias, chicos. 

Entre otras cosas el pantalán tenía electricidad, lo que nos resultaba imprescindible porque con tantas horas de piloto automático y el cielo cubierto, la batería estaba tan baja como mi moral al ver el primer amarre donde nos mandaron.

En la foto, el Corto en el puerto pesquero de Burela, al lado de los mejores compañeros que se pueden tener en el mar, los pescadores.


Dimos una vuelta en las bicis por el pueblo y su bonito paseo marítimo, siempre teniendo en el horizonte la famosa Piedra Burela, un escollo actualmente bien balizado pero que en el pasado dio muchos sustos a los navegantes. 


Atrás la podéis ver en un día tranquilo, pero fijaos cómo se pone cuando hay olas, que en toda la entrada de Burela son rompientes: 


Mañana empezaremos a recorrer las Rías Altas hacia La Coruña. 

 Con cuidado, navegantes.

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