Hola navegantes.
Después de la jornada familiar de ayer, hoy salimos de Motriku con intención de llegar a Santurce. Fue una jornada de vela regular, con un viento variable en dirección e intensidad, pero predominantemente flojo y del Noroeste (o sea, de cara), lo que nos obligó a tirar muchas veces del motor. Y encima lloviendo.
Al final de la tarde, viendo que íbamos a llegar a Santurce de noche, decidimos quedarnos en Plenzia. Es un puerto pequeño cerca de la desembocadura del Río Butrón, con muy poco calado, y sin una marina deportiva. Los barcos locales se quedan amarrados a boyas en el río, y los de tránsito suelen fondear en la playa. Yo he entrado algunas veces con el Corto Maltés, con la orza y el timón subidos, quedándome en el muelle bajo la grúa y, por supuesto, saliendo el día siguiente antes de que comience su trabajo. Es un sitio muy difícil para quedarse, porque apenas hay sitio para la maniobra, la pared del muelle tiene vigas verticales (las defensas se meten entre ellas y acabas dando con el casco, por eso hay que poner el tablón sobre las defensas), y tiene una zapata de hormigón en la parte baja del muro, donde puedes tocar en bajamar.
Hoy nos hemos encontrado la entrada del río más colmatada de arena que otras veces. Ya en el puerto nos llevamos la sorpresa de que una cara conocida nos ofreció su ayuda para amarrar. Era Luis Espejo, mi compañero de la vuelta a España en 2012, que estaba de paso en Plenzia. Una casualidad increíble. A los dos se nos puso cara de viento en popa, porque recordamos a la vez, sin necesidad de palabras, nuestro paso por Plenzia al final de aquella vuelta a España. Llevábamos 3 meses en el mar, nos faltaban solo uno o dos días para llegar a casa, como ahora, inflados por la satisfacción de conseguirlo, y eso no se olvida. Un chico que nos vio desembarcar nos preguntó si éramos náufragos, porque veníamos muy flacos, con la ropa de estameña descolorida por el sol, y con barba de tres meses. Lo conté aquí:
Es curioso tener esa misma sensación de plenitud por conseguir llegar a Londres (y lo que es más importante, volver) y compartirla con el que la disfruté la vez anterior. Hemos cenado juntos agitando el sonajero para recordar nuestras batallitas, dando la brasa con ellas a Mario y Esmeralda.
Mañana seguiremos hacia Laredo, y seguramente el domingo lleguemos a Santander.
Con cuidado, navegantes.
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