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viernes, 16 de julio de 2021

Un día raro y emocionante.

 Hola navegantes.

Efectivamente, ayer fue un día raro después de un mes y medio navegando. Nos levantamos David y yo a las 5  para ir con tiempo al aeropuerto de Catania, desde donde se volvía él a Madrid y donde llegaba Ana para pasar conmigo los próximos 15 días conociendo Sicilia y las Eolias. 

El trayecto al aeropuerto fue un rollo, ya se me había olvidado lo que es un atasco. Más de dos horas para hacer 140 km. Me acordé de lo que contestó una navegante oceánica que había dado la vuelta al mundo cuando le preguntaron si alguna vez había pasado miedo. Y contestó que sí, que por supuesto, y especialmente cuando le acechaban las fieras en el paso cebra.

A las 10.30 h. llegó Ana, el momento más emocionante del viaje. 


Aprovechamos que teníamos el coche y estábamos en la costa Este de Sicilia con todo el día por delante para conocer Catania y Taormina.

Catania nos pareció deplorable. Una ciudad sucia, calcinada por el sol, en la que llegar a cada monumento te cuesta una sudada para llegar y verlo descuidado. Por ejemplo, este es el que dedican a los Mártires de la Libertad


Justo detrás de la cutrez pasa la carretera y la vía del tren, y la plaza en sí tiene todo el suelo levantado. Creo que esos mártires se merecerían algo mejor. Tal vez influya en la desidia que la ciudad ha sido arrasada varias veces por el Etna, la última en 1.669, y los habitantes saben que en cualquier momento puede volver a suceder.

Sin embargo Taormina nos sorprendió por lo contrario, debe ser la joya de Sicilia. Está en lo alto de una montaña y para acceder han tenido que hacer virguerías los ingenieros de caminos, con unos puentes increíbles. Ya cerca de la cima aparece un edificio de 9 pisos de fachada de hormigón, que sorprende porque tiene pocas ventanas, todas sin cristal y sin señales de vida. Claro, es un aparcamiento de coches gigantesco para acoger a todos los visitantes. Cuando te olvidas de eso caes en un pueblo limpio y colorido, con monumentos bien cuidados y lleno de vida, y siempre con unas vistas impresionantes sobre la costa, allí abajo, y sobre el Etna.


Y siempre con las calles y los bancos cubiertos por la capa negra del polvo del volcán, que por cierto iremos a visitar uno de estos días.



Volvimos a Milazzo por la noche agotados. Ana no había dormido la noche anterior por el transporte de Santander a Madrid para estar en el aeropuerto a primera hora, y yo llevaba muchos días levantándome a las 5. Y por cierto, el puerto de Milazzo tiene pintados artísticamente los norays, algo que no había visto nunca. Una forma original de animar los amarres, y darle otro aire a este instrumento de hierro tan prosaico pero útil:



Aprovecharé esta estancia larga en Sicilia para intentar conseguir un espinaker, y si no me traerá Miguel uno que me presta mi amigo Leopoldo hasta terminar la vuelta a Italia.

Con cuidado, navegantes.

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