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martes, 27 de julio de 2021

A Estromboli a velocidad supersónica.

 Hola navegantes.

Ayer hicimos la excursión a Estromboli en aliscafo por las razones que ya os expliqué. Y creo que fue una decisión acertada.

Salimos de Lipari a las 12 y volvimos a las 22, o sea que nos hicimos las 60 millas y la visita a dos islas y varios islotes en 10 horas, algo que en el Corto Maltés me hubiera llevado 4 o 5 días, y sin la seguridad de haber podido desembarcar, como ahora os comentaré.

Dejamos las bicis al cuidado de la empresa que nos vendió los billetes, con algo de aprehensión porque me indicó dejarlas, sin candar, detrás de su garita. Es en la zona del puerto, con un tráfico enorme de personas, y él no las veía desde su sitio de trabajo. Luego las llevaría a su oficina en el centro de Lipari, donde tenía que recogerlas por la noche. Por suerte allí estaban a la vuelta.

La primera escala fue en la Isla de Panarea, primero en una cala para bañarnos y luego en la capital. Ir en barco a 22 nudos, aunque sea a motor, es una sensación rara para los que estamos acostumbrados a los 3-5 nudos. La isla aparece en el horizonte y llegas antes de darte cuenta. A cambio el ruido es atronador. Panarea está volcada en este turismo de los batiscafos. Tiene una calle principal que da al mar que está llena de tiendas de moda (¡una tenía ropa de Indonesia!), de souvenirs y de restaurantes, y todo el mundo se queda allí. No creo que el interior tenga más que ofrecer que Lipari, pero tampoco lo aseguro porque no lo vimos. No da tiempo. Las calles interiores del pueblo son preciosas, con casitas blancas con muchas flores, y tiene unas vistas impresionantes a los islotes que la rodean y, al fondo, Estromboli.



Después de parar en varios islotes para bañarnos llegamos a Estromboli. Es la gema del archipiélago y estaba petado. Tiene un solo muelle de desembarco enano, donde cada batiscafo tiene un tiempo cronometrado para desembarcar y dejar sitio al siguiente. Imposible quedarse allí con un barco particular, aparte de que está muy cerca de la playa y las olas hacen la maniobra y la estancia en el muelle peligrosas, y eso que ayer el mar estaba muy tranquilo. Los veleros fondean sin respetar la distancia a la playa y desembarcan con los anexos en la orilla, que es de guijarros, no de arena.



La movilidad dentro de la isla se realiza con los famosos motocarros de 50 CC,  aunque ya se ven muchos coches eléctricos como los del golf.


Habían desembarcado tantos batiscafos que el pueblo estaba, sobre todo a la hora de cenar, como El Rastro, con cola para todo. Seguramente el turismo ha salvado a la isla de la decrepitud, pero en mi opinión le ha hecho perder su encanto. Subimos a ver la iglesia y la plaza del pueblo, desde donde se muy bien el Estrombolicio, un islote vertiginoso con un faro en la cima, el icono de la isla. Curiosamente allí hay tiendas de material de montaña, para las excursiones al volcán.

En la iglesia hay un Nacimiento precioso, que reproduce la isla y hasta la Sciara del Fuoco (que es la colada de lava que llega al mar) con luces led rojas.


Después de cenar fuimos a ver la puesta de sol en el Estrombolicio, en cuya cima hay una roca que recuerda a un caballito de mar.


Terminamos en la Sciara del Fuoco viendo las explosiones y la caída de lava por la noche. Como siempre, las fotos no hacen justicia a la realidad.




Hoy nos volvemos a Sicilia.

Con cuidado, navegantes.


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