Los del Norte no estamos acostumbrados a esto. Un calor infernal que te hace imposible disfrutar de la navegación y de los paisajes, y te hace difícil hasta la supervivencia más básica. Ayer nos hemos pasado 10 horas bajo la canícula, porque estos kilómetros de canal no tienen árboles, y por momentos notas hasta que te mareas o no te concentras en lo que tienes que hacer, con el riesgo de tener un accidente dentro de la esclusa. El teléfono se me paró por tercera vez por calentamiento. El calor se está haciendo insoportable, navegamos debajo del paraguas, nos remojamos con el cubo cada media hora o menos para sentir un poco el fresco, y conseguir que nos congelen los frigolines es nuestra principal tarea al parar por la tarde. Y el ruido del fueraborda, que otras veces era lo más incómodo, ahora está tapado por el de las chicharras, que nos acompaña desde que salimos por la mañana hasta que nos acostamos por la noche. Ayer hacia las 22 h estaba escribiendo el blog y casi no podía hablar con Ana por su rechinar, y por cierto siempre tenemos a mano las pomada de las picaduras, por los mosquitos y los tábanos.
Estamos encontrando muy pasotas a los escluseros, lo que has sido una sorpresa muy desagradable. Igual es por el calor. En vez de, como antes, acercarse a charlar de tu viaje y compartir sus experiencias, casi no te dirigen la palabra. A veces ni siquiera están pendientes de que llegas a su esclusa, como es su obligación, y tenemos que sonar la bocina de niebla para que se den cuenta de que hemos llegado. Y ni siquiera hacen amago de ayudarte con las amarras, ayuda que, siendo sólo dos a bordo, sería muy bien recibida. Supongo que tendrán sus propias insatisfacciones laborales, porque ya os dije que los han reducido a las tercera parte con la automatización de las esclusas.
Las casas de los escluseros, que en la vuelta a España nos sorprendieron tanto, están la mayoría cerradas. Ya conté que al principio tenían que vivir allí, como los torreros en su faro, pero que con el tiempo dejaron de hacerlo y se han ido vendiendo o alquilando para los más diversos usos: vivienda particular, bar, sala de exposiciones, airbnb para ciclistas, etc. Ahora la mayoría están cerradas y dan un aspecto deprimente.
La que si se conserva es la de Aiguille, la de los autómatas. El antiguo esclusero, que ya se jubiló, hacía muñecos metálicos con piezas recicladas y les dotaba de movimiento. Supongo que al jubilarse no tuvo dónde llevárselos, y ahora están en venta, pero todavía pueden visitar como un museo.
Al final nos hemos quedado a dormir en el puerto de Homps. Su pasarela peatonal azul cielo sobre el canal es muy característica, así como el ensanche del canal, al Norte, para la flota de alquiler de Leboat.
El puerto es una oda a la mala organización. Cierra a las 18.30 y abre a las 10 h, y con las oficinas cierran los baños y las duchas. Como las esclusas cierran a las 19 y abren a las 9, si aprovechas al máximo el horario de las esclusas (lo que intentemos hacer todos) te quedas sin ducharte. Le dije por teléfono a las de la oficina que si no nos podíamos duchar no nos quedábamos, que si no podía hacer una excepción, y debí de darle pena porque me concedió media hora: hasta las 19 h. Aún así llegamos muy justos y Ana se fue duchando mientras yo hacía el registro. Y menos mal, porque sólo hay una ducha para todos y si no lo hubiera hecho así uno se quedaba sin ducharse. Luego la empleada con los ojos de color avellana, sin duda ajena a la organización de sus horarios, me cobró sólo una ducha en vez de dos "por haberme hecho correr". Eso es la letra pequeña de los canales.
Al lado de la base de alquiler de Leboat hay un camping de caravanas y prácticamente no se distinguen. Esto está lleno de americanos y alemanes alquilando las peniches.
Ya de noche, fuimos dando un paseo al Lago de Jouarres.
Es una extraña laguna de 1 km de diámetro, al Norte de Homps, que no se comunica ni con el canal ni con el río Aude (que es el que ahora corre paralelo al canal) al menos en superficie, porque subterráneamente casi seguro que se nutre de él. Está habilitado para los deportes náuticos, tiene una pequeña playa artificial, pero también una discoteca o similar que contaminada el aire con su música garajera. Una joya de sitio que también consiguieron estropear.
Hoy seguiremos hacia Narbona. Ya estamos necesitando el mar como un adicto su dosis.
Con cuidado, navegantes.
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