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jueves, 2 de junio de 2022

Alúmina Española (Portiño de Morás).

 Hola navegantes.

Hoy podéis elegir el nombre de nuestro puerto de destino. Hemos venido al superpuerto de la empresa Alúmina Española, en cuya esquinita Norte está el puertecito pesquero de Morás.

Salimos de Ribadeo para una etapa de 23 millas con pronóstico de vientos portantes y alguna tormenta. Los vientos no se cumplieron, porque los pocos que hubo fueron del Nordeste y tan flojos que casi todo el tiempo tuvimos que ayudarnos con el motor. Pero las tormentas si, y ya entrando en Alúmina Española nos descargó una que parecía que el cielo se juntaba con el mar a través de una cortina de agua. Ese aguacerazo no nos dejó disfrutar de las tres islas que vigilan la entrada del superpuerto ("Los Farallones"). Íbamos pelando los ojos para encontrar el rumbo en aquella oscuridad repentina, y pendientes de bajar las velas a lo me cago en diez.

Ya dentro fuimos directos a la esquina del Norte, y nos amarramos en unos pantalanes nuevecitos y vacíos. Hay alrededor de un metro de calado en bajamar, por lo que hemos podido entrar con la orza y el timón subidos.

Más tarde nos enrollamos con un pescador, José Manuel, que nos contó casi todo lo que os voy a contar yo. Además nos regaló una bolsa de hielos, que nos vino fenomenal porque pensábamos que hoy no tendríamos electricidad y, por tanto, estaríamos sin neverita.

El puerto industrial se construyó en los años 70, y muchos de los caboverdianos que ahora trabajan en la pesca en Burela trabajaron primero en la construcción de las escolleras y la fábrica. Los bloques que se utilizaron inicialmente eran trípodes de hormigón que se construían aquí mismo, con un coste de unos 6.000 euros cada uno. Pero los temporales destruían la escollera, y terminaron por retirarlos y sustituirlos por cubos. Los trípodes que se retiraron son los que ahora "adornan" todos los prados de los alrededores.

Hasta duele pensar que cada uno de esos cuesta 6.000 euros. Al parecer los construían sin armar el hormigón con hierros, y por eso se rompían. Podéis verlo en la siguiente foto, el corte donde se rompió no está armado.

Aparte de los bloques que vemos en superficie, hubo muchísimos que los enterraron.

El siglo pasado había aquí una fábrica ballenera, donde se despiezaban los cetáceos antes de comercializarlos. 

La fábrica se demolió en 2015, y sólo ha quedado la rampa por donde los subían a su tétrico destino.


En los alrededores todavía puedes encontrar algún resto, como este diente de cachalote:

Para instruir a los gallegos en las técnicas del destripado tenían asesores japoneses, como podéis ver en esta foto de trabajadoras con un nipón:

Cuando se instaló Alúmina Española se forzó el cierre de la ballenera y contrataron a muchos de los trabajadores, pero a ninguna de las trabajadoras. 

Aquí se ha pasado casi toda la tarde lloviendo con ganas, y por desgracia hemos podido ver muy poco. Sólo lo que os he contado, y una excursión corta a los "Acantilados de papel", un nombre curioso que oculta la realidad de unas simples rocas limadas por la erosión:

 
y por el camino algunas alusiones a ese pasado ballenero:

 Pero así es el Norte, y lo preferimos a los 48 ºC de Sicilia el verano pasado.

Para coronar la tarde, hemos descubierto un registro de la luz accesible, y con nuestra alargadera de 50 metros hemos conseguido tener electricidad a bordo. Un chollo que nos permite cargar la batería, encender la neverita y poner el calefactor, con lo que se seca la ropa. ¿Qué más pedir?.

Con cuidado, navegantes.

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