Ayer volvimos de San Adrián a Vigo y pasamos una tarde doméstica en esta ciudad, en parte porque hoy se despide Ana y se incorpora mi amigo Mario Soler para volver a Santander, y en parte porque yo estoy algo griposo.
Así que voy a contaros una sensación olfativa que se tiene a veces en las Rías Bajas, y que supongo que es exclusiva de aquí. Es una pena no poder transmitir por el blog estas sensaciones distintas de la vista y el oído, pero bueno, así os quedan las ganas de venir. Me pasó lo mismo cuando quise transmitiros el olor que hay dentro de las esclusas.
El caso es que a veces en las Rías vas navegando y te alcanza un profundo olor a brea. Si te giras y miras a barlovento allí hay alguna batea. Es el olor a la creosota, un producto que se utiliza para proteger las maderas de eucalipto con que están hechas las bateas de la pudrición, la humedad, los hongos y las bacterias. También protege las partes metálicas de la oxidación. Se aplica cada varios años y deja a la batea con un característico color marrón clarito.
La creosota es cancerígena y en la Unión Europea está prohibida desde 2003. Ahora se usa una con composición diferente (la décima parte de contenido en cancerígenos, especialmente el benzopireno) y sólo para aplicaciones industriales y en usos que no vayan a tener un contacto frecuente con la piel.
Yo me llevaré este olor a casa como uno de los recuerdos de este verano. Así como estas intrincadas travesías a través de las bateas:
Aunque el Navionics te traza las rutas por fuera de los campos de bateas, con buena visibilidad todos pasamos por en medio para atajar. Pero más de uno se ha chocado con ellas por hurgarse la nariz, contestar el móvil o mirar a una chica. Allí dentro cualquier distracción se paga.
Con cuidado, navegantes.
navegar e incluso amarrar a una batea, jeje.
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