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lunes, 11 de abril de 2022

La Isla Caprera.

 Hola navegantes.

Ayer vinimos en ferry al archipiélago de La Maddalena, al noreste de Cerdeña. Por cierto, el ferry es de esos simétricos que tienen dos proas, y pueden navegar igual en una dirección que en otra. Los hemos visto mucho para trayectos cortos, porque así no tienen que maniobrar en el puerto. Los coches embarcan por una puerta y salen por la de enfrente.

Hemos traído el coche y dedicamos el día a conocer la segunda isla habitada del archipiélago, la Isla Caprera. Están unidas por un puente desde 1891. No os extrañe que lo hicieran tan pronto. El mar es poco profundo, y la mayoría de los aproximadamente 500 metros que separan las dos islas están en realidad unidas por una escollera asfaltada, siendo el puente muy pequeñito. La obra de ingeniería es fácil, y lo único malo que lo hicieron con el vano muy pequeño y no pueden pasar los veleros, a los que los obliga a una vuelta impresionante.


La isla es muy salvaje y con una naturaleza rebosante. La mitad de las carreteras están sin asfaltar, y fijaos cómo será que en vez de prohibir dar de comer a las palomas o a los patos, prohíben dar de comer a los jabalíes:

Dedicamos la mañana a ascender el Monte Tejalone, el más alto de la isla aunque sólo tiene doscientos y pico metros, pero que desde abajo parece inaccesible:


En la cima hay un faro en ruinas desde donde se tienen unas vistas espectaculares de todo el archipiélago, y hasta de Córcega:


Nosotros hasta subimos al techo del faro, para que no se dijera que no hemos estado en lo más alto de Caprera:

La cima también está llena de edificios militares en ruinas, como en resto de la isla que os comentaré luego.

Luego fuimos a comer a un sitio de moda de la playa. Lo malo es que ya estamos en la Costa Esmeralda, lo más pijo de Cerdeña, y eso tiene un precio. Por ejemplo, aquí me podéis ver  a los postres, negociando la propina con un camarero de librea:


Por la tarde conocimos, por desgracia, la otra cara de la isla. Que es una oda a la decrepitud, con edificios impresionantes, sobre todo militares, sin ningún otro uso ni intención que ser testigos de su propia ruina.

Por ejemplo, fuimos a conocer en bici la península de Punta Rossa, al sur de la isla. Está enteramente ocupada por distintos fortines del siglo XIX, que después de la segunda guerra mundial se abandonaron, y ahora sólo sirven para comprobar su deterioro.


En el comedor afianzaban la fidelidad de la tropa con estas palabras en la pared: CREER, OBEDECER, COMBATIR. 




Ahora más pintarrajeadas que la puerta del baño de un bar de carretera. Y en la cima las bases de los cañones.


En el sur de la isla fuimos a ver una escuela de vela. Y junto a ella había unos edificios enormes abandonados, con un patio de cemento delante, que abocaba a una playa. Había allí unas familias con niños porque era el sitio perfecto para bañarse y a la vez montar en bici, y les pregunté que qué habían sido. Nadie lo sabía hasta que pregunté a un abuelo. 


Resulta que allí fabricaban y almacenaban una redes enormes que luego extendían por debajo del mar hasta la isla de enfrente, para que no pasaran los submarinos. Así se bloqueaba el acceso al puerto de La Maddalena.

En la playa Garibaldi había una urbanización de más de mil cabañas y bungalows, en el interior de un pinar y hasta la playa, con un embarcadero, todos abandonados y el embarcadero vacío y demolido por el mar. Fue una urbanización del Club Meditarrané que se abandonó hace unas décadas y allí ha seguido sin hacer nada con ella.


Por cierto, toda la isla es un homenaje a Garibaldi, el héroe italiano que participó en la unificación del país, y que eligió terminar sus días en esta isla. 

Y en la iglesia volvimos a ver la costumbre de Sicilia de que una familia sufraga un banco para que todos conozcan su generosidad y recuerden a sus muertos:


Hoy dedicaremos el día a conocer la otra isla, La Maddalena.

Con cuidado, navegantes.

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