Ayer fue un día raro. Amaneció nublado y nos las prometíamos tan felices por librarnos del calor, pero enseguida se despejó y fue una mañana como las peores de la venida. Por suerte estamos en un tramo sin esclusas y sólo tuvimos que aguantar el sol en tramos lisos y sin interrupciones. Algo es algo.
A la hora de comer paramos en el único árbol que quedaba con vida, pero era pequeño y enseguida el avance del sol nos dejó fuera de su sombra.
Reanudamos la marcha con la incertidumbre de si encontraríamos amarre en el puerto de La Robine, que está justo en la bifurcación del canal donde una rama lleva a Narbona, nuestro destino, y la otra sigue hacia el Norte por el canal de Midi. Nos habían dicho que era una marina privada y que no admitía barcos de tránsito. Pero fue que sí, aunque solo tiene 2 atraques y tuvimos la suerte de que uno estaba disponible.
Pero lo mejor de todo es que a escasos 300 metros el canal se cruza con en el río Cesse, mediante un puente-canal de los que los barcos navegan por encima del río. Pero sus aguas no se mezclan, y te encuentras que bajando del acueducto hay un río de agua cristalina (no como el puré de los canales) fresquita y a la sombra. Es el sitio de baño habitual de los que amarran en la marina, y mejor que una piscina porque al bucear ves los peces y los insectos acuáticos. Nos pasamos allí toda la tarde, bañándonos y relajándonos del calor de la mañana.
Cerca no hay nada, y una señora, Suzanne, que veranea en una peniche con su marido y su madre anciana, sin conocernos de nada nos ofreció llevarnos en su coche al súper. Y al decirle que no, nos dio un brick de leche para el desayuno de Daniel que era lo único que nos faltaba. Buena gente.
Hoy esperamos llegar a Narbona, el fin de semana el grumetillo se vuelve a Santander con sus padres, y yo me quedaré a esperar el camión que llevará el Corto Maltés a Santurce. Después de casi tres meses esto se acaba.
Con cuidado, navegantes.
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