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jueves, 26 de octubre de 2023

Santander-Nantes, la crónica de mi tripulante. 6) Capbreton-Arcachon.

 07/06/2023 Capbreton-Arcachón





Amanece cuando dejamos la bahía tras nosotros. Las dunas se pintan de un pálido rosáceo y el sol se retrepa tibio sobre sus lomos. El viento terral se agarra a las velas e impulsa con fuerza al Corto Maltés un poco más al norte. El pronóstico indica viento flojo. Cursamos un pacto de silencio para no mencionarlo y que al menos se mantenga como está: en un alegre cabalgar sin olas, llevados de la brisa que deja olor a resina y lirios salvajes. 

El aroma se mezcla con el primer café de la mañana ascendiendo desde la cabina. Restan setenta millas por proa hasta la peligrosa entrada a Arcachón. Salpicados por el arenal se aprecian, a vista de catalejo —evocadora palabra en desuso—, extrañas construcciones pintadas de colores que semejan tortugas perezosas sesteando sobre la arena: son reminiscencias de los búnkeres de la guerra mundial. 

Se levantan en la zona remotos pueblecitos costeros a los que se accede tras atravesar kilómetros de pinar. De vez en cuando se destaca un alto faro que nos recuerda el lugar por el que navegamos. A pesar de lo apacible no deja de advertirnos de lo peligrosa que puede resultar esta costa: contra el Golfo de Vizcaya chocan todas las borrascas que, desde el Atlántico, alcanzan el continente. Por fortuna en Galicia sólo nos rozan. En el Cantábrico se dejan sentir algo más: “el gallego”, como le dicen al mal tiempo. 

La zona por la que navegamos ha sido acotada por la fuerza aérea francesa para realizar ejercicios de tiro; aunque hasta el momento lo único volador que nos visita sean infinidad de moscas, mosquitos, mariposas y abejorros. Supongo que los traerá el viento de improviso, pues nada hay susceptible de ser polinizado a bordo. Serán millones los que cada día se precipiten al mar empujados por el terral. Puesto que la longevidad de una mosca es de apenas tres días, parece absurdo emplear un sexto de su vida visitando un velero de paso. Siempre desde nuestro punto de vista —¿y si resultásemos para ella como Marte para nosotros?—, claro que, de tener consciencia, quizá se preguntarían por qué empleamos tanto tiempo trabajando o haciéndonos la guerra mientras ellas descansan sobre el lomo de un búnker en la costa. 

El que vuela ahora de vuelta a tierra es un alegre gorrioncillo. Se impulsa dando botes sobre el aire. Agita las alas veloz y asciende para dejarse caer y batirlas de nuevo. Parece que aprendiese a volar esa mañana, disfrutase de una habilidad recién adquirida. Navegamos a algunas millas de costa, pero el pájaro confía en sus fuerzas: usa sus alas derrochando alegría. De súbito, nos sobrevuelan tres cazas del ejército francés en formación de combate. Su paso veloz y el ruido funesto que colapsa el aire sobre el tope del palo llenan la tarde de oscuros presagios. ¡Pensar que, siendo niño, Las aventuras de Michel Tanguy y Laverdure estaban entre mis favoritas! Hoy descubro que Michel y Tanguy son la misma persona, no dos como creía entonces.



 

Reconocemos desde el mar la duna de Pilatos. Se trata de una formación arenosa que visitan desde lo alto gran cantidad de personas. Semejan hormigas retrepándose sobre su lomo. Los prismáticos nos acercan sus diminutas siluetas. Progresan cansadas sobre la arena. Hay quien trata de inflar un paracaídas y lanzarse desde lo alto. Otros, recorren el arenal dejándose caer hasta el borde del mar, como Sísifo en su descenso tortuoso. Me cuenta el capitán que al otro lado de la duna algunas casas van quedando sepultadas por la acción del viento y la intemperie. Imagino la desolación de sus propietarios ante el envite inclemente de la naturaleza. 

A continuación, un dédalo de balizas señala un canal del que no conviene alejarse ni un milímetro. La mañana en que lo abordamos el mar se encontraba en calma. La pericia del patrón ha resuelto franquearlo con la creciente de marea. Con temporal de mar y vaciante se montan, a cada lado del estrecho paso, olas de hasta dos metros de altura que acongojan. Cualquier error pondría el barco y a sus tripulantes en serio peligro, de no seguir el balizamiento o pasar con mal tiempo. Pensemos que se emplean dos horas a motor desde la baliza de arribada hasta alcanzar el puerto de Arcachón. 

08/06/2023 Arcachón-Arcachón

Una deliciosa mañana de final de primavera recorro cada uno de sus barrios —dedican uno a cada estación del año—. El más majestuoso es la Ville d’hiver, donde las mansiones de estilo años veinte se muestran a cuál más bella y suntuosa que la anterior. Ubicadas sobre un frondoso bosque de pinos y caducifolias, cuidados céspedes, caminos de grava y bellos parterres, apenas las separan de la mirada curiosa una coqueta barandilla de madera blanca. Se alzan hermosas casas con porche y tres plantas de altura bajo orgullosos pináculos con desvanes e infinidad de cuartos. Ostentan nombres ampulosos: Humboldt, Descartes; cursis: Castellmare, Villa Theresa; irónicos: R.I.P… No es difícil imaginar a aquellos niños privilegiados de hace un siglo persiguiéndose por corredores alfombrados entre habitaciones vacías y trasteros atestados. Su imaginación no precisaría de mucho esfuerzo para convertirlos en palacios de leyenda. Tampoco se hace extraño imaginar el parque que rodea el barrio tapizado con los colores del otoño o la somnolencia propia del verano; despojadas de transeúntes sus calles apacibles. Esta mañana de nubes y claros solamente se escuchan afanosos mirlos buscando qué llevarse al nido; el sonido de fieltro al arrastrar los pies de alguna excursión de jubilados.


La burguesía de Burdeos se instaló en esta villa tras la Primera Guerra Mundial y convirtió la bahía en centro de ocio y casino. Parece que la Belle Epoque se disfrutó de lo lindo en esta localidad tras el desastre de la Gran Guerra. En el coqueto parque de la Mauresque las praderas lucen espléndidas, el césped está cortado a cepillo y los macizos de flores, pinos y helechos tropicales dan lustre a una localidad que hoy vive de la ostricultura y el turismo. Aquí tomaré mis primeras ostras con pan y mantequilla — perfecta combinación—, una ensalada verde y una potente cerveza Divel (8,5 grados) con la que premiar mi “extenuante” jornada turística. A la caída de la tarde un potente chubasco recorre la ensenada de este a oeste descargando con fuerza sobre la villa; dibuja una orla arcoíris que se asienta en cada extremo de la bahía. Transforma en delicia el olor a algas, limo y pino fresco.
 

 Miguel Cabero (https://caberomiguel.blogspot.com/)

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