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viernes, 20 de octubre de 2023

Santander-Nantes, la crónica de mi tripulante. 2) Santurtzi-Santurtzi.

 02/06/2023 Santurtzi— Santurtzi

No es aconsejable hacerse a la mar con una “vía de agua”. Quien firma estas letras se embarcó con una ciática de caballo. Por fortuna, los buenos amigos en los puertos y la atenta supervisión de un estresado doctor en el Hospital San Juan de Dios, además de una inyección de corticoide administrada por su enfermera, consiguieron hacer de mí un marinero dispuesto. Hoy parece cosa fácil, pero entonces aún quedaban por delante grandes retos y muchas millas hasta llegar a Nantes. De cuanto disponía eran algunos analgésicos y una… ¡manta eléctrica! Sí, para mi vergüenza fui el primer tripulante del Corto Maltés que usó este dispositivo, a decir de su capitán. Solo en los puertos, claro está, donde la batería a bordo no quedaba comprometida. Visto con distancia y respetando la medicación, puedo decir que salí airoso. Solo hube de poner algún recuerdo de inyección de corticoide. Resulté afortunado.

La arribada a Bilbao remontando la ría a bordo de nuestro “velerito” —así lo calificó con cierta guasa el operario del puente colgante al darnos paso entre Getxo y Portugalete—, da muestra de la capacidad de sus habitantes para transformar el medio. Convertir campos y riberas en productiva industria siderúrgica, fabril. Un dédalo de comunicaciones por vía férrea, carretera, muelles de carga o pasajeros, que se ha ido conformando con el paso de los siglos hasta dar con la ciudad turística y de servicios que hoy es, sin olvidar su legado industrial, integrándolo. Al revulsivo que supuso la construcción del museo Guggenheim a finales de los años noventa, la construcción del metro o la colosal renovación del estadio de fútbol de San Mames, han sumado la construcción de nuevos puentes y el saneamiento de la ría. En los días que pasamos bajo estos remataban la transformación en isla de la península de Zorrotzaurre: antes salía al río desde su margen derecha. A partir de ahora Bilbao tendrá, como Nueva York, su Manhattan conectado por puentes y tranvías. ¿Renovación, especulación, cabezonería… o todo al tiempo? Quien sabe. Lo incuestionable es la capacidad emprendedora, la tenacidad y pujanza de este pueblo que no deja de reinventarse con éxito. Bajo la sombra de uno de sus puentes, frente al museo del mar y a la emblemática grúa Carola, un grupo de niños navega en piragua. Se protegen del sol mientras le cantan el zorionak zuri —cumpleaños feliz en euskera— a uno de ellos. Tan pronto abandonan las embarcaciones en el pantalán, les falta tiempo para lanzarse al agua y chapotear como patos felices en las aguas turbias del río. Es hermoso contemplar la pura felicidad.

Nunca se ha visitado demasiadas veces el “Guggen”. Es tan singular su arquitectura que bajo el sol o la lluvia parecen alucinación sus miles de planchas de titanio. Dispuestas sobre la retorcida techumbre de la estructura, refulgen contra el verdor del valle que encajona la ciudad. Una vez dentro, recorriendo las sinuosas esculturas de Richard Serra —enormes planchas de acero corten sustentadas sin soldadura alguna—, uno cree comprender mejor la ciudad y su empeño. En ningún sitio como en Bilbao hallarían mejor cobijo estas figuras imposibles que desafían la materia y lo que se puede hacer con ella. Al recorrer las planchas en soledad o en la compañía de niños que pasan corriendo y gritando entre ellas, el espectador no deja de sorprenderse con el equilibrio y modelado del acero que el artista ha sido capaz de insuflar a sus obras: convierte en liviano lo robusto; lo sólido y firme en etéreo, maleable. Sin Serra también se explicaría Bilbao, pero con él se comprende mejor. Para entender mejor a su autor, y por extensión el recorrido de nuestro país en relación con la cultura, me tomo la libertad de sugerir al lector la magnífica novela de Juan Tallón, Obra maestra. En ella encontrará las peripecias de una de las esculturas de esta leyenda viva del arte, además de otras divertidas historias relacionadas con él y la gestión de nuestro patrimonio artístico; también, magnífica literatura.





El museo dedica una exposición temporal al pintor Óscar Kokoschka. Su Autorretrato de un artista degenerado es la primera ocasión en que un autor se sirve de una palabra peyorativa para usarla en su favor, descalifica así a quienes tratan de hacer lo mismo con su obra. Con relación a Bilbao concibió una obra solicitando ayuda para los niños bombardeados en Guernica: ¡Ayuda a los niños vascos! Pero es el colorido intenso de sus pinturas, el trazo ágil y grueso de sus pinceles y, sobre todo, la intencionalidad de su obra comprometida y originalísima, lo que lo ha hecho trascender. En ocasiones, parece contraria al mensaje que trata de difundir: En Liberación de la energía atómica, por tonalidad, composición y temática, uno no cree estar ante un cuadro dramático. El “arma atómica” (como hoy la nombran siniestros sus poseedores) se había inventado y probado en julio del año 1946; se lanzó sobre Japón tan solo un mes después; el cuadro fue pintado en 1947: hasta tal punto estaba Kokoschka comprometido con la denuncia de la guerra y su injusticia.

Durante el descenso de la ría hacia Santurtzi tuvimos ocasión de ver un velero decomisado, semihundido por falta de cuidados. “Fue objeto de vandalismo. Los tripulantes trataban de meter droga en Bilbao y fueron arrestados. Después de varios años amarrado al muelle de la Guardia Civil, lo asaltaron cuando estos dejaron el cuartel”, nos comentan los operarios del puerto. Otra embarcación incautada, esta fuera del agua, semeja un arrecife coralino en una de las orillas. Por ambas bordas nos adelantan bateles y traineras con fornidos chavales (y chavalas) en sus entrenamientos: «Parecéis a vuestra madre recogiendo la ropa, joder», grita el timonel a los remeros con intención de avivar su amor propio. Si el trabajo del remero es sufrido, no ha de serlo menos la labor del timonel. Me pregunto de donde sacará las exclamaciones con que los increpa—Uuuhjaaa— cada vez que sumergen la pala en el agua.

Miguel Cabero.

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