02/06/2023 Santurtzi— Santurtzi
No es aconsejable hacerse a la
mar con una “vía de agua”. Quien firma estas letras se embarcó con una
ciática de caballo. Por fortuna, los buenos amigos en los puertos y la
atenta supervisión de un estresado doctor en el Hospital San Juan de
Dios, además de una inyección de corticoide administrada por su
enfermera, consiguieron hacer de mí un marinero dispuesto. Hoy parece
cosa fácil, pero entonces aún quedaban por delante grandes retos y
muchas millas hasta llegar a Nantes. De cuanto disponía eran algunos
analgésicos y una… ¡manta eléctrica! Sí, para mi vergüenza fui el primer
tripulante del Corto Maltés que usó este dispositivo, a decir de su
capitán. Solo en los puertos, claro está, donde la batería a bordo no
quedaba comprometida. Visto con distancia y respetando la medicación,
puedo decir que salí airoso. Solo hube de poner algún recuerdo de inyección
de corticoide. Resulté afortunado.
La arribada a Bilbao
remontando la ría a bordo de nuestro “velerito” —así lo calificó con
cierta guasa el operario del puente colgante al darnos paso entre Getxo y
Portugalete—, da muestra de la capacidad de sus habitantes para
transformar el medio. Convertir campos y riberas en productiva industria
siderúrgica, fabril. Un dédalo de comunicaciones por vía férrea,
carretera, muelles de carga o pasajeros, que se ha ido conformando con
el paso de los siglos hasta dar con la ciudad turística y de servicios
que hoy es, sin olvidar su legado industrial, integrándolo. Al revulsivo
que supuso la construcción del museo Guggenheim a finales de los años
noventa, la construcción del metro o la colosal renovación del estadio
de fútbol de San Mames, han sumado la construcción de nuevos puentes y
el saneamiento de la ría. En los días que pasamos bajo estos remataban
la transformación en isla de la península de Zorrotzaurre: antes salía
al río desde su margen derecha. A partir de ahora Bilbao tendrá, como
Nueva York, su Manhattan conectado por puentes y tranvías. ¿Renovación,
especulación, cabezonería… o todo al tiempo? Quien sabe. Lo
incuestionable es la capacidad emprendedora, la tenacidad y pujanza de
este pueblo que no deja de reinventarse con éxito. Bajo la sombra de uno
de sus puentes, frente al museo del mar y a la emblemática grúa Carola,
un grupo de niños navega en piragua. Se protegen del sol mientras le
cantan el zorionak zuri —cumpleaños feliz en euskera— a uno de ellos.
Tan pronto abandonan las embarcaciones en el pantalán, les falta tiempo
para lanzarse al agua y chapotear como patos felices en las aguas
turbias del río. Es hermoso contemplar la pura felicidad.
Nunca
se ha visitado demasiadas veces el “Guggen”. Es tan singular su
arquitectura que bajo el sol o la lluvia parecen alucinación sus miles
de planchas de titanio. Dispuestas sobre la retorcida techumbre de la
estructura, refulgen contra el verdor del valle que encajona la ciudad.
Una vez dentro, recorriendo las sinuosas esculturas de Richard Serra
—enormes planchas de acero corten sustentadas sin soldadura alguna—, uno
cree comprender mejor la ciudad y su empeño. En ningún sitio como en
Bilbao hallarían mejor cobijo estas figuras imposibles que desafían la
materia y lo que se puede hacer con ella. Al recorrer las planchas en
soledad o en la compañía de niños que pasan corriendo y gritando entre
ellas, el espectador no deja de sorprenderse con el equilibrio y
modelado del acero que el artista ha sido capaz de insuflar a sus obras:
convierte en liviano lo robusto; lo sólido y firme en etéreo, maleable.
Sin Serra también se explicaría Bilbao, pero con él se comprende mejor.
Para entender mejor a su autor, y por extensión el recorrido de nuestro
país en relación con la cultura, me tomo la libertad de sugerir al
lector la magnífica novela de Juan Tallón, Obra maestra. En ella
encontrará las peripecias de una de las esculturas de esta leyenda viva
del arte, además de otras divertidas historias relacionadas con él y la
gestión de nuestro patrimonio artístico; también, magnífica literatura.
El museo dedica una exposición temporal al pintor Óscar Kokoschka. Su Autorretrato de un artista degenerado
es la primera ocasión en que un autor se sirve de una palabra
peyorativa para usarla en su favor, descalifica así a quienes tratan de
hacer lo mismo con su obra. Con relación a Bilbao concibió una obra
solicitando ayuda para los niños bombardeados en Guernica: ¡Ayuda a los niños vascos!
Pero es el colorido intenso de sus pinturas, el trazo ágil y grueso de
sus pinceles y, sobre todo, la intencionalidad de su obra comprometida y
originalísima, lo que lo ha hecho trascender. En ocasiones, parece
contraria al mensaje que trata de difundir: En Liberación de la energía atómica,
por tonalidad, composición y temática, uno no cree estar ante un cuadro
dramático. El “arma atómica” (como hoy la nombran siniestros sus
poseedores) se había inventado y probado en julio del año 1946; se lanzó
sobre Japón tan solo un mes después; el cuadro fue pintado en 1947:
hasta tal punto estaba Kokoschka comprometido con la denuncia de la
guerra y su injusticia.
Durante el descenso de la ría hacia
Santurtzi tuvimos ocasión de ver un velero decomisado, semihundido por
falta de cuidados. “Fue objeto de vandalismo. Los tripulantes trataban
de meter droga en Bilbao y fueron arrestados. Después de varios años
amarrado al muelle de la Guardia Civil, lo asaltaron cuando estos
dejaron el cuartel”, nos comentan los operarios del puerto. Otra
embarcación incautada, esta fuera del agua, semeja un arrecife coralino
en una de las orillas. Por ambas bordas nos adelantan bateles y
traineras con fornidos chavales (y chavalas) en sus entrenamientos:
«Parecéis a vuestra madre recogiendo la ropa, joder», grita el timonel a
los remeros con intención de avivar su amor propio. Si el trabajo del
remero es sufrido, no ha de serlo menos la labor del timonel. Me
pregunto de donde sacará las exclamaciones con que los increpa—Uuuhjaaa—
cada vez que sumergen la pala en el agua.
Miguel Cabero.
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