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martes, 24 de octubre de 2023

Santander-Nantes, la crónica de mi tripulante. 5) Hondarribia-Capbreton.

 06/06/2023 Hondarribia-Capbreton

En todo viaje que se precie hay hitos, pequeños detalles que marcan cuando acontecen un punto de no retorno. La toma de una decisión trascendente que determinará el resto del periplo. Con Fernando de Magallanes sucedió en el estrecho que lleva su nombre: “¿Qué hacer ahora? —consulta el almirante a sus capitanes tras haber alcanzado el paso que había prometido a su rey y valedor, el joven Carlos V— ¿Proseguir hacia el oeste, hacia el Moluco y jugarse la vida en un océano desconocido, o darse por satisfecho con el hallazgo del paso y regresar a España?” En su fuero interno conoce la respuesta: “Thalassa, thalassa”, hacia el mar, hacia el horizonte, como dijeron los navegantes griegos en la antigüedad. Así lo haremos también a bordo al cambiar los libros de pilotaje de la guía Imray: La Costa Cantábrica por Atlantic France; izamos la bandera francesa de cortesía en uno de los obenques y nos adentramos en aguas francesas.




Con cielo despejado y aguas turquesa —parece que el esmeralda de los campos cantábricos haya saltado al mar francés—, nos dejamos empujar a cinco nudos hacia el primer y único puerto de recalada en el sur de Francia: Capbreton. Luego de siete horas asomará por la amura de estribor tras los interminables playones de las Landas. Aquello que se desprendía del pronóstico: “un arrastrarse bajo el sol con un viento sur de fuerza escasa” terminó por dar lugar a una navegación apacible y briosa donde colgar los pies desde la borda hacia al mar auxiliados del piloto automático.

En la recalada, tras el nerviosismo inicial de la maniobra de entrada —la corriente de marea empuja con fuerza hacia el interior, levanta olas contrarias desde la desembocadura del río—, nos sorprende en el pantalán un marinero que entra y sale de nuestro corredor con un gran barco de pasajeros. Tras aguardar a que ejecute su tercera (y extraña) maniobra nos da paso y grita “training”. Parece que acaban de contratarlo como patrón y ensaya el atraque. Al atardecer lo vemos saliendo hacia el ocaso con su primer pasaje. Suerte, patrón.

Primera cerveza en Francia. Pongo en contexto lecturas juveniles: liberalidad, alegría, e idealizados veraneos desde la gris España posfranquista. Nombrar esta pequeña localidad evoca la diversión, la despreocupación y los dulces amores veraniegos de la época yé-yé: France Gall, Francoise Hardy, Brigitte Bardot… Por contra, en la terraza donde me siento suena la omnisciente Shakira “él está por mí, y por ti borroooó”. Otros tiempos. Junto al patrón, contemplo el espléndido atardecer de sangre que deja en perfecto contraluz a los chavales zascandileando en lo alto de la linterna roja del espigón. Anuncia en grandes letras metálicas, Capbreton. Desde la pasarela de madera que ordenó levantar Napoleón III (y resiste orgullosa el paso de siglos), asistimos embelesados a un crepúsculo en sanguinas que se escurre parsimonioso hacia el mar. Con la noche incipiente pedalea hacia la estacada un grupo de unos cincuenta chicos y chicas adolescentes. Están a las órdenes de  dos monitoras que abren y cierran la marcha. Conversan en parejas. Ríen, gritan, cantan como bandada de gorriones mientras las luces destellantes de sus cascos se funden con las primeras estrellas. Volveré a observarlos a su regreso desde la playa, cuando dejen un trazo sinuoso de luces tras ellos: llevan a su espalda el sol; comienzan sus vidas en un magnífico escenario. 

Miguel Cabero (https://caberomiguel.blogspot.com/)

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