04/06/2023 Motriku-Hondarribia
Sufriendo los rigores del
calor y el ruido monótono del motor, vemos pasar el “ratón” de Guetaria,
la playa y pueblo de Zarautz, la hermosa bahía de San Sebastián.
El calor aprieta. Alza desde el mar y los valles cercanos una neblina que difumina prados y precipicios. Confiere al paisaje un aspecto onírico, idealizado de caseríos y granjas que se retrepan monte arriba para caer abruptamente sobre la costa. Los acantilados parecen recortados a tijera por la mano inhábil de un niño. Permiten ver la furia del planeta en sus plegamientos primigenios: es como si el mundo quisiera meter por fuerza más belleza de la que ya contiene.
Monte Igueldo, faro de la isla
de Santa Clara (en su interior, la escultora Cristina Iglesias ha
dejado una de sus obras más hermosas); la mole del Kursaal, polémica en
sus inicios, hoy se mimetiza en la distancia con el barrio de Gros y la
playa de Zurriola. Todas serán, a mi pesar, visitas para otra ocasión;
no impiden, sin embargo, que acudan a la memoria los versos de un vecino
del barrio, menos ilustre de lo que hubiera sido merecedor en vida: “Un
corazón al revés; un corazón como cualquiera, que tuviera la altura de
un niño y la tarde libre entera”. Buen músico, compositor inmenso,
Rafael Berrio nos dejó en 2020 huérfanos de lucidez, bohemia y actitud
jacobina. Perra vida. Igual a la muerte que ronda estos días felices a
nuestro amado Cody: can sin par a quién las Parcas deberían tratar de
indultar.
05/06/2023 Hondarribia-Hondarribia
Un
paseo por Hondarribia restablece la armonía de mi alma esta mañana de
junio. Es lunes y me siento reconfortado en una suerte de vacación
permanente donde no hay lugar para la prisa: adopto la actitud del flaneur.
Después de todo, Francia está al otro lado del río y conviene
contagiarse de esta actividad tan poco productiva y gratificante.
Hermoso pueblo de calles armoniosas y balcones coloridos donde terminan
—o empiezan— los Pirineos. Apenas un pequeño cauce fluvial separa uno de
otro país, otra lengua, distinta y emocionante cultura. Paseo sus
calles empedradas con grandes edificios blasonados, balcones cuajados de
geranios y plantas; aromas de brisa marinera y coladas secando al sol
mecidas por una brisa cálida y húmeda; me deleito con los guisos que
arrancan a esa hora —se pocha la cebolla en las cazuelas, desde las
cocinas de calles recoletas—, uno más de los placeres de este lugar
donde la comida es religión. No en vano, la sociedad gastronómica frente
al puerto donde nos han recibido ayer los amigos del capitán con paella
y cerveza fresca, podría pasar por un salón de bodas y banquetes. Hoy
me arrastra a una taberna umbría una melodía familiar. No acierto a
reconocer la canción en lengua vasca, aunque la melancolía música
resulte conocida. De súbito, recuerdo: ¡Quijote, Julio Iglesias!
En vasco, con arreglo de acordeón, suena muy bien: “y mi Dulcinea dónde
estaraaaá, que su amor no es fácil de encontraaaaar”.
Tomo
prestadas unas palabras que Stefan Zweig dedica a Magallanes y ocupa mis
lecturas durante esta travesía: “Nada sería de Aquiles sin Homero y
toda figura sombra. Los hechos se disolverían en el mar inmenso como
onda líquida si no existiese el cronista que los hace permanentes, o el
artista que les da nueva forma”. Salvando las distancias, y por dejar
constancia de nuestra más modesta aventura, recojo las palabras de otro
marinero ocasional con el que coincidimos en el puerto de Mutriku: “yo
vuelvo a Madrid, me incorporo al trabajo; mañana seré uno más” asume con
tristeza petate en mano. Abre los ojos con envidia al mencionar que
nosotros seguimos rumbo norte: Álvaro, el patrón, a Londres; yo le
acompaño hasta Nantes.
Miguel Cabero (https://caberomiguel.blogspot.com/)
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