Visitas al blog:

jueves, 19 de octubre de 2023

Santander-Nantes, la crónica de mi tripulante. 1) Santander-Santurtzi.

 Hola navegantes.

Mi amigo Miguel Cabero me acompañó en las primeras etapas de la navegación a Londres, concretamente hasta Nantes. Ha hecho su propia crónica, a la que doy cabida aquí para que tengáis otra visión del mismo viaje.

 01/06/2023 Santander-Santurtzi

Hacerse a la vela después de un tiempo sin experimentar esa sensación remite a los días felices de la infancia. De nuevo los poros de la mente nos sitúan ante espacios abiertos de tardes eternas y jornadas de juego permanente, interrumpidas por obligaciones cotidianas, tan impostergables y tediosas —comer, hacer deberes, asearse—, más propias del ámbito de los adultos que de las necesidades de un chaval y sus amigos.





Escucho las amarras caer sobre el pantalán en Santander y el sonido llena de dicha mis oídos. Tras despedirnos de Ana, esposa del patrón, el corazón comienza a ensancharse al observar desde el mar el imponente Palacio de Festivales, y enfilar la bocana del puerto buscando aguas abiertas. Al izar velas junto a la isla de Mouro y sentir bajo los pies la oscilación del agua, la cadencia regular de las olas, la impresión de aventura renace como en los años de adolescencia: tal vez no seamos Magallanes o Elcano surcando el mar rumbo a las Molucas, pero el gozo que recorre nuestra espalda al roce de la brisa fresca y nos anima a aparejar velas, no pudo ser tan diferente. El viento nos empuja a rumbo directo hacia el superpuerto de Bilbao, destino primero de la travesía, sin otra preocupación que tratar de mantenerlo llenando el trapo, o echar de vez en cuando un vistazo a la carta electrónica. Así discurren horas contemplativas, venturosas. La mirada dispuesta hacia tierra se llena de praderas color esmeralda que se desploman sobre un mar de tonos plomizos. En ocasiones, la costa se abre a anchos playones, angostos puertos, marismas repletas de vida a medida que se acerca el verano: Santoña, Laredo, Castro Urdiales… Dejamos atrás recaladas imposibles, atraques que rechazamos soberbios al ser llevados en volandas de un viento irrenunciable.

Tras una jornada en que las nubes han corrido veloces sobre nuestras cabezas, con la caída de la tarde divisamos las ciclópeas estructuras del puerto de Bilbao: profusión de espigones, silos, grúas, naves y tinglados; tráfico incesante de todo tipo de buques; agitado ir y venir de remolcadores y prácticos dan idea de la vitalidad del puerto y su actividad industrial, turística, pesquera: ¡si hasta han echado abajo la montaña que se alzaba sobre este para construir más espigones! En poco menos de una hora desfilan, ante nuestra diminuta proa, el ferri a Portsmouth, un gigantesco crucero turístico, dos buques con graneles y combustible, e innumerables pesqueros que regresan a puerto… En realidad, el puerto comienza en Santurtzi, diez millas más abajo de la localidad que le da nombre. Lo remontaremos al día siguiente buscando comprender mejor esta ciudad emprendedora e irreductible, tenaz y en constante transformación, que busca reinventarse desde su misma fundación. Hasta el nombre del cauce que la recorre da idea de la fuerza que la agita y estimula: Nervión. Se tiene la impresión de que quien lo nombró, intuyese la pujanza futura de su entorno.

Callejeo la noche de Santurtzi. Sobre la rampa de varada, próxima a la lonja de pescado, un grupo de marineros agita con brío y limpia las redes. Penden de una gran pértiga que, desde la embarcación, cae sobre el muelle donde es despojada de capturas muertas al tiempo que se vigilan y reparan posibles roturas del aparejo. El patrón se encarga de enrollarla con cuidado y estibarla de cara a la próxima salida al mar. Todos los trabajadores salvo él son de raza negra. Jóvenes y robustos trabajan con silenciosa eficacia mientras sus mujeres, cubiertas con hiyab, aguardan conversando a pie de puerto. Tal vez lleven semanas sin verlos, pero no interrumpen su labor: el trabajo es lo primero. Igual que en Galicia, se tiene la sensación de que aquí las nuevas generaciones rehuyan los trabajos del mar. Como hace docenas, cientos de años, el bienestar de ciudades, pueblos, naciones resulta inconcebible sin la participación de gentes llegadas de otros lugares, de todos los continentes. La presencia de sus manos, de su buen hacer, ponen de manifiesto que no caben ensueños nacionalistas o excluyentes en relación con el trabajo y la vida.
 
Miguel Cabero

2 comentarios:

  1. Tu tripulante y amigo Miguel tiene mucho talento. Gracias por compartir. Espero leer y su libro algún día. Un saludo Milo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues te gustará leer su blog: https://caberomiguel.blogspot.com/

      Eliminar

Los comentarios son bienvenidos. Lo más cómodo es poner tu nombre al final del texto y luego elegir como identidad "anónimo".