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jueves, 2 de noviembre de 2023

Santander-Nantes, la crónica de mi tripulante. Y 12) L’Herbaudiere-Nantes.

 15/06/2023 L’Herbaudiere-Porchinet

No comprendo muy bien por qué hemos de pasar de L’Herbaudier a Porchinet antes de embocar el estuario del Loira, “pero en la vida no hay que entenderlo todo”, me respondo; basta seguir las órdenes del patrón y dejarse llevar a una localidad singular de la que apenas conoceré la playa y un puerto en forma de raqueta, diseñado a propósito para conjurar las intensas mareas que durante años han dejado en seco las embarcaciones. Todavía lo hacen, pues media flota sigue en el fondeadero habitual y la otra media se ha trasladado a la gigantesca nueva instalación. Merece la pena echarle un vistazo en Google Maps.





Antes de alcanzarlo observamos, difusos entre la bruma de la tarde, la línea de enormes barcos mercantes que aguardan el momento de remontar las aguas del río y alcanzar Saint Nazaire. Algo más alejadas se intuye la rotación de las aspas de un parque eólico marino, seguramente visible los días claros. Abundan en la costa atlántica, en España estamos aún con el debate incipiente de su conveniencia o no. Ya en la escuela nos enseñaban a no copiar jamás. No lo comparto. 

Una visita rápida por el paseo de esta ciudad salinera en origen, y vacacional después —se adivina por las enormes villas que han ido quedando sepultadas entre anodinos edificios—, da una somera idea del poderío de su economía. Tanto los caserones que se ven dispersos por el bulevar del océano, como los que encontraremos una vez remontemos el río en su margen derecha, confirman el pasado esplendoroso de la villa. Casinos, hoteles y baños de mar fueron, en el período de entreguerras y durante la Segunda Guerra Mundial, lugar de descanso de las tropas nazis. En la vecina Saint Nazaire se construyó una base de submarinos que todavía hoy puede visitarse. Destaca en la fachada litoral un grupo de edificios que semejan una ola en su concepto. Personalmente me parecen espantosos, claro que va en gustos. Lo que es seguro es que los apartamentos no resultarán baratos.

16/06/2023 Porchinet-Nantes

Resultará extraño que lo exprese así, pero debo decir que la etapa de la que guardo más vivo recuerdo es el ascenso del Loira, desde Pornichet hasta Nantes. Quizá porque nunca había realizado una navegación fluvial (la de Bilbao resultó demasiado corta) y todo me asombra. El impresionante puerto de Saint Nazaire con sus docenas de terminales, pontones, almacenes, grúas, astilleros, bases militares… Vistos desde el río, los distintos tipos de barcos que atracan en sus muelles o crecen como colosos en sus astilleros (en este momento finalizan un crucero semejante a la unión de dos edificios: tiene incluso una calle entre ellos); se van llenado o vaciando sus bodegas de carbón, coches (alguno procede de Vigo), cereales, químicos y un etcétera enorme, avivan la imaginación hacia el tránsito que hubo de tener en otro tiempo, cuando las tropas de ocupación alemanas construyeron un laberinto de hormigón armado para dar cobijo en una de sus bases a los terroríficos U-bots en la costa atlántica.





 Pasada dicha localidad, y una vez continuamos río arriba empujados con fuerza por la corriente, —ayudados también de las velas cuando el viento es propicio—, la navegación se convierte en una delicia silenciosa. Los campos pasan veloces desde ambas riberas; marjales, marismas, pastos, algún que otro labradío o pequeño bosque acercan al centro del río escenas bucólicas que poco habrán cambiado después de los siglos. Se escucha el batir estrepitoso de alas de los ánades, los mugidos de alguna vaca en la distancia, el trino de los pájaros y hasta el rumor siseante del cañaveral a medida que el barco asciende. En sus aguas color chocolate se sumergen, desde las orillas, ingenios de redes que se sustentan de pértigas, brotan desde precarias casetas. Ignoro lo que capturan, pero no me cabe duda de que llevan siglos haciéndolo de igual modo.

En este tiempo, en cambio, el río se puebla con esculturas y creaciones cargadas de ingenio e imaginación al servicio de los nuevos usos turísticos: una mansión semisumergida, una casa en lo alto de un faro, un gorila entre los árboles de la ribera, el esqueleto de una serpiente gigantesca en el lecho del río… Docenas de estímulos que tratan de alimentar los cruceros que parten desde, Nantes e intentan transformar de nuevo la ciudad hacia otros usos. No en vano, la ciudad es la villa natal de Julio Verne.





Me conmueve la tormenta que se forma a nuestra popa y nos respeta por poco. El contraste entre las aguas marrones del río y el cobalto desvaído del cielo entre chubascos: realza el verdor de las riberas, los colores artificiales de una nave de producción eléctrica —silenciosa, colosal— que quema carbón junto al cauce y despide aroma a combustible mezclado con olor a limo. El aire fresco que aporta el aguacero a su paso viene a dejar todo en su sitio: regresa a la nariz el olor a caña, a densa agua estancada, vegetación que crece impasible con el empuje de la estación.




Resta poco para alcanzar el pontón Belém. El que utiliza ese barco escuela cuando está en la ciudad, y al que se atracará el Corto Maltés durante su breve estancia en la ciudad. Tras la maniobra de atraque, luego de asegurar con muelles metálicos las amarras del barco, aparejaremos petates y enseres para bajar a tierra. Una travesía más junto al capitán que culmina con éxito. Tan pronto echo el pie al pantalán siento nostalgia de lo navegado, de lo vivido. Pero ya se incorpora Ana a la tripulación y los tres compartiremos una comida deliciosa en el no menos delicioso Jardín de las Plantas. Gran fin de fiesta.

Sólo cumple escribirlo, paladearlo de nuevo.

Miguel Cabero (https://caberomiguel.blogspot.com/)    

Gracias por tu colaboración, Miguel.

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