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jueves, 17 de julio de 2025

El calor nos devolvió a Porquerolles.

Hola navegantes. 

Está mañana por fin dejo de soplar el mistral y salimos tan contentos para la isla vecina, Port-Cros. Todo el entorno de la isla es reserva natural, donde está prohibido fumar, pescar, entrar barcos sin depósito de aguas negras o con eslora mayor de 30 metros, navegar en motos de agua, en muchísimas zonas fondear, y en los islotes que rodean Port-Cros también está prohibido el desembarcar. 

Fuimos en una navegación a vela magnífica, con un viento del Norte que nos entraba por el través y nos permitió ver muchas veces en el GPS los 6 nudos, y a veces los 7. 

El puerto estaba casi vacío,  seguramente por su poco calado (entre medio metro y 1,5 en los pantalanes) por eso la mayoría de los veleros estaban fuera, en las boyas. Es un puerto pequeñito bajo 
la vigilancia de las múltiples fortificaciones que ocupan las colinas de alrededor.


 Tiene dos pantalanes de madera 
que parecen venido de los tiempos de Malaspina, con los norays 
trabajados con gubia en los troncos verticales que los sujetan 
en el fondo. La estancia es gratuita de 8 a 18 h y sólo cobran si te quedas a dormir (18 €). Pero no tienen luz ni agua, ni duchas. 

La isla tiene muchas limitaciones derivadas de la carencia de agua y de su estatus de reserva natural. Está prohibido fumar en toda la isla, y la propia basura hay que llevársela de vuelta al Continente. En 1963 se creó el Parque Nacional.

 La isla sólo tiene 7 kilómetros cuadrados y sus colinas alcanzan los 200 metros de altura, lo que permite tener vistas espectaculares sobre las otras islas del archipiélago. Pero a su vez recorrerla es agotador, por senderos de montaña llenos de cuestas. Antiguamente contó con varios arroyos, que se han ido secando. Sólo está habitado el pequeño pueblecito de Port-Cros, junto al puerto, con una pequeña población de pescadores y el personal del Parque. 

Ana y yo subimos por las pistas de montaña a ver las fortificaciones. Son tres fuertes (Fort du Moulin, Fort de L’Estissac y Fort de L’Éminence) y dos fortines (de la Vigie y de Port-Man). Sólo se visita el de L'Estissac, con su muralla en forma de estrella de cinco puntas y sus almenas. 


El Fort du Moulin es el más cercano, está en un calvero 
justo encima del puerto y es el que sale en todas las fotos
cuando se enfoca el ambiente marinero. Sobresale de los pinos 
en la colina más cercana, al Norte del puerto. El barco se quedó justo bajo su silueta.


Pertenece a un particular y no se vista.

Por los mismos senderos 
llegamos a la playa de La Palud, al Norte de la isla, donde se 
ha instalado un sendero submarino para recorrer buceando. No es más que una serie de boyas, cada una con un cartelito que se lee debajo del agua en vez de encima.

Tiene un pequeño desembarcadero donde el dueño de otro barco me dijo que está permitido para barcos hasta de 7 metros, y lógicamente que no toquen el fondo, que es como de un metro. Pero nos enteramos tarde porque ya nos habíamos dado la paliza por el monte.


De vuelta al barco nos vimos Ana y yo con toda la tarde y la noche por delante, con aquel sol del Sahel, sin agua, sin duchas, sin electricidad (o sea, sin ventiladores y sin neverita) y no fuimos capaces de superarlo. Así que decidimos volver a Porquerolles, que fueron otras dos horas de navegación pero ya sin viento, y volviendo a pasar otra noche, esta voluntaria, en el mismo atraque que estuvimos dos días retenidos por el mistral. Paradojas de las vida.

 Con cuidado, navegantes.

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