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Hijo de
la luz (Miguel Hernández).
Tú
eres el alba, esposa: la principal penumbra,
recibes
entornadas las horas de tu frente.
Decidido
al fulgor, pero entornado, alumbra
tu
cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.
Centro
de claridades, la gran hora te espera
en
el umbral de un fuego que el fuego mismo abrasa:
te
espero yo, inclinado como el trigo a la era,
colocando
en el centro de la luz nuestra casa.
La
noche desprendida de los pozos oscuros,
se
sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y
tú te abres al parto luminoso, entre muros
que
se rasgan contigo como pétreas matrices.
La
gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan
los relojes sintiendo tu alarido,
se
abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y
el sol nace en tu vientre donde encontró su nido.
El
hijo fue primero sombra y ropa cosida
por
tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con
sombras y con ropas anticipó su vida,
con
sombras y con ropas de gérmenes humanos.
Las sombras
y las ropas sin población, desiertas,
se han
poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en
nuestra casa pone de par en par las puertas,
y ocupa en
ella a gritos el luminoso asiento.
¡Ay, la
vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y
ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y
ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos
dejan siempre sombras: ropas y sombras.
Hijo del
alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de
quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu
madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y
despiertos con el amor a cuestas.
Hablo
y el corazón me sale en el aliento.
Si
no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con
espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú
eres el alba, esposa. Yo soy el mediodía.
Y aquí el dibupoema, hecho con los versos marcados en rojo (hacer clic encima para verlo mejor):
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