Hola navegantes.
En entradas anteriores os hablé del navegante francés Paul de Meerschman, que con un barco como el Corto Maltés ha recorrido varios países europeos hasta el Mar del Norte, ha cruzado el Atlántico y recorrido parte del Caribe. Debido a la pandemia de Covid y a una avería importante, regaló el barco en el Caribe y regresó a Francia. Podéis ver su historia aquí:
En cuanto lo leáis vais a comprender que Paul no es de los que se sienta en un sillón con orejeras a ver correr la arena del reloj. Pasados los confinamientos y la pandemia, Paul ha vuelto a las andadas, ahora con un velero aún más pequeño. Se ha comprado un Micro Challenger, un velero de 5,5 metros de eslora, con el que piensa seguir sus aventuras. Lo ha comprado en el Sur de Francia, y este verano está transportándolo al Atlántico por el Canal de Midi. Pues en ese plano de agua aparentemente tan tranquilo ha estado a punto de naufragar. El 23 de junio, estando amarrado en La Gironde (el río donde desemboca el Canal de Midi) le sorprendió una fuerte tormenta entrándole las olas por la popa. Por alguna razón incomprensible (supongo que por un despiste) tenía taponado el imbornal de drenaje de la bañera, y las olas la inundaron.
A continuación al agua penetró en los cofres y en la cabina, todo ello en un cuarto de hora. Y el barco no se fue a pique gracias a que es insumergible, o sea, tiene parte del casco relleno con porespán para que no se hunda incluso lleno de agua. Pero los daños en el interior y la escasa electrónica de a bordo deben ser importantes.
Después del disgusto, Paul dedicó una tarde a secar todo lo mejor que pudo, y por suerte pudo proseguir su navegación, estando ya en la Isla de Oléron. Pero esta anécdota confirma que los ríos y canales no son menos peligrosos que el mar para navegar, y en varias ocasiones os he dicho que mis peores momentos como navegante los he vivido en las aguas interiores, no en el mar.
¡Suerte, Paul!.
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