Elegía
de una tarde de enero (Ligio Vizardi).
Tantas
rosas había
que
apenas entre pétalos tu rostro se veía.
Tus
manos se entregaban, en lasitud inerte,
a
un lánguido deseo de acariciar la muerte.
Un viejo
crucifijo, sobre tu corazón,
vertía su
cansancio como una bendición.
Tu pobre
madre era la Mater Dolorosa,
la María
piadosa
de un
calvario sin palmas y sin resurrección.
Tus
hermanas lloraban con desesperación.
Y antes de
que te fueras, antes que el ataúd
encerrara
por siempre tu frágil juventud,
yo me
acerqué despacio, pobre adorada mía,
y puse el
beso último sobre tu frente fría.
Y luego te
llevamos a una iglesia sencilla
de esas
donde la fe es lo único que brilla,
e
incensaron tu féretro bajo el místico estruendo
de una
liturgia antigua que yo apenas comprendo.
Después la
tarde pálida y enferma de misterio
nos vio
sobre el camino de un viejo cementerio.
En
los ojos de aquel atardecer de enero
como
perdida lágrima tembló el primer lucero.
Ya
el luto de la noche envolvía el poniente,
y
entonces te enterraron con mi beso en la frente.
Y aquí el dibupoema (clic encima para leerlo mejor):
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