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A CARLOS PELLÓN, IN MEMORIAM.
Mi amigo navegante al final se ha muerto solo.
Ya llevaba algunos años sin querer que se le viera,
y al hacerse viejo usó un extraño protocolo
para esperar sin testigos a la vieja Lastimera.
Primero se encerró en su casa de la playa
sin aceptar ni visitas, ni ayudas, ni favores,
y al final en una triste residencia de mayores
donde poder verse solo y tirar allí la toalla.
Todo eso para que no le viéramos hacerse viejo
y sólo recordáramos su andar como con muelles,
sus ironías contra los frailes y contra los reyes,
su agilidad en el Gonia al trimar el aparejo,
o su cuerpo flaco y joven en la Torca del Carlista
cansado, barbudo y sucio, con los huesos a la vista. Pues sí que lo conseguiste, Carlos, y nos has dejado
un buen recuerdo manejando el timón o las varillas,
surcando el mar en ese barco de vivir de rodillas
escorado y con el arnés, o frente a Mouro aboyado,
o buscando el agua bajo las iglesias y los menhires
con la concentración y la mirada de los faquires.
Pero eso no nos consuela de que te hayas ido solo.
Hubiéramos preferido tenerte a nuestro lado
hasta el último momento, y decir adiós a Eolo
desde mi Corto Maltés en un día ventilado,
y apagarte en la cubierta, entre el estay y la escotilla,
después de haber escrito juntos la última cuartilla.
Y no solo en una cama del hospital Valdecilla
rodeado del monitor, el suero y la bacinilla.
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Y aquí el dibupoema, con las estrofas marcadas en rojo (clic encima para verlo mejor):