Hola navegantes.
Cuando a los navegantes deportivos nos exigen medidas anticontaminación, como poner depósitos de aguas negras en barcos de 6 metros, que nos ocupan la mitad del baño o un cofre entero, las asumimos contentos de contribuir a la limpieza de los mares, aunque sepamos que son medidas estéticas y de cara a la galería. Se trata de que no se vean los truños en las calas, más que de evitar la contaminación bacteriológica, porque todos los animales marinos defecan en el mar, son infinitamente más que los barcos que vamos en superficie, y no pasa nada. Por eso nos indigna que se tolere el hundimiento voluntario de un portaaviones cargado de toneladas de contaminantes.
Ese ha sido el caso reciente del portaaviones "Sao Paulo" (antes "Foch") por parte de la marina brasileña. Era el navío insignia de la marina francesa, el segundo de su flota de la "clase Clemenceau", construido en 1959, y llegó a portar hasta armas nucleares. El primero, llamado precisamente "Clemenceau", fue desguazado por Francia en 2006. Pero el "Foch", en vez de desguazarlo, se lo vendieron a Brasil en 2000 por 12 millones de dólares, para seguir operativo, donde fue rebautizado. Más tarde, abandonado y convertido en un pecio, Brasil decidió hundirlo el pasado 3 de febrero a 5.000 metros de profundidad, en un lugar a 350 km de sus costas.
La joya,de 30.000 toneladas, se ha llevado al fondo una cantidad astronómica de productos tóxicos, entre ellos 9,6 toneladas de amianto (que es cancerígeno), y una cantidad imponente de pinturas, hidrocarburos, mercurio, cables y otros contaminantes. Imposible de creer, pero la realidad es tozuda.
Con cuidado, navegantes.
Así nos va, estimado...
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