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viernes, 6 de noviembre de 2020

Más sobre Jo Le Guen.

 Hola navegantes.

En la entrada del 23 de octubre os hablé de Jo Le Guen, un marino Bretón de 73 años que está intentando dar la vuelta al mundo en un velero de 8 metros. He vuelto a leer su libro "Les traversées de la colère", donde relata entre otras cosas sus anteriores travesías, que ya os resumí en aquella entrada. Pero son tan impresionantes que no me resisto a daros más detalles.


Respecto a sus travesías a vela, una de ellas fue en un trimarán de 15 metros con el que dio la vuelta al continente americano, desde Nueva York a San Francisco, pasando por el Cabo de Hornos. Fueron 99 días sin escalas, con la particularidad de que los hizo con su mujer embarazada (!). Obviamente el mérito es más de su mujer, Anne Liardet, que de él, que no iba embarazado, pero ahí queda.

Respecto a sus travesías oceánicas a remo, es impresionante la historia de la segunda, en 1997, que hizo en una piragua para dos, con un recluso. Jo había dado 90 conferencias en cárceles francesas para compartir con los presos las ansias de libertad  que desbordan sus aventuras, y concretamente su primera travesía del Atlántico a remo, que fue en 1995 en solitario. Fruto de estos contactos surgió la idea de que la embarcación para la siguiente travesía a remo la realizasen los reclusos en sus talleres ocupacionales. Y así se hizo. La construyeron en la cárcel de Moulins, y allí conoció a Pascal Blond, un convicto condenado a 15 años. La travesía fue de Canarias a Barbados, emplearon 49 días, remaron 10 horas diarias cada uno, bebieron 10 litros de agua cada uno al día, y perdieron unos 15 kg, pero lo consiguieron.

Después vino la travesía catastrófica, el intento de pasar el Cabo de Hornos remando, en el año 2000. Salió de Nueva Zelanda (por cierto, un mes después de nacer su cuarto hijo) y al cabo de dos meses, antes del Cabo, sufrió congelaciones en los pies. Su comunicación con tierra era a través de un teléfono satelital Iridium, que entonces era propiedad de Motorola y la compañía había decidido finalizar ese servicio. Pero en los océanos había dos hombres cuya vida dependía de él, concretamente Jo en su piragua y Philippe Monnet, que estaba intentando la vuelta al mundo a vela contra los vientos dominantes. Motorola consintió en mantener el servicio hasta que regresaran.

Gracias al Iridium fue recogido por un mercante y trasladado a Punta Arenas, en Chile, donde le operaron (perdió en dos operaciones todos los dedos de los pies) y luego trasladado a Francia. Tuvo la suerte de que en el mercante iban las mujeres de dos oficiales, las dos enfermeras, y le dieron los cuidados necesarios hasta que pudo ser recogido por un helicóptero y trasladado al hospital (estuvo un mes y medio tratado con morfina por los dolores). Como curiosidad, cuenta que por el camino de quedaron dormidos a la vez el médico y los dos pilotos, o sea que estaban volando con el piloto automático sin nadie despierto.

En su libro cuenta que cuando iba a ser recogido por el mercante estuvo dudando cómo llevarse los objetos fetiche que le habían acompañado durante la travesía, y fijaos los que eran: dibujos de sus hijos, un gri-gri, unas plumas de albatros, agua de una fuente bretona, unas fotos de sus hijos y unas braguitas de su mujer. Lo tuvo que dejar todo confiando en que tarde o temprano recuperaría la embarcación, pero no fue así.

En la convalecencia, y sin poder andar, participó en la búsqueda y el rescate de otro loco francés, Rémi Bricka, que ya había cruzado el Atlántico sobre unos esquíes flotantes en 1988, y ahora, en 2000, lo había intentado con el Pacífico y estaba perdido en algún lugar del océano al Sur de Hawaii. En otra entrada os hablaré de él. Consiguió encontrarlo en mitad del mar siguiendo sus últimas posiciones conocidas y devolverlo a puerto sano y salvo.

Posteriormente, y desde la silla de ruedas mientras se le curaban los pies, se comprometió en la lucha contra la marea negra del petrolero Erika. 

Mañana os contaré más.

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