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lunes, 9 de marzo de 2020

Los “ormeggiatori”.

Hola navegantes.

Los “ormeggiatori” (en singular “ormeggiatore”) son los marineros-amarradores que te ayudan a amarrar en los puertos italianos. “Ayudarte a amarrar” en nuestro pequeño barco es un eufemismo, pues su principal ayuda consiste en dirigirte al atraque o darte en la mano unas amarras que puedes coger del agua con el bichero. Los conocimos en la navegación a Elba.

En la Guía Imray dice literalmente:

“Muchos de los puertos en Italia tienen una sección del muelle o una dársena gestionada en cooperativa por “ormeggiatori” que te cobran una tasa por atracar. La cooperativa alquila el muelle o la dársena y eso hace el negocio legal... Sin embargo algunos autodenominados “ormeggiatori” no lo han alquilado ... Usualmente controlan todo el plano de agua de distintas maneras, y si te niegas a pagar la tasa de atraque (a menudo negociable) puedes terminar simplemente pagando más por el agua... o incluso peor”.

Y sobre el amarre fuera de las marinas dice:

“Todos los puertos públicos deben por ley permitirte amarrar en la sección pública del muelle ("banquina di tránsito") gratuitamente durante 24 horas. Pero en la práctica esto no ocurre a menudo... En general no lo esperes y no intentes argumentarlo. Posiblemente no mejore tu situación con el argumento y puedes encontrarte sin tener donde meterte, incluso si finalmente decides pagar”.

En aquella navegación a Elba en 2016 conocimos a muchos “ormeggiatori”, y la mayoría fueron amables y serviciales, y por eso quiero decirlo bien alto lo primero. Lo que pasa es que a veces es más simpático contar las anécdotas graciosas que los días en que todo transcurre con normalidad. También nos quedamos en muchas banquinas di tránsito, que es como amarrarse aquí a los puertos pesqueros con la ventaja de que en Italia a veces tenían hasta luz o agua. Aquí el Corto Maltés en la banquina de Savona:



La anécdota nos ocurrió en un puerto del Sur de la isla de Elba. Había un viento de los de arrancar los cuernos a las cabras que se encajonaba en la entrada y nos echaba contra el malecón. A Ana y a mí nos llamó la atención la gran cantidad de barcos amarrados a boyas o fondeados frente a la playa, señal de que no habría mucho sitio dentro del puerto. En la punta del espigón me esperaba el “ormeggiatore”. A gritos y entendiéndonos mal por la fuerza del viento me dijo que la "banquina di tránsito" era el muelle en el que se encontraba él, la parte más externa del malecón y completamente expuesta al viento, que me empujaría contra el muelle. Aunque era gratuita, debía darle a él una propina por ayudarme. Tenía que echar mi ancla por popa por lo menos con 40 metros de cadena (no los tengo ni para el ancla principal, la de proa) porque el viento en ese momento era muy fuerte y podía echarme contra el muro, y luego acercar la proa al muelle. Me preguntó por nuestro calado, y me chilló que si no me gustaba el sitio más adentro en el puerto tenía un atraque con fondo de sólo 1,5 metros, y que costaba 50 euros la noche (como comparación, en Portoferraio, la capital, habíamos pagado 23 y en Cavo 16, con todos los servicios). Aunque os parezca mentira dada la situación, todos esos detalles me los dio a voz en cuello mientras yo daba pasadas cerca del muro para poder entendernos, decidiendo lo que hacer. Mientras empalmaba distintos cabos plomados para conseguir los 40 metros que me pedía se acercó otro navegante con su Zodiac y me contó que la noche anterior se había amarrado en ese muelle, el ancla de popa le garreó y tuvo que cambiarse a oscuras a un fondeo en la playa para no chocar con el muro.

El riesgo era muy alto y decidimos utilizar la plaza menos mala, aunque éramos conscientes de que estaban abusando de nuestras circunstancias. El atraque del interior estaba justo bajo un camión-grúa amarillo estacionado allí para echar los barcos al agua, y me temí que estorbaría sus maniobras. Mi olfato me dijo que habría problemas, pero es donde nos dijeron. Entramos con la orza y el timón subidos por el temor a embarrancar en aquel fondo de rocas, y así el barco derivaba mucho. El agua estaba limpísima y daba miedo ver aquellas rocas tan cerca de nuestra quilla. Al estar justo bajo la grúa, al desembarcar nuestro primer apoyo para no caernos al mar era la pata telescópica del propio camión, que estaba pringosa de grasa consistente negra. Y luego teníamos que pasar por debajo de ella para llegar a la calle. Lo comprendimos tarde al analizar por qué teníamos la espalda de las camisas y las mochilas manchadas de negro.


 Al desembarcar le pregunté al “ormeggiatore” que dónde estaban las oficinas para ir a pagar, y me dijo que no había, que era el bar. La cara de Ana era un puzle y la mía, que no me la vi, supongo que otro. Resignado, me limité a negociar un descuento por quedarnos dos noches, que tuve que darles allí mismo en metálico, por adelantado y sin recibo. Por supuesto aquel muelle no tenía aseos, ni agua, ni electricidad, ni wifi. El agua había que cogerla en la fuente pública del pueblo, y para todo lo demás utilizar lo de tu barco.

La noche fue de las malas porque el viento entraba por el tambucho, el mar cabrilleaba y las olas retumbaban en el casco. Además Ana y yo estábamos preocupados por los estrechonazos de las amarras de proa, por el aguante de las de popa, y por el escaso calado con fondo de rocas. El nuevo día nos obligó a rumiar nuevas preocupaciones. A las 8 h. vino el gruista y, tras ponerse el mono de trabajo, nos dijo que allí no se podía estar a partir de las 8 h. porque necesitaba el muelle para botar los barcos. De nada sirvió decirle que habíamos pagado dos días por adelantado, y nos sugería ir a fondear delante de la playa y volver al muelle por la tarde (¡!). Busqué al "ormeggiatore" pero por allí no estaba y me dijeron que trabajaba también en un astillero y a esa hora estaba ocupado con su "otro" trabajo. No nos movimos y les advertí con toda la firmeza de que fui capaz que no se les ocurriera cambiarme el barco de sitio, porque estábamos en una zona de poco fondo y no quería que me le chocasen con una roca. Ya tenía bastante con el agujero del casco durante el transporte por la autopista para este viaje (lo conté en la entrada de 4-5-16).

 Íbamos a estar ausentes del puerto todo el día para una excursión, y cuando nos marchábamos, sobrados de adrenalina, vimos desde lejos lo que iba a pasar en nuestra ausencia. La grúa empezaba la maniobra para echar un barco al agua. Vimos que le pasaban por el aire por encima del nuestro y le botaban en nuestro costado de babor, mientras tiraban a lo bruto de nuestras amarras de estribor para apartarlo. Estaba claro lo que iban a hacer durante todo el día, afeitarnos la regala con los barcos de la grúa. En conclusión, que nos fuimos de excursión subidos de pulsaciones y con la incertidumbre de dónde estaría nuestro barco a la vuelta y lo que habría pasado con él. Por suerte le encontramos íntegro y en su sitio.

Espero que en la navegación de Santander a Venecia de este verano encontremos muchos "ormeggiatori" de los formales.

Con cuidado, navegantes.

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