A TODAS MIS MONTAÑAS.
Una noche de insomnio me di una palmada en la frente
y comprendí que tenía que hacer un verso diferente,
con estrofas larguísimas como las cumbres de las cordilleras
que hay entre los pechos de una hermosa mujer y sus caderas,
y con un ritmo suave y cadencioso como el mar de fondo
que barre eternamente el Sur de nuestro jardín redondo.
Un verso ondulante a todas las montañas a las que he subido
y a las montañas de algunas mujeres con las que he dormido.
He subido a montañas peladas con bosques en la cumbre
y a colinas arboladas que tenían pelada la techumbre.
Frías montañas que no eran nada más que un montón de piedras,
o selvas montañosas de árboles estrangulados por líquenes y yedras.
He subido a cumbres puntiagudas donde reina la nieve
y a rampas imperceptibles donde sólo, sólo y sólo llueve.
He caminado por laderas en sombra donde olía a heno,
donde la felicidad me hacía olvidar mi espíritu sarraceno,
y he navegado por colinas saladas, con barba de nazareno,
penetrando la noche con mi vela y un farol de queroseno.
En medio de algunas montañas encontré increíbles lagunas
y en mitad de las olas del mar mágicas lunas,
pero donde descubrí las cosas más maravillosas y eternas
fue entre los pechos de una hermosa mujer y entre sus piernas.
Y cuando al final tuve que elegir entre tantas maravillas...
tantas montañas, tanto mar, y la mujer que me aflojaba las rodillas...
fui listo y me quedé con las cercanas, las que refleja el mar de mi bahía,
y con la mujer que alumbra la serena placidez del alma mía.
Y aquí el dibupoema:
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