Hola navegantes.
En varias entradas os he transmitido la diferencia entre los navegantes de crucero y los regateros.
Los de crucero navegamos sobre todo por disfrutar de la estancia en el mar y conocer nuevos sitios, sobre todos esos donde no se llega fácilmente por tierra, principalmente las islas. No sólo no nos importa ir despacio, sino que a veces tenemos que frenar el barco por obligación, por ejemplo cuando llegamos a un puerto con esclusa o que tiene el acceso limitado por la marea. No es raro ver barcos en esas condiciones con las velas muy rizadas para ir a sólo 1 ó 2 nudos cuando podrían ir a 6. Pero si vamos al máximo llegamos a puerto con la entrada inaccesible, y entonces tenemos que esperar a la capa frente a su entrada, lo que es más incómodo. Hacemos vida en el barco, que es como nuestra segunda casa, y además de a la navegación tenemos que atender a la intendencia.
En el otro extremo, los regateros buscan principalmente ir a la máxima velocidad posible, aunque sea para dar vueltas y vueltas a un circuito entre tres boyas, sin ver nada, discutiendo a gritos quién tiene preferencia para tomar una boya, y volviendo luego a casa. No hacen vida a bordo y normalmente llevan el barco "pelado" para reducir peso: los depósitos de agua y gasoil vacíos, y algunos quitan los muebles, la cocina, las camas, y hasta los apliques interiores de madera, dejando la fibra vista. Cada tripulante está especializado en una maniobra, y algunos de ellos no serían capaces de gobernar un barco por sí solos.
Por supuesto hay casos intermedios, como las regatas largas de varios días.
Hoy os voy a contar algunas rarezas de esos regateros extremos. En las vueltas al mundo algunos capitanes mandan recortar las botas de agua cuando pasan el Cabo de Hornos, porque ya afrontan la remontada del Atlántico hacia latitudes cálidas. Se ahorran el peso de dos medias botas katiuskas por tripulante. Otros mandan cortar el mango de los cepillos de dientes, y hasta se ha aprovechado la idea para anuncios publicitarios, como éste que afirma "en un barco, el peso inútil es enemigo de la velocidad. El mango de un cepillo de dientes puede costarle la victoria":
He conocido regateros que quitan la funda del extremo de los cabos en el trozo que no va a pasar por las poleas y reenvíos, para ahorrarse unos gramos de tejido:
Y cada vez es más habitual sustituir los grilletes de acero inoxidable por anillos de fibra textil, lo que ahorra unos gramos.Todo ello en barcos que pesan varias toneladas. Muchas veces me he preguntado por qué no centran el esfuerzo en evitar el sobrepeso de los tripulantes, que sería más efectivo. A mí me recuerda a Mark Spitz, aquel nadador estadounidense que consiguió siete medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972, cuando se puso de moda depilarse el cuerpo y la cabeza para ofrecer menos resistencia al agua. Mark no sólo no iba depilado, luciendo una buena melena, todo su pelo en el pecho y los sobacos, sino que hasta se dejaba un bigote digno de Taras Bulba. Los afeitados no daban crédito a que les ganara.
En las regatas oceánicas en barcos gigantescos, a veces la fuerza de los brazos no es suficiente para manejar los winchis con la velocidad deseada, y algunos han adaptado una bici ciclostática a bordo, conectada con el engranaje de los winchis. Eso permite moverlos con la fuerza de los cuádriceps de las piernas, los músculos más poderosos del cuerpo humano.
Obviamente son dos formas de navegar a vela opuestas como los polos de un imán, como un fórmula uno respecto a una autocaravana, y nada más lejos de mi intención que desprestigiar a uno sobre la otra. Para gustos se hicieron los colores. Pero frente a tanta rareza yo me decanto por la navegación sin prisas, simple como los buenos días, que te permite dejar atrás el estrés de la vida cotidiana, gozar de la naturaleza, reflexionar en las horas muertas en que todo en el velero va niquelado, conocer sitios, personas y hasta países nuevos, y que en definitiva me ayuda a ser feliz.
Con cuidado, navegantes.
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