Hola navegantes.
Después de un cambio de planes forzado por un pronóstico de una semana de mistral que nos impediría navegar, entramos en el Continente por el río Ródano y dos días después llegamos a la esclusa de Saint Gilles, la que une el río con los canales. Es la más grande que afrontamos en la navegación de este verano y volvimos a pasarla solos. La imagen del Corto Maltés allí dentro, un barquito de seis metros solo en una esclusa de más de doscientos, y a finales de julio, os puede dar idea de lo que ha decaído la navegación fluvial.
A partir de ahí empezamos a navegar por encima de algo que, en vez de agua, parecía un guiso. El típico color marrón del agua con sedimentos de los canales. Ana y yo íbamos superanimados porque ya faltaba poco para que se incorporara el grumetillo y nos acompañase una semana por los canales. Con cuatro años iba a ser su primer viaje en velero, y no queríamos que fuera por el mar para correr menos riesgos. En el cuaderno de bitácora había un separador en el que se veía a un niño montando en un triciclo y llevando a remolque un velero encima de un carrito. Estaba con el cuerpo girado para atrás, mirando su barquito. No pude resistirme a añadir una nube saliendo de su cabeza en la que ponía:
-Dentro de poco voy al de verdad.
-Dentro de poco voy al de verdad.
Era cierto, en menos de dos semanas, si no había nuevos incidentes, seríamos tres a bordo.
Con cuidado, navegantes.

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