Visitas al blog:

sábado, 30 de noviembre de 2024

Adiós a un buen amigo.

Hola navegantes. 

 Hace unos veinticinco años conocí a un navegante que me ha marcado profundamente. Una mañana desembarcaba tranquilamente en Punta Rabiosa con mi velero de entonces, un Cóndor 20, y vi en la playa a un hombre enjuto limpiando la cubierta de un velero como el mío. Por la similitud de los barcos trabamos conversación, y de nuestra forma similar de concebir la navegación, y la vida en general, surgió una amistad que ha durado hasta el final.

Carlos Pellón era un ingeniero jubilado, aunque su aspecto físico engañaba respecto a su edad. De joven había sido espeleólogo, y entre otras cosas realizó la primera topografía y medición exacta de la Torca del Carlista, en 1958. En las siguientes fotos podéis verle, con una juventud insultante y con el rostro de un cristo crucificado dos veces, a la salida de la cueva. Y en la segunda, el escenario con los medios de entonces, que más parece una trinchera de la primera Guerra Mundial:

 

Profesionalmente había trabajado en Euskadi en los años de plomo de la ETA, y como no había cedido a su extorsión había estado amenazado de muerte, le habían dado permiso de armas y acudía al trabajo con pistola. Al jubilarse se instaló en un pueblecito de la bahía de Santander. Como consecuencia de un divorcio gris y de la independencia de sus hijos, vivía solo y pasaba temporadas en el velerito. Recorría habitualmente la costa cantábrica, entre Asturias y Euskadi, lo que para un velero de menos de 6 metros tiene su mérito, y había pasado varios meses en el mismo velero en el Mediterráneo, donde le había llevado en un camión. Aunque Carlos era un peso wélter, tiene mérito que aguantara viviendo varios meses en ese barquito. Su técnica de pernocta era varar en la playa en bajamar (el Cóndor 20 era de orza abatible) o amarrarse en las escaleras de desembarco de los anexos, ya que su velero entero era tan pequeño como muchas de las zodiac que usaban para desembarcar de los veleros fondeados. Su ejemplo me animó a mis primeras navegaciones por fuera de la bahía con el Cóndor 20, y a comprender que el tamaño no importa, sólo la prudencia y la pericia del capitán. En la siguiente foto nuestros dos veleritos, el Gonia y el Corto Maltés, los de entonces, en un rincón de nuestra bahía:

Como en el terreno científico Carlos tenía una curiosidad de portero, al jubilarse se dedicó a investigar las bases científicas de la radiestesia, para la que estaba especialmente dotado. No sólo era capaz de encontrar agua subterránea con las varillas, también acertaba su curso, su dirección y su profundidad. Más allá de eso dedujo las bases fisiológicas de la radiestesia (detección de pequeñas alteraciones gravitacionales por las células ciliadas del utrículo y el sáculo del oído interno) y aplicó sus conocimientos a diversos estudios arqueológicos. Con sus varillas estudió templos católicos, musulmanes, construcciones mayas y egipcias, etc, en diversos viajes por el mundo, demostrando que todos ellos estaban construidos siguiendo las líneas de las corrientes subterráneas de agua. Dio algunas clases magistrales en alguna universidad de México, y mantuvo un blog con sus descubrimientos:

  Clic aquí.

 En 2001 compartí con él y con mi hijo Pablo una navegación por el Mediterráneo en una goleta de 18 metros. Aquello era otro mundo comparado con nuestros dos pequeños minifundios que se movían a vela por Santander, y nuestra amistad se estrechó y dio origen a multitud de anécdotas. Porque entre otras cosas, durante aquella navegación nos explicó los secretos de la radiestesia y nos enseñó a practicarla (en la segunda foto, practicando con las varillas en Cabrera, sobre el azul pastel del Mediterráneo en verano):

 

También hizo un estudio radiestésico de los menhires de Valdeolea, en Cantabria, demostrando que su recorrido sigue las líneas subterráneas de agua, y que uno de ellos está plantado al revés. Debió caerse, y al encontrarlo tumbado lo levantaron al revés, lo de abajo arriba, quedando situado a 4 metros y pico de la ubicación original, que es donde se cruzaban las líneas subterráneas, exactamente la misma distancia que la altura del menhir.

Carlos navegó hasta cerca de los 80 años, casi siempre en solitario, y colaboró con nuestra actividad de vela solidaria "Carpe Diem" con niños de oncología. Con el paso del tiempo fue haciendo adaptaciones a su velero para compensar sus limitaciones funcionales, hasta que comprendió que no podía seguir. Un día tuvo un pequeño ictus mientras navegaba en solitario, y consiguió llegar a puerto y a su casa antes de llamar al 112. Aunque se resolvió sin secuelas consideró prudente dejar de navegar y vendió el Gonia. Aunque a él le dolió como la enfermedad de un hijo y a los amigos la decisión nos dio en plena linea de flotación, todos le dijimos que hacía lo más prudente. Y aunque luego vino a navegar con nosotros algunas veces, se veía que ya no era lo mismo. Venía a bordo con ganas de fondear y con unas modestas notas a punto de no ser leídas, donde explicaba sus descubrimientos de radiestesia para un futuro libro, que no vio la luz.

Carlos nunca temió a la  muerte, y fue capaz de escribir su propio epitafio poético, que comparto con vosotros, en el que se imagina volviendo a navegar en el Gonia, esta vez hacia la eternidad (clic encima para verlo mejor):

Se ha marchado a la francesa y discretamente, como vivió, de una manera rápida y sin sufrimiento, aunque los últimos años muy afectado por sus limitaciones físicas, que en una persona con la mente completamente lúcida, como él, son más dolorosas de aceptar. Descanse en paz. Yo le rindo homenaje con mis propias palabras para cuando me llegue el mismo momento:

Pues ni eso me importa, yo viviré día a día
entre la montaña, el río y el azul de mi bahía,
hasta que me abracen la enfermedad o las rompientes
y me deba despedir de la ciudad en la que eché los dientes.
Si hay más allá disfrutaré de la vida desde arriba
siguiendo la historia de mis hijos y de los siguientes,
y si no lo hay lo lamentaré por todos los creyentes.
Yo no me arrepentiré de mucho en la Triste Comitiva.

Con cuidado, navegantes.

jueves, 28 de noviembre de 2024

Black Friday.

Hola navegantes. 

Para no ser menos que los demás, hasta el domingo os ofrezco dos de mis libros por el precio de uno. Podéis escribirme a alvarogaledo@gmail.com 

 Un saludo.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Curiosidades náuticas de la Isla de Sao Miguel (Azores).

Hola navegantes. 

Hemos pasado una semana de vacaciones en  la Isla de Sao Miguel (Azores). Hace unos años estuve en las de Faial y Pico en velero, ambas más al Oeste, pero esta vez hemos ido en avión. Aunque no haya sido un viaje de navegación, aprovecho para contaros algunas curiosidades relacionadas con la náutica.

Durante los primeros días de nuestra estancia el famoso anticiclón de las Azores parecía haberse desplazado a otro lugar y sufrimos un tiempo invernal, y el paso de varias borrascas. Desde el avión se veía la costa Norte (sobre todo) de la isla azotada por un viento de fuerza 6 ó 7, y todo el océano lleno de olas hostiles a la vida. Suele decirse que desde al aire, cuando se está buscando un velero en apuros, la forma de distinguir una vela de una ola rompiente es contar su duración; si dura menos de 10 segundos es más posible que sea una ola, y si dura más de 10 segundos es más posible que sea una vela. En este caso no se cumplía, porque todas las olas duraban más de 10 segundos.

Sao Miguel es una de las islas más al Este del archipiélago, y está separada por más de 120 millas de las siguientes por el Oeste. Lo más característico es la cantidad de lagunas que tiene, formadas por el agua de la lluvia que ha rellenado los cráteres volcánicos, y que se ven desde el satélite.

Incluso hay un pequeño volcán en mitad del mar, en su costa Sur, con un cráter perfectamente redondo al que se puede entrar en embarcaciones pequeñas, y un pitón alto como un baluarte, y que vimos perfectamente al sobrevolarlo. Se llama el Islote da Vila:

Sao Miguel tiene poco turismo náutico, ya que todos los navegantes que cruzan el Atlántico prefieren detenerse en Horta, la capital de la Isla de Faial (más al Oeste) que está mejor dotada en servicios náuticos, tiendas de acastillaje, velerías, etc. Por eso el puerto de Ponta Delgada, la capital de Sao Miguel, estaba casi vacío:

Algunos de los amarres estaban ocupados por peniches-vivienda con aspecto de no moverse nunca, supongo que apartamentos de alquiler o de Airbnb:

Los veleros de paso han empezado a dejar sus recuerdos con pintadas en el suelo del muelle y en las rocas de la escollera, como se hace en Horta desde hace décadas. Pero claro, aquí la costumbre es reciente y todavía queda  mucho muelle para pintar. 

 


Me han dicho que ya se hace en todas las islas del archipiélago. Por cierto, en Horta el perfeccionamiento ha llegado a hacer las pintadas con relieve, incorporando algún objeto (una camiseta, un ancla...) a la obra, endurecida con barniz o con resina para que dure:

 

En algunos puertos de la isla de Sao Miguel todavía pueden verse las embarcaciones de remos con las que se cazaban las ballenas. Increíble perseguir a una ballena con esos barquitos:

Algunos puertos de la costa Norte, más expuestos, no tienen ni siquiera pantalanes. Los barcos se sacan a tierra todos los días con su remolque, para no dejarlos expuestos a las olas y los vientos en el puerto. Por ejemplo el de Porto Formoso:


Se amarran al muro para desembarcar el pescado, y enseguida los suben al muelle de hormigón con un cabrestante. Por supuesto que muchos días no se puede salir a pescar, pero por lo menos los barcos no corren peligros a flote.

Algunos de los enormes lagos de los cráteres volcánicos se usan en verano para deportes náuticos, como vela ligera o kayak. Por ejemplo el de Sete Cidades al Oeste, o el de Furnas al Este. Parecen lagos suizos, pero los días de fuerte viento se agitan como si estuvieras en el mar. Nosotros los visitamos los dos primeros días, en que el viento cortaba como una navaja nueva, y tenían este aspecto:

 

 

Hasta se nos rompió el paraguas. El de Sete Cidades se llama así porque dentro de un cráter enorme hay 7 más pequeños, algunos inundados y otros no. Los dos más grandes están comunicados entre sí pero son de distinto color, uno azul y otro verde, el segundo por el crecimiento de algas. Nosotros fuimos en un día muy nublado en que el sol brillaba con poca convicción,  y los dos los vimos grises. En el verde había una máquina cortacésped, como la que vimos en la navegación a Londres en el Corto Maltés para limpiar los canales de Bretaña, supongo que para trabajar en verano y despejar la laguna de algas para poder navegar por ella:

Clic aquí

El lago más mítico de la isla es la Lagoa do Fogo y su accesorio, Lagoa do Fogo Petit, lo que más nos han gustado de toda la isla:


 

Se llama así por ser el último que erupcionó (en 1563) tragándose la lava una parte de la ciudad Ribeira Grande, al Norte. Este lago no es navegable porque no tiene accesos rodados, sólo a través de un  sendero de montaña increíble, con escalones tallados en la tierra, y bastante resbaladizos con todo lo que llueve allí:

 


 La excursión merece la pena, porque está rodeado de unas playas de arena fina volcánica que podrían competir en finura con las del Cantábrico. En poca ocupación ganan las de Sao Miguel con creces, y estábamos Ana y yo solos en mitad del paraíso:

El resto de la isla es muy fácil de visitar, pues está al alcance de un coche de alquiler (por cierto baratísimo: 85 € dos días un Renault Captur, un cochazo, porque no tenían uno más pequeño) ya que sólo  mide 60 x 13 km. Es la meca del turismo de senderismo, con más de 40 rutas señalizadas que recorren paisajes selváticos, de árboles impresionantes, ríos caudalosos y cascadas increíbles. Allí lo que no falta es el agua:



 

 Y por supuesto los restos de actividad volcánica, con grietas en cualquier campo o cuneta por donde sale humo sulfuroso, charcos y pozas de los ríos donde el agua hierve, baños termales, y hasta hornos naturales donde se cocina el cocido simplemente dejando enterrada la olla con sus ingredientes durante unas horas bajo el suelo:


Los restaurantes tienen hoyos asignados, marcados con su nombre, y los particulares pueden ir a enterrar su olla pagando una pequeña cantidad al encargado.

En resumen, una isla paradisíaca, que bien merece la visita y que, por lo menos cuando hemos ido nosotros, en noviembre, no está invadida por el turismo. Eso sí, hay que llevar ropa variada porque, como dicen allí, tienen las cuatro estaciones cada día.

Con cuidado, navegantes.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Navegar con 100 años.

Hola navegantes. 

 Es médico, quiso especializarse en histología pero no pudo por ser daltónico, y finalmente eligió la neumología. Fue jefe de servicio en el Hospital de Perpignan durante 35 años, pero aquello queda ya muy lejos. Porque Jean Diet tiene 100 años, y ahora vive retirado en Port-Vendrés, disfrutando entre otras cosas de su velero.


Detrás de ese rostro arrugado como un cartón acanalado y del audífono se esconde una juventud por supuesto de médico, pero también de navegante (ha recorrido los siete mares y cruzado dos veces el Cabo de Hornos), de montañero (con ascensiones al Himalaya) y de miembro de la resistencia francesa durante el nacismo, lo que le costó la cárcel. Ahora que no vive a contrarreloj lo que le llena es la vela, y continúa navegando un día a la semana en su velero "Gros Leon", un Gib Sea 33 de 1975, tanto en verano como en invierno y con cualquier clase de tiempo. Lleva haciéndolo desde que se jubiló en 1985, y se hace acompañar por tres amigos también de una edad venerable (el timonel y responsable actual, Christian, tiene 80 años) y hacen salidas de un día. En la siguiente foto, Jean es el flaco vestido de azul marino.

Jean usa bastón, pero lo deja nada más embarcar y en el barco se mueve sin ayuda. Sus hijos le han impuesto una pulsera de telealarma por si se cae al mar o tiene un accidente. Una mañana de invierno se cayó al agua desde el pantalán, y después de un rescate dificultoso, de recogerle rígido como un fueraborda frío, y de recalentarle, se negó a que le llevaran a casa. Él había ido a navegar, y no quiso dejar de disfrutar del mar por ese pequeño incidente.

Aunque en la foto anterior se le ve pequeño y esmirriado, al conocer su historia se comprende su talla de gigante. Además ha transmitido su afición a uno de sus hijos, que está preparando un velero para dar la vuelta al  mundo. Enhorabuena, Jean.

Con cuidado, navegantes.

sábado, 9 de noviembre de 2024

Miedo al Sr. Roca.

Hola navegantes. 

 No sé por qué razón hay tanta resistencia a bajar a usar el WC de un velero. Reconozco que es incómodo, sobre todo cuando navegas a contraviento, cuando el mal tiempo lo menea todo, cuando estás con el traje de aguas que cuesta mucho quitárselo y algunos no tienen bragueta, y cuando estás medio mareado y entrar a la camareta puede acabar de darte la vuelta al estómago. Algunos navegantes parece que tienen miedo de encontrarse con el espectro del Sr. Roca esperándolos y buscan cualquier disculpa para no bajar.

Pero orinar por la borda del velero es muy peligroso, y es responsable de la mitad de los accidentes de hombre al agua, a juzgar por los ahogados que llevan la bragueta abierta. En otra entrada os comenté los peligros de orinar por la borda, tanto los hombres como las mujeres:

 Clic aquí

Y aparte del peligro, está la eterna pregunta de cuánta parte del chorrito se quedará en la cubierta, lo que a los otros tripulantes no les hace ninguna gracia. 

Algunos barcos de competición han desarrollado inventos para no tener que ir a la borda pero tampoco tener que entrar a la cabina. Por ejemplo el trimarán gigante Edmond de Rothschild, para su participación en la Route du Rhum de 2022, tenía un pocito en el suelo de la cubierta, justo detrás de la rueda del timón, para poder orinar allí sin moverse del puesto de gobierno. El pocito absorbía hacia el mar la orina, debido a la depresión de aire que se produce debajo del barco por la velocidad debido al efecto Venturi. Es igual que los achicadores que hay en el suelo de los veleros de vela ligera para evacuar el agua se se embarca en las maniobras. A mí me queda la duda de si el patrón será capaz de afinar la puntería hacia el pocito con las olas y la escora.

 Por cierto, para las chicas reconozco que ir a orinar con el traje de aguas puesto es una pesadilla, y especialmente en esos barcos pequeños de los de vivir de rodillas. Por eso se han inventado unas copas o embudos para que puedan orinar de pie (o de rodillas en un barco pequeño) pero sin tener que quitarse el traje de aguas. Os lo conté aquí:

Clic aquí 

Se recomiendan para muchos deportes y actividades de la naturaleza, pero en la vela encuentran un uso muy adecuado.

Con cuidado, navegantes.

martes, 5 de noviembre de 2024

Dibucarta del golfo de Morbihan.

Hola navegantes. 

He recuperado el original de otra de las dibucartas de la navegación a Bretaña. Se trata de cuando llegamos  a Vannes, la última ciudad accesible en barco del Golfo de Morbihan.

El Golfo de Morbihan es enorme, unos 150 km2, pero su entrada es muy angosta, unos 700 metros, y por ella entra y sale la marea con un chorro grandioso que puede superar los 9 nudos y adquirir la forma de ríos o torrentes dentro del mar. Es la segunda corriente más fuerte en Europa. Ni que decir tiene que cuando la marea vaciante se enfrenta a vientos del Sureste al Suroeste se forma una barra en la entrada, con olas cortas y rompientes. El interior del golfo está salpicado de numerosas islas e islotes (30 ó 60 según la forma de considerarlos) casi todos con vegetación abundante y playas donde se puede desembarcar. Sólo dos, la Île aux Moines y la île d'Arz, están habitadas. Una leyenda atribuye la creación del golfo a las lágrimas de las hadas desalojadas del cercano bosque de robles y hayas de Brocelianda, donde se sitúan las aventuras de la Mesa Redonda y otros cuentos y leyendas. Las hadas habrían echado luego sus coronas al agua, que se habrían convertido en las islas.

Aunque en general la corriente de marea sigue el recorrido de los canales entre islas con la regularidad de un mapa de carreteras, en algunas zonas puede generar remolinos que atrapan al barco, y en muchos lugares hay contracorrientes en dirección contraria a la principal. El golfo recibe las aguas de cuatro ríos, el Auray, el Vincin, el Marle y el Noyalo, que son parcialmente navegables y que terminamos explorando con el Corto Maltés. De hecho estos ríos son los que dieron origen al golfo, cavando un estuario demasiado profundo como para llegar al mar, que ya se había retirado más lejos en la era cuaternaria. Cuando se descongeló, el golfo estaba integrado por pantanos separados del mar, y unos miles de años más tarde el océano acabó por invadir la cuenca. 

Un tercio de la superficie del golfo se seca en bajamar, y su profundidad oscila entre 20 metros en las zonas centrales de los canales más hondos, hasta sólo 20 cm. entre algunas islas y muchas zonas se secan en bajamar. De un extremo a otro hay 20 kilómetros, una distancia tan grande que la marea creciente tarda más de dos horas en recorrerla y las tablas de mareas tienen la información doble: por un lado los horarios en Port-Navalo, justo en la boca de entrada, y por otro lado en Arradon, en su extremo Norte, pudiendo haber diferencias de hasta 2 h. 45 min. 

Desde el punto de vista de la naturaleza posee un ecosistema variado, notablemente por la presencia de un herbario del alga zostera, el segundo más importante de Francia. Es la misma que hay en la bahía de Santander, contribuye a estabilizar los fondos, a reducir la turbidez del agua y a favorecer la oxigenación y la producción de fitoplancton. Sus hojas sirven de refugio y zona de desove a multitud de especies. Lo malo es que si intentas fondear sobre ellas tienen un agarre muy malo para el ancla y es frecuente que el barco garree, efecto que padeceríamos varias veces durante nuestra estancia. Además el golfo tiene gran interés ornitológico, tanto por las especies permanentes como las migratorias.

 Entramos en el golfo a mitad de la marea creciente. Aquél estaba siendo un verano moroso, y aunque estábamos en julio, por la mañana el cielo había estado cubierto de nubes grises, prietas y redondas como un cerebro. Por suerte al mediodía se despejó y cuando afrontamos el paso lucía un sol espléndido. Sólo habría faltado que volviera al escenario la niebla espesa que se comía los colores que habíamos tenido la víspera, que nos había hecho navegar tocando la bocina de niebla. La corriente era tan fuerte que podía empujarnos en línea recta contra los bajos que rodean la entrada, y el barco no ser capaz de tomar la curva hacia la derecha que hay que seguir para continuar hacia Vannes. Es lo mismo que un coche que se sale en una curva por exceso de velocidad. Cuando un barco es llevado por la corriente obedece mal al timón, porque en realidad sobre el agua está casi quieto. En cuanto llegamos al paso nos agarró una corriente que parecía que estábamos en el Amazonas. Las boyas parecía que navegaban como una zodiac rápida, aunque obviamente estaban paradas, y cerca de las orillas rocosas y de los bajos se formaban olas como las de los ríos caudalosos. A la entrada nos arrastraba a 9,2 nudos. Cualquier fallo en esa corriente habría sido irreversible, porque mi fueraborda no da más de 5 nudos en las mejores condiciones, y si me hubiera ido por el canal equivocado no habría podido dar marcha atrás y en ese laberinto de islas era fácil varar o chocar contra un bajo. Pero por suerte todo salió bien y llegamos a Vannes remontando el río Marle. Allí hicimos una pausa para el cambio de tripulación, y luego me pasé casi un mes con Ana añadiendo ese maravilloso golfo a nuestro palmarés.

Esta es la dibucarta de aquella etapa (clic encima para leerla mejor). Se empieza a leer en el pelo y se la daré al primero que la transcriba abajo, en el apartado de "comentarios".

Con cuidado, navegantes.