Hola navegantes.
A veces me preguntan la razón de que me salgan bien las navegaciones. Después de mucho pensarlo he llegado a la conclusión de que depende de cinco factores:
1. Tener tiempo. Es el fundamental. Yo suelo hacer navegaciones de unos 3 meses y sin ese tiempo no habrían sido viables. Muchos dirán que eso les resulta imposible, y lo dejan para la jubilación. Es el típico error, porque al llegar a la jubilación tus circunstancias familiares y de salud pueden haber cambiado, y entonces ya no puedes navegar por otras razones. Cuando estaba en activo yo me pedía permisos sin sueldo de 2-3 meses, que juntaba al mes de vacaciones. La gente suele decirme que qué suerte poder hacerlo, porque se quedan con la parte del "permiso" y no se fijan en la parte de "sin sueldo". Obviamente tienes que organizarte para ahorrar en los otros meses lo que vas a dejar de ingresar durante el permiso. Y en mi vida profesional he renunciado voluntariamente a oportunidades de promoción porque significaban disponer de menos tiempo libre. Dinero podremos tener más o menos, pero tiempo siempre tendremos menos. A todos en la vida nos llega a un momento en que tenemos que elegir entre el tiempo o el dinero. La mayoría elige el dinero, y me parece que se equivocan.
2. Tener un barco pequeño. Puede parecer una herejía, pero es la verdad. Para las navegaciones costeras es suficiente un 23 pies, y aguanta bien las condiciones meteorológicas habituales (hasta fuerza 6 y olas de 2-2,5 metros). Y cuando nos han sorprendido condiciones peores no pronosticadas (vientos de fuerza 7 con rachas de 8, y olas de mayor factura, como de 2,5 a 3 metros) también las hemos aguantado navegando con prudencia. En la siguiente foto, olas de 2,5 metros en el Raz Blanchard:
Y aquí la forma de saber la altura real de las olas desde el barco:
Clic aquí.
Además ya he dicho muchas veces que cuando no salimos de puerto por la meteorología tampoco lo hacen los barcos mayores, porque a nadie le gusta pasarlo mal en el mar. A cambio, con un barco pequeño podemos recorrer el interior de los países por los ríos y canales, encontramos siempre plaza en las marinas, y caemos simpáticos en los puertos y nos ayudan. Si en vez de intentar abarloarnos a un pesquero donde están trabajando, con un modesto barco de 6 metros, ateridos de frío o sudando como si tuviéramos la alcachofa de la ducha dentro de la gorra, lo hiciéramos con uno de 10 metros, con las chicas en topless y los chicos con un cubata, supongo que la recepción sería diferente.
Finalmente, en caso de avería mayor un barco pequeño es fácil de llevar a casa en un camión o en un remolque.
3. Tener un barco simple. Me refiero a con poca electrónica y pocos equipamientos. En los barcos las cosas se estropean mucho más que en los coches, por ejemplo. Hay un dicho marinero que especifica que toda mecánica, incluso la más simple, conoce un estado normal, natural, estable, llamado “avería”, y que sólo en algunos casos puede, durante una duración limitada, mantenerse en un estado anormal, antinatural y totalmente inestable llamado “de funcionamiento”. Cuantos más equipos tienes más cosas se te pueden estropear, y si te has acostumbrado a ellos te cuesta navegar sin su ayuda. Conozco amigos que han anulado viajes por fallarles el equipo de viento, o el molinete del ancla, o la nevera, o el plotter, o el radar, o el AIS o vete a saber qué, cuando yo navego habitualmente sin todos ellos. Y cualquier avería en un puerto extranjero y en verano puede ser un inconveniente imposible de superar: los talleres están de vacaciones o bajo mínimos, las esperas para que te atiendan son largas, las piezas de repuesto tardan en llegar, pierdes la cita con los siguientes tripulantes, y se te adelgaza la billetera pagando la estancia en una marina mientras te lo arreglan. En el peor de los casos tienes que dejar el barco en el puerto de la avería y volver a por él el verano siguiente.
4. Hacer una buena planificación. Ir a Londres o a dar la vuelta a Francia navegando no es salir de Santander hacia el Este hasta que llegues. Hay que calcular la distancia total y el tiempo de que dispones, y dividirlo para saber las millas que tendrás que hacer cada día (¿ah, si?). Del tiempo de que dispones hay que descontar un día para arbolar y desarbolar, uno o dos días para cada intercambio de tripulación, un 10 % por inclemencias meteorológicas, los días que dedicarás a visitar las ciudades (porque no todo va a ser navegar y navegar) decidir si descansarás un día a la semana o no, y si harás navegaciones nocturnas o no (prolongar una navegación por las noche equivale a 3 ó 4 días de navegación normal). Y en los ríos, canales, y otros andurriales del interior de los Continentes, calcular las enormes demoras en las esclusas (entre 15 y 45 minutos según su tamaño y la frecuentación). La distancia que calculas en el mar hay que multiplicarla por 1,5 para incrementarla en un 50 %, porque en las etapas de ceñida la distancia por lo menos se duplica. Y en sitios específicos, como en Bretaña o Normandía, a lo anterior tienes que añadir las horas en que los puertos o las esclusas estarán cerrados por la marea (¡ah, bueno!). En la siguiente foto, el puerto de Plouër Sur Rance cerrado por la bajamar:
5. Estar dispuesto a vivir mucho tiempo en un sitio precario.
Aunque dicho así parece muy duro, en la realidad no lo es tanto.
Costeando puedes parar en puerto todos los días, lo que supone un
desahogo, y tienes los aseos y las duchas de las marinas. Casi todos los
que viajan en veleros grandes prefieren ir al baño o a ducharse en los
de las marinas para quitarse trabajo e incomodidades a bordo (tener que vaciar el depósito de aguas negras, limpiar entero el baño después de cada ducha, desatascar los pelos del desagüe, etc). O sea que
tampoco eso es una ventaja de los veleros grandes. Además, con lo que
te ahorras en la compra del barco, el mantenimiento y las marinas por
ser de pequeña eslora, puedes ir a dormir a un hotel siempre que te
apetezca, y todavía estás ganado dinero.
Dicho esto,
aclarar que coincido con todos los navegantes en que lo más difícil es
tomar las decisión de partir, y atreverse a seguirla. Espero que nuestras experiencias os ayuden a hacerlo.
Con cuidado, navegantes.