Hola navegantes.
Lo habéis leído bien, el francés Christian Marty en 1981 (con 36 años) cruzó el Atlántico en una tabla de windsurf, uniendo el continente africano y el americano en 37 días. Una de esas historias tan enormes como para tejer un jersey al mundo entero.
Christian había conseguido ya algunos récords en ese mismo deporte en las Antillas y entre el continente y la isla de Córcega, y se propuso lo que parecía imposible.
Lógicamente tuvo que hacer algunas adaptaciones a la tabla, que ya de por sí era un modelo especialmente concebido para ese intento. Era de 3,5 metros de eslora y 0,75 de manga y pesaba 20 kg. Como la mayoría del recorrido iba a ser de empopada, el rumbo más difícil por el equilibrio en las olas y por no poder "colgarse" de la vela sino tener que sujetarla a pulso, planificó hacer la travesía sentado. Para ello se fabricó una especie de cojín de cuero que llevaba colgado del chaleco, y tuvo que diseñar un segundo wishbone (la botavara de las velas de wind) para poder alcanzarlo desde la posición sentada. El segundo wishbone se hacía firme al principal:
Aunque llevaba un barco nodriza de acompañamiento para transportarle la comida, su propósito era hacer toda la travesía sin abandonar la tabla. Para ello diseñó un inflable que rodeaba la tabla por la noche, y donde tendía un colchón y un saco de dormir estanco:
En ese habitáculo dormía, comía, se duchaba y hacía sus necesidades. Además por la noche sustituía el palo de la vela por un pequeño mástil con un reflector radar y unos bastoncillos luminosos (para que no le perdiera de vista el barco nodriza) así como una reserva de flotabilidad (o sea, otro inflable en la punta) para que en caso de vuelco la tabla no se quedara boca abajo.

El color del fondo lo eligió azul-verdoso para no atraer a los cetáceos, porque ya comenté en otra entrada que si la obra viva de un barco se pinta de blanco, vista desde más abajo por una ballena puede confundirla con un congénere y venir a "jugar".
En el barco nodriza llevaba un arsenal de repuestos: 30 velas de distintas superficies (desde 2,8 a 9 metros cuadrados) varios palos y wishbones, 8 sacos de dormir para sustituir a los que se mojasen (se fabricaron especiales, con cierre de velcro en vez de cremallera, para poder abrirlos de un golpe si la tabla se volcaba mientras dormía, lo que le ocurrió varias veces), 40 "sacos-pipí" (pequeñas bolsas con una cápsula absorbente para orinar sin salir del saco), y por supuesto la comida y el agua para la travesía, contando la de Christian y la de los 6 miembros de la tripulación del barco nodriza.
También llevaba unas orzas especialmente lastradas para pasar la noche. No navegaba con ellas y las ponía sólo para dormir. Eran de fibra, de 1,5 metros de largo y 6 Kg de lastre de plomo en el extremo. A pesar de este equilibrio adicional, las primeras noches no paraba de volcar y tuvieron que mejorar la estabilidad de la tabla añadiendo unas defensas inflables del barco nodriza en cada banda.
Christian llevaba siempre una mochila con material de supervivencia, por si acaso el barco le perdía de vista y se quedaba abandonado en mitad del Océano: botiquín y aseo, bengalas, destilador de agua de mar, líneas de pesca, una especie de cometa para aumentar su velocidad si le faltaba la vela, y un walkie-talkie. De todas formas los walkie-talkies se estropearon a mitad de la travesía y perdieron esta forma de contacto, haciendo aún más peligroso cualquier despiste.

El barco nodriza, aunque imprescindible en este caso, fue una fuente de problemas. Era un velero de 22 metros de eslora con 6 tripulantes, especialmente preparado para este desafío. En la primera salida, desde Dakar, tuvo una avería en el timón que les obligó a regresar a solucionarlo, con lo que la primera etapa de la travesía se repitió dos veces. En muchas ocasiones la tabla de windsurf, que es veloz como un dardo (a veces, 20 nudos) navegaba más deprisa que el velero, y se tenía que parar a esperarles y que no le perdieran de vista en mitad del Océano. Sorprendentemente en la tabla no llevaba una brújula, y cuando se adelantaba la única forma que tenía Christian de no salirse del rumbo marcado era calculando a ojo su ángulo con las olas, como veis algo muy poco científico pero que sirvió. Si no hubiera afinado podría haberse salido del rumbo del velero, y que luego no se hubieran reencontrado.
Por la noche el barco hacía pasadas en zig-zag cruzando la deriva de la tabla para no perderla de vista, y algunas noches la abordaron, provocando su vuelco. También se echaron a perder, por distintos motivos, las dos zodiac que
llevaban para traspasar el equipo del barco nodriza a la tabla.
El momento más peligroso de la travesía fue cuando una noche la tabla volcó, el saco de dormir se separó de ella, y Christian fue a recuperarlo a nado. Otra ola enderezó la tabla, y al recibir de nuevo el viento se puso a derivar más deprisa de lo que él nadaba. Llegó a estar a más de 200 metros de ella a pesar de sus esfuerzos, y fue recuperado por casualidad. Los del velero no vieron el vuelco, y como se enderezó sola, al volver a ver sus luces no se imaginaron lo que había pasado en ese corto intervalo. Creyeron que todo seguía normal y no hicieron nada para acercarse. La casualidad quiso que uno de los bordos en zig-zag se acercaran al náufrago, que a gritos consiguió que se fijaran en él.
Finalmente llegó a Kourou, en la Guyana Francesa, tras 37 días sin abandonar la tabla.
Christian era piloto de profesión, y por desgracia falleció en un accidente de un avión Concorde, que pilotaba, a los 54 años.
Con cuidado, navegantes.