Hola navegantes.
Después de Ay empezaron nuestros auténticos problemas, y siempre por las malditas algas que bloqueban el fueraborda (entradas del blog de 16 a 19 de agosto; si queréis entrar en depresión volved a leerlas). Se nos estropeó la inversora en Vitry-le-François, un pueblo en un canal apestado de algas, y de momento conseguimos resolverlo. Pero dos días después se rompió del todo, nadie nos ayudó y tuvimos que llegar al siguiente sitio habitado, Joinville, sin marcha atrás, que en las esclusas es casi suicida. Allí un mecánico de automóviles consiguió repararlo trabajando un sábado y un domingo (gracias, Raphael).
De momento seguimos, pero 3 días después ya no fué la inversora sino los calentones al obstruirse el circuito de refrigeración por las algas. En Vesaignes-sur-Marne vimos que con esa inseguridad no podíamos afrontar el Río Ródano, un coloso de 1 km de ancho, corrientes de unos 3 nudos, esclusas de hasta 25 metros y tráfico comercial de marcantes y gabarras compartiendo las esclusas y los amarraderos. Uno de los calentones se produjo, ¡qué casualidad!, al lado de un lago que tenía clubes de vela ligera. Deduciendo que allí habría concesionarios de fuerabordas, dejamos el barco tullido debajo de un puente y fuimos con las bicis a probar suerte. Y la tuvimos (relativamemnte, ya veréis luego) porque a una hora de donde habíamos dejado el barco había uno de Mercury y, agarrándonos a un clavo ardiendo, compramos el único fueraborda que tenía en existencias. No podíamos esperar varios días a que en el mes de agosto le trajeran otro. Y era un 6 CV (el Selva tenía 8) y sin cargador de batería. Nos quedábamos con menos potencia y sin posibilidad de enfriar la neverita, dos graves problemas en aquél infierno, pero más seguros al ir con dos motores al Ródano.
¡Con cuidado!.
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