Hola navegantes.
De Paris fuimos a Chalifert. Nos acercamos a un grupo de chicos y chicas, que al preguntarnos por nuestra presencia con bandera española en un sitio tan atípico y decirles que volvíamos a casa dando la vuelta a su país la chica me dice:
Ah, ¿pero por aquí se va a España?. ¿En qué dirección?.
Aunque me sorprendió el despiste de su contexto geográfico luego pude comprenderlo, porque estábamos navegando en dirección Nordeste, hacia Bélgica, cuando España quedaba al Sudoeste, justo en dirección contraria. La vía que habíamos elegido hacía una amplia curva hacia el Este, aparentemente alejándonos de casa, antes de enfilar a Lyon hacia el Sur.
Ya os conté que se nos obstruyó el chiclé justo en la corriente de la esclusa más peligrosa (entrada del blog de 13 de agosto). Me estaba mosqueando que se obstruyera tanto el chiclé, y luego me enteré de que podía ser culpa de la gasolina. En Francia comercializan una gasolina de 95 octanos E10, que es una mezcla de gasolina y etanol al 10%. En España aún no se usa. El problema es que si el depósito conserva la mezcla mucho tiempo puede separarse el alcohol de la gasolina, formarse ácido y dañar el sistema de combustible, el carburador y el sistema de control de emisiones. En los coches no suele pasar porque la gasolina se renueva a menudo, pero en la vela, en que la gasolina puede permanecer en el depósito meses o hasta años, sí. Nadie nos lo había advertido, y como la gasolina la comprábamos en las estaciones de carretera cerca del canal (porque no había estaciones de servicio propiamente náuticas) nos la habían servido en los bidones sin advertirnos. Al final del viaje usábamos la de 98 octanos, que en Francia no lleva etanol.
El día siguiente por diez minutos no pasamos la última esclusa y nos quedamos involuntariamente en un pueblo que se llama... "Ay". Se le conoce por el champán, pero ya ni siquiera es un municipio pues hace pocos años se fusionó con los dos vecinos más grandes. Nos paramos a tomar un refresco en un bar y al poco rato vinieron a avisar de que un vecino estaba tirado en la calle, a dos manzanas. Me ofrecí como médico a ir a verle y me dijeron que no hacía falta, que era el alcohólico del pueblo y todos los días terminaba igual. Se marchó el dueño del bar acompañado por otro cliente a recogerle y llevarle a casa. ¡Qué cosas!.
Nos acostamos contentos por la tranquilidad del lugar, pero era la calma que precede a la tempestad.
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