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domingo, 11 de junio de 2017

...pero al fin tocó lo bueno.

Eso es, después de la mojadura de la navegación anterior ayer volvimos a salir con los grumetillos y todo lo que la anterior tuvo de malo, lo tuvo la de ayer de bueno. Hizo una tarde veraniega. Al principio estuvimos dudando si desembarcar en la Isla de Mouro porque hacía un viento del Norte al Noroeste que no es el ideal para ello. Con ese viento el fondeadero frente a la ensenada de La Raposa está expuesto al viento, y como el fondo es muy profundo los barcos pueden garrear. El viento ideal es el del Nordeste, que deja esa ensanada al socaire de los altos acantilados de la isla, de más de 30 metros de altura donde rompen las olas del Cantábrico con fuerza.

Pero nos decidimos y no erramos el tiro. Aquí la aproximación a la isla:

 
De más cerca vimos la típica silueta de Bart Simpson que caracteriza la isla:



Estuvimos estudiando el anidamiento de la gaviota patiamarilla. Conviene desembarcar con gorra, porque los adultos protegen a sus crías haciendo vuelos rasantes y defecándote encima. Los nidos los construyen con todo tipo de materiales, y los hacen en el mismo suelo, ya que en esa isla no tienen depredadores. Cada pareja pone tres huevos del tamaño de los de gallina, pero de color marrón moteado. Desembarcamos en varios viajes. Una vez en la isla cada grupo que ha venido en un barco queda a cargo del adulto que ha navegado con ellos. Mouro tiene unos acantilados y grietas peligrosos, y hay que vigilar mucho los movimientos de los niños. Entonces nos dedicamos a la exploración de los nidos y los polluelos. Les enseñamos las patas palmeadas, el pico que no hace daño si te coge un dedo, las cañas de las alas y las plumas, el latido de su corazón a toda velocidad, la temperatura cálida a la que los mantiene la madre aunque ese día haga frío, etc.





Los polluelos alcanzan el tamaño de una gallina pequeña y son un poco guarretes, pues cuando les coges (a veces tras una divertida persecución, porque como todavía no saben volar sólo corren por el suelo) se cagan encima o te regurgitan lo último que han comido, por eso a los niños les ponemos guantes. Las regurgitaciones sirven para ver de qué se alimentan, pues suelen echar trocitos de pescado. Dimos una vuelta en torno al faro, ya cerrado pues es automático, y vimos las espectaculares vistas desde lo alto, con nuestros barquitos al fondo. El faro se inauguró en 1858 y estaba al cuidado de dos torreros, ahora está automatizado desde hace años; es de color blanco y su silueta domina el horizonte desde toda la fachada Nordeste de la ciudad y las playas del Sardinero. Recorrimos la meseta que hay en la cumbre de la isla, cubierta con un espeso manto vegetal de hinojos y geranios marinos que crecen entre las grietas de la roca. De este manto vegetal cogen las gaviotas la materia prima para sus nidos.




Luego nos fuimnos a fondear a Los Peligros para merendar y bañarnos.



Con tantas emociones se nos hizo tarde y volvimos a puerto a motor, aprovechando para repasar los nudos que aprendimos la semana pasada bajo la lluvia.






Una tarde perfecta.

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