He conseguido un ejemplar de una edición agotada, el libro que narra la vuelta al mundo del francés Serge Testa en un velero de 3,6 metros de eslora, un poco más de la mitad que el Corto Maltés. Fue entre los años 1984 y 1987.
Serge había nacido en Francia en el seno de una familia de origen italiano, pero la vida de su familia fue muy errante, pasando por Brasil, Francia, y finalmente Australia, donde se establecieron. Se había construido él mismo su barco, de aluminio, y lo hizo a medida. Ya tenía experiencia en construir otros barcos, y hasta su propia bicicleta de niño, en el taller de metalurgia de su padre. No tenía presupuesto para un barco mayor y pensó que el punto clave no era el tamaño sino la seguridad.
Por eso se hizo un velero insumergible, autoadrizable (¡para 3,6 metros de eslora tenía 1,5 metros de quilla!) y que se pudiera manejar siempre, en cualquier condición meteorológica, desde el interior de la cabina. El lastre de la quilla era un torpedo relleno de plomo que pesaba 120 kg, para los 800 kg del barco. A cambio el espacio de estiba era mínimo pues el barco era poco más que su cama rodeada de algún mueble y cajón de estiba:
El precio que tuvo que pagar por esa seguridad es que dio la vuelta al mundo sentado en la misma posición (la que veis en el esquema anterior), muchas veces con los cojines mojados, lo que se tradujo en muchos episodios de llagas y forúnculos en el trasero que le hicieron la vida imposible, y la atrofia de los músculos de las piernas en las travesías oceánicas (varias semanas sin andar). Además cuando sufría temporales en los mares cálidos debía navegar con la camareta cerrada para que no entrasen las olas, con lo que el barco se convertía en una sauna y tuvo muchas dermatitis por el calor.
Otro de los inconvenientes inesperados es que como las olas barrían constantemente la cubierta, le salían algas e incrustaciones no sólo por debajo de la flotación sino también por encima, con lo que los pequeños paseos por la cubierta para pescar, asearse o hacer de vientre eran un ejercicio de patinaje.
A cambio las ventajas de un barco pequeño fueron muchas. Siempre tenía sitio en las marinas, y en muchas de ellas le hicieron servicios especiales o le dejaron amarrar gratis. Si no había sitio en los pantalanes podía quedarse en la escalera de los anexos, porque en realidad no era más grande que las zodiac de los otros veleros. Al puerto de Cayenne llegó para carenar y resultó que no tenía rampa de varada. Una draga que estaba limpiando el río sacó al barco del agua con su grúa, le posó en su cubierta, donde pudo limpiarlo y pintar los bajos y la misma grúa le devolvió al agua. Varó en varias ocasiones pero al ser el barco de aluminio consiguió sacarlo de las varadas sin problemas. En una de ellas, que el mar le había dejado muy alto en una playa, en lugar se salvar la varada por el mar lo hizo por carretera: una grúa le puso en el remolque de un todoterreno y le reflotaron en el puerto.
La inventiva de Serge no tenía límites. Cada vez que pescaba un atún o una dorada grandes por el sistema clásico de la cacea se veía obligado a limpiarlo, secarlo o envasarlo al vacío, lo que con los medios de a bordo era más bien difícil (tenía una cocinita de alcohol que en dos ocasiones le produjo un incendio). Entonces se fabricó un fusil submarino con el bichero para cazar a los peces piloto que siempre nadan bajo los barcos, que son de tamaño más adecuado para la ración del día. Así no tenía que conservarlos y los tenía siempre frescos.
En las latitudes frías calentaba la camareta con una cacerola invertida encima del fuego de la cocina. Una solución que hemos adoptado muchos navegantes de veleros pequeños, bien con la cazuela o con un tiesto de barro boca abajo. Y en relación con su cocinita, que era de alcohol, entre Panamá y Galápagos se encontró con un problema que yo no conocía.El alcohol de quemar de Panamá calentaba 20 ºC menos que el que usaba siempre, lo que le hacía calentar durante más tiempo los alimentos y se le acabó la reserva de alcohol antes de llegar a las islas.
La escasez de espacio generó también algunas situaciones curiosas. Por ejemplo, en el Canal de Panamá es obligatorio que embarque un práctico del Canal y 4 amarradores, pero en aquél barquito era imposible y lo pasó solo, lo que ha debido ser el único caso en la historia del Canal. Y como muchos trasmundistas se enamoró por el camino, en Sudáfrica, pero su chica no pudo acompañarle el resto del viaje porque no cabía a bordo, o sea que fue por otros medios hasta Australia para esperarle allí.
En otra escala, en Tahití, le visitó su hermano, y como la vida era tan cara alquilaron un coche para recorrer la isla, y por la noche se turnaban para dormir uno en el barco y otro en el coche.
En la primera mitad del viaje iba decidido a dejar de fumar, y salía de los puertos sin tabaco, sólo para comprobar que al llegar al siguiente la nicotina le llamaba como a todos los adictos y su primera obsesión era buscar un estanco. Así que decidió dejarlo cuando acabase la vuelta al mundo. No sé si lo logró.
Con esa hazaña capaz de inmutar a una estatua Serge batió un récord que, según creo, aún no ha sido superado. Después ha seguido navegando y el la última foto podéis verle con sesenta y tantos años visitando su antiguo barco, que ahora está expuesto en un museo. También podéis ver el detalle del enrollador de botavara para la vela mayor.
Un personaje digno de conocer, el último Mohicano de los aventureros de la vela, y que sin embargo ha pasado desapercibido en España.
Con cuidado, navegantes.
¡Increible!, es casi mas grande el fueraborda que el barco. Salu2.
ResponderEliminarHola, entiendo que la medida del barco se hizo de cara a romper un record?
ResponderEliminarSin acritud.
Iñaki
Sólo en parte. Si escuchas la entrevista de la entrada de 30.4.24 verás que también fue porque no se podía permitir un velero más grande. Un saludo.
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