De Jersey fuimos a Guernsey, y unos días después pasamos el Raz Blanchard. Elegimos bien el momento y la que iba a ser una de las navegaciones más difíciles de la vuelta a Francia fue una de las más divertidas y tranquilas, a una velocidad endiablada (picos de más de 10 nudos) pero siempre confiados, lo que se suele llamar una navegación de señoritas. A mis amigas no les gusta la expresión, pero menos les gustará este cartel que vieron los de “Voiles et Voiliers” en Alderney, la isla que cierra el Raz Blanchard:
SE BUSCA BUENA MUJER. Debe saber limpiar, cocinar, coser, insertar gusanos y limpiar pescado. Debe tener barco y motor. Por favor enviar foto del barco y del motor.
Ironías machistas aparte, ya comenté que suele pasar en la náutica: tanto hablar de los peligros acabas creyéndotelos y preocupándote por ellos, como un perro que se asusta a sí mismo ladrándole a un espejo. Y eso es el Raz Blanchard.
En Cherburgo cambiamos de tripulación, se incorporó mi amigo David Calvo, y al cabo de unos días llegamos a Arromanches. Allí ya no existe nada que recuerde a un puerto, sólo los restos del desembarco aliado. Os lo conté en el blog el 25-7-18 y os recomiendo volver a leerlo. Los pocos bloques que aún se ven están dispersos, en una línea discontinua, y no protegen en absoluto. Aun así en algunas cartas náuticas siguen catalogándolo como “Port Winston” y puede inducir a error. Y por si fuera poco, en el interior del “puerto” hay varios naufragios, y el fondo está plagado de diversos residuos bélicos que complican el fondeo por la facilidad con que las anclas se traban.
Nos apetecía tanto conocerlo que nos arriesgamos, aun sabiendo que pasaríamos una noche de las malas. El sitio era de los que luego se te meten en los sueños: el anochecer con aquella luz crepuscular, el sol poniéndose entre los bloques abandonados, saber que te rodean naufragios heroicos, la misma incertidumbre de la noche que teníamos por delante y su sobreabundancia de adrenalina... Y en efecto la noche fue de las de dormir con un solo ojo, y no descansamos nada. Por si fuera poco al intentar desembacar casi se me lleva la corriente, y al levantar el fondeo la maldita ancla se había enrocado. A pesar de ello mereció la pena, nos trajimos un recuerdo precioso, y la dibufirma y las fotos crepusculares del Corto Maltés en lo que queda de Port Winston las considero un homenaje a aquellos valientes que libraron a Europa del fascismo.
Nota: la foto tiene el horizonte torcido porque está hecha desde el inflable cuando se me llevaba la corriente.
¡Con cuidado!.
Vaya recuerdo! Un sitio espectacular!
ResponderEliminarDavid