A MI CIUDAD.
Volví a la ciudad donde gané año a año mis centímetros
algún tiempo después, a disfrutar de mi amor y mis dos hijos.
Luego uno se marchó entre pantallazos azules y voltímetros,
otro entre prisiones, penados y expedientes en atadijos.
Eso no le quitó su encanto a esta ciudad provinciana,
me quedaban mi amor, mi monte, mi barco, mis grumetes...
una vida muy feliz, de esas de tirar cohetes;
agradezco a Santander que me diera este nirvana.
Sí, estoy agradecido a esta ciudad decadente;
igual fue por azar, pero aquí gocé mi infancia,
aporté algunas cosas a mi profesión, sin petulancia,
y luché por la felicidad de la gente más corriente.
Ahora me guarda por delante los años problemáticos,
los que amontonan oscuridad detrás de la ventana,
tristezas, soledades y dolores reumáticos...
hasta el momento de decir que no al de la sotana.
Pues ni eso me importa, yo viviré día a día
entre la montaña, el río y el azul de mi bahía,
hasta que me abracen la enfermedad o las rompientes
y me deba despedir de la ciudad en la que eché los dientes.
Si hay más allá disfrutaré de la vida desde arriba
siguiendo la historia de mis hijos y de los siguientes,
y si no lo hay lo lamentaré por todos los creyentes.
Yo no me arrepentiré de mucho en la Triste Comitiva.
Para los que no nos conozcan, uno de nuestros hijos es teleco y el otro psicólogo de prisiones.
ResponderEliminarQué poema tan bonito. Gracias por compartirlo.
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