Pues sí, unos con más gusto que otros pero todos los marinos dedicamos una parte del tiempo libre a las chapuzas a bordo. Cuanto mayor y más complejo el barco, más tiempo hay que dedicarle. Desde el mantenimiento obligatorio anual, que incluye la pintura de la obra viva (la parte sumergida) para que no se peguen caracolillos y que obliga a sacar el barco del agua cada año, y las revisiones del motor, a las múltiples revisiones y fallos de la electrónica, la costura de las velas, la limpieza de todos los cabos que en invierno se ensucian de verdín, el engrase de los winchies, el endulzado de todas las piezas de cubierta para quitarles el salitre, las mejoras de todo tipo, el arreglo de lo que en invierno nos rompen los temporales o de lo se va desgastando con el uso, etc. Y no digamos si el barco es de madera. ¿Os imagináis lijar y barnizar un barco entero?.
En la vuelta a España en el Corto Maltés hicimos nada menos que 40 operaciones de mantenimiento o reparación en los 3 meses. Es verdad que el barco no paró de navegar en los 3 meses, y que navegando se estropean más cosas que con el barco amarrado y parado, pero os podéis hacer una idea de que hay que ser bastante autosuficiente para la navegación de crucero. Si cada una de ellas la hubiéramos encargado a un profesional, aparte del coste, no hubiéramos terminado la vuelta por falta de días.
Lo que a mí siempre me ha sorprendido es que hay quien disfruta más con estas ñapas que navegando, y parece que sirven ellos al barco en lugar de lo contrario. Personalmente las considero una obligación latosa, las hago sin entusiasmo y quiero terminarlas cuanto antes para salir a navegar. Y para eso nada mejor que un barco pequeño. Como dice un refrán marinero, "barco pequeño, pequeños problemas".
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