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sábado, 10 de noviembre de 2018

Dibufirma del Monte Saint-Michel.

Hola navegantes.

Desde Brest fuimos a conocer el Monte Saint-Michel en un coche alquilado para estudiar la posibilidad de fondear en sus inmediaciones con el Corto Maltés. Es una isla al fondo de una enorme bahía que mide por lo menos 15 x 6 millas. El fondo es tan plano que al subir la marea llega un momento en que el agua supera el umbral de la arena y avanza dicen que a la velocidad del galope de un caballo. Por si fuera poco hay pozas de arenas movedizas. Pues en esa inmensa bahía no vimos ni un solo barco.

Al subir la marea aquello parecía un río de los potentes (igual 8 ó 10 nudos) y eso que aquel día el coeficiente era sólo de 71.  Primero la marea discurría por los regatos retorcidos del fondo, a una velocidad aún tolerable, pero al superar el umbral de la arena empezó a entrar a manta y ya no seguía el cauce de los regatos, sino que lo hacía de forma anárquica (grosso modo hacia el Sur, porque estaba subiendo) y a veces en una dirección opuesta a la que había llevado antes por el regato. Realmente muy peligroso.

Todos me habían dicho que entrar allí con el barco era poco menos que suicida. Obviamente tendríamos que fondear y varar en el arenal. Por un lado está el temor de que la marea, con su curso tan impredecible, nos cogiera de lado y nos tumbase sobre uno de los puntales, con el riesgo de que se clavara en el casco. Aunque acertásemos en la varada tuve serias dudas de que el ancla hubiera aguantado aquellos tirones, y no hubiera garreado o se hubiera roto algo. Y finalmente, aunque varásemos allí no habríamos podido desembarcar para visitar los monumentos por el riesgo de pisar las pozas de arenas movedizas. O sea que nos limitamos a una visita turística por tierra, pero nos quedamos más tranquilos por el barco, que tenía aún que aguantar dos tercios de la vuelta a Francia.

Nos habíamos quedado a dormir en una posada en la orilla del riachuelo Couesnon, que desemboca justo al lado del Monte Saint-Michel, y estábamos aproximadamente a 5 kilómetros del mar. Desde allí se veía en lontananza el Monte Saint-Michel, que quedaba al fondo de un tramo recto del riachuelo. En bajamar se secaba, pero me pareció al menos un mejor sitio para varar porque allí seguro que la corriente de marea nos vendría de frente, y en caso de accidente estaríamos muy cerca de la orilla para alcanzarla a nado, porque el riachuelo mediría escasamente 25 metros de ancho. Pese a ello decidimos no venir con el barco y sólo tomamos las coordenadas por si acaso. La noche allí fue extraña, lo primero por dormir en una cama sobre tierra firme después de un mes y medio en el barco, y lo segundo porque la posada no suministraba gel de ducha. Ya nos habían dicho que no ponían sábanas y que si las queríamos las cobraban aparte, y de eso ya íbamos advertidos. Pero del jabón no nos dijeron nada, y cuando nos dimos cuenta era tarde para reclamarlo o ir a comprarlo y tuvimos que ducharnos con el jabón de lavavajillas. ¡Qué cosas!.





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