En la navegación a Bretaña en el Corto Maltés, en el verano de 2015, remontamos uno de los afluentes del río Auray para ir al pueblecito de Bono, donde está enterrado Bernard Moitessier.
Bernard había nacido en Indochina cuando era colonia francesa pero su última compañera, Véronique, le hizo descubrir el Sur de Bretaña, región de la que se quedó prendado y donde quiso que le enterraran. Bernard, que había recorrido todo el mundo, dijo en uno de sus libros: “Véronique me hace descubrir el Sur de Bretaña. ¡Señor, qué hermosa es esta región... un país de luz!”. Y en otro libro: “Todavía no he ido al Pacífico, al archipiélago de las Tuamotú... Ignoro por el momento sobre qué tierra dejaré un día mis huesos... Desde mi estancia en Santa Elena he soñado con esta isla tranquila, bella y buena, y en sus habitantes...”. Pues al final no dejó sus huesos en ninguno de los paraísos que imaginaba sino allí, en Bretaña.
Resultó que en Bono no había ningún monumento o calle dedicada a él, y Ana y yo sólo pudimos visitar su tumba en el cementerio. Sin ninguna referencia, pues estaba vacío de visitantes, fuimos recorriendo las tumbas una a una buscando su nombre. Había un mausoleo dedicado a las víctimas del mar, pero allí no aparecía. Después de mirar todas las lápidas y no encontrar la suya, algo nos llamó la atención en una esquina, una palmera con infinidad de cositas colgadas. Al acercarnos por un sendero empedrado comprendimos que aquél era el sitio. Junto al muro, al fondo del cementerio, una piedra en el suelo, colocada vertical, decía:
“Salud y fraternidad. Bernard Moitessier. 1925-1994”.
Nada más. Entre tanto mármol aquella tumba era el mejor homenaje posible a un personaje modesto como él. Se veía que esa tumba había sido un lugar de peregrinación de sus fans, que le habían ido dejando regalos modestos pero llenos de significado sentimental y relacionados con el mundo marítimo. Había allí, esparcidos por el suelo y colgados de la palmera, anclas, prismáticos, caracolas grabadas, una armónica, grilletes, cornamusas, puros y cigarrillos con su mechero (Bernard era un fumador empedernido y claro, murió de cáncer de pulmón), collares hechos de conchas, un farol de queroseno, poleas, recortes de fibra de vidrio de reparaciones hechas en veleros, tallas de madera, una botellita con agua del Cabo de Hornos, etc.:
Un cristal con el canto roto y grabado a mano decía: "Ron, mujeres y cerveza, ¡en nombre de Dios!. Buenos vientos, Bernard, en el infinito. Roger Plisson y su hijo”. Un recuerdo emocionante, sobre todo si te imaginabas al padre y al hijo eligiendo el texto y grabándolo con una navaja en un cacho de cristal:
Antes de marcharnos le dejamos de recuerdo una chapita con el logo de nuestro barco, el Corto Maltés, y del grupo de vela solidaria “Carpe Diem” de Santander. Pretendía ser un homenaje a un gran marino que vivió modestamente y que tras su muerte seguía haciendo gala de modestia, con esa humilde tumba en el suelo entre tanto panteón de mármol:
Yo no me considero un incondicional de Bernard. Es más, creo que hoy en día no se habría hecho tan famoso, se le habría considerado un poco irresponsable y candidato a pasar por el diván. Cuando iba a ganar la primera vuelta al mundo en solitario y ya tenía que remontar el Atlántico para volver a Europa, decidió que quería un modo de vida más tranquilo y volvió al Océano Índico, luego al Pacífico, y en resumen dio media vuelta más al mundo para irse a vivir a la Polinesia. Dijo que lo hacía "para salvar su alma". ¿Qué habría fumado?.
El caso es que con esa decisión no compartida rompió en la práctica con su familia. Su mujer, Françoise, se quedó en Francia y se enteró de que se había enrollado con una jovencita de Tahití, y tenido un hijo con ella, cuando le pidió que le mandase desde Francia pañales y otros artículos de bebé que no podía conseguir en Tahití. Los derechos de autor de su obra “El largo viaje”, en el que narra esa vuelta al mundo, se los donó al Papa “para ayudar a reconstruir el mundo”. Algo impresionante pues Bernard no tenía otra fuente de ingresos, pero que pasó totalmente desapercibido y de lo que luego se arrepintió. En 1982 naufragó en México su barco, el Joshua, con el que había dado la vuelta al mundo y vivido sus aventuras; pero el barco era además su vivienda y su única pertenencia, lo que equivalió a quedarse sin nada:
Sus amigos y admiradores le costearon la construcción de otro barquito de acero, el Tamata, para que tuviera donde acabar sus días y escribir su último libro autobiográfico. Por cierto, el Joshua fue luego restaurado y coincidimos con él este verano en La Rochelle, al dar la vuelta a Francia en el Corto Maltés:
Bueno, pues volviendo a su tumba en el cementerio de Bono, hasta ahora era un enterramiento en el suelo, cubierto de yerba y al que se llegaba por un sendero empedrado. Un rincón bucólico y simple, a la sombra de la palmera y otros arbustos. Algo muy acorde con la mentalidad ecologista de Benard, que en Tahití luchó contra el hormigonado de los muelles que destrozaba los anteriores cubiertos de un manto vegetal, y que en los atolones de la Polinesia se batió por la autosuficiencia alimentaria plantando todo tipo de árboles en islitas que apenas tenían tierra, y tuvo que llevarla en sacos en su propio barco, el Joshua.
Esos senderos empedrados del cementerio dejaban crecer la yerba entre la piedras, y había que tratarlos periódicamente con herbicidas. Al ponerse en duda su riesgo para la salud (¡si ya están muertos!) las malas yerbas estaban proliferando, y la única solución que se le ha ocurrido al ayuntamiento es cubrir el cementerio con una capa de 8 cm de asfalto, que a partir de ahora servirá de pista de skate o para carreras de patinetes eléctricos. Y el asfalto llega hasta pocos centímetros de la tumba de Benard. ¡Qué desastre!.
¡Con cuidado, navegantes!.
Vaya mierda de idea han tenido, que pena.
ResponderEliminarRespecto a su opinión de sobre como sería tratado hoy Bernard, si acierta usted es que la gente del mundo actual es estúpida, superficial y diletante. No obstante, para los que hemos navegado a vela desde hace 40 años e incluso algunos jóvenes que han leído sus libros Bernard es Dios, quizá porque nadie se atreve a navegar como lo hacía él. Respecto a la ruptura de su matrimonio no fue diferente al de la mayoría de los matrimonios franceses y muchos de los españoles de ahora. Y murió de cáncer de próstata, no de pulmón
ResponderEliminarSi, tienes razón en que fue de próstata. Gracias por la corrección. Un saludo.
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