Ayer salió un magnífico día de verano con su vientecito del Nordeste y todo, y aprovechándolo decidimos ir a la Isla de Santa Marina. Está situada fuera de la bahía de Santander, al final de la playa de Loredo, separada de la costa por una pequeña canal de unos 200 metros, tan estrecha que cuando se navega hacia ella uno no se da cuenta de que se dirige a una isla hasta que está muy cerca. En la costa Sur de la isla hay una playita precisamente en la zona de sotavento del Nordeste, ideal para desembarcar. Es rocosa y baja (unos treinta metros de elevación máxima) y en su mayor parte está cubierta por una vegetación densa de matorral que hace difícil su recorrido. Algunos temporales de invierno son capaces de barrer con las olas toda su superficie y dejar su vegetación yerma y calcinada por la sal, pero la primavera resucita siempre su esplendor. Hace años se repobló con conejos con fines de caza, y el suelo de la isla está sembrado de sus típicas cagaditas redondas y pequeñitas, por huesos secos de los conejos muertos, además de por numerosos cartuchos de perdigones. No es raro oír los perdigonazos cuando se navega por los alrededores. La isla tiene su propia colonia de gaviotas patiamarillas.
Con el Nordeste llegamos a la isla en un solo bordo tras una navegación fabulosa. Fondeamos cerca de la playa de Los Tranquilos, justo frente a la isla, y allí nos recogió y nos desembarcó la Cruz Roja con una zodiac. ¡Gracias chicos!. En tres viajes estábamos todos en la playa. Luego nos fuimos a explorarla en su perímetro, en dirección al vértice geodésico. Entre que la vegetación estaba muy cerrada y alguno había desembarcado descalzo, no avanzamos mucho, pero lo suficiente para hacernos una idea de cómo es la isla. La verdad es que estaba un poco sosa, porque la época de cría de las gaviotas ya ha terminado y no vimos el espactáculo de los nidos llenos de polluelos.
Al volver a los barcos casi todos se bañaron, el agua estaba limpísima y se veía el fondo hasta varios metros de profundidad. Volvimos a Santander rumbo al Oeste en otra navegación placentera con el sol poniéndose justo delante de nuestra proa, con el marco de la península de La Magdalena a estribor y El Puntal a babor. En pocas palabras, un día perfecto. A ver si los que quedan de septiembre son parecidos. Ya sabéis que septiembre es el mes preferido de los navegantes santanderinos. Todavía hace bueno, el nordeste no sopla tan fuerte como en julio o agosto al hacer menos calor, lo que permite navegaciones más tranquilas, y los sitios no están tan abarrotados.
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