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martes, 29 de diciembre de 2020

El "Punto Nemo".

Hola navegantes.

El “Punto Nemo” es el lugar más solitario de la superficie de la Tierra. Está en mitad del Océano Pacífico Sur, entre Australia y el Cabo de Hornos, y sólo está definido por sus coordenadas (48° 52' S, 123° 23' W) porque allí no hay nada, ni una isla, ni costa, ni arrecifes, nada. Se define como el lugar más alejado de toda presencia humana. Fijaos cómo será que la presencia humana más cercana es la de los astronautas de la Estación Espacial, que orbita 320 kilómetros por encima 16 veces al día, aunque lo hace a 27.700 kilómetros por hora y por lo tanto dura poco. 

Las tierras habitadas más cercanas están a 2.700 kilomètros: la Isla Ducie en el archipiélago de Pitcairn, la Isla Maher en la Antártida, la Isla Chatham en Nueva Zelanda, y la costa de Chile. 

 

El Punto Nemo lo describió en 1992 un ingeniero en geodesia llamado Hrvoje Lukatela, quien calculó su posición exacta. Lo llamó Punto Nemo en referencia al Capitán Nemo, héroe de la famosa novela "Veinte mil leguas de viaje submarino" de Julio Verne. También se conoce como el "polo de la inaccesibilidad". No hay otro punto en La Tierra donde estés más lejos de tus semejantes.

Por aquellas latitudes navegan pocas “naves” de mar, y muchas más naves espaciales, que a menudo terminan su vida allí, habiéndose convertido en una especie de vertedero espacial. Lo consideran un sitio seguro para hacer caer a las naves al fin de su vida útil, y allí descansa por ejemplo la enorme estación soviética Mir y sus 124 toneladas, que amerizó en marzo de 2001. 

Si queréis mandar a alguien "a tomar vientos" o queréis expresar un deseo de alejamiento, lo tenéis fácil: "vete al Punto Nemo". Y si alguna vez navegáis por allí no dejéis de mirar al cielo. Primero, para que no os caiga una nave espacial encima y vuestro barco quede para recogerlo con cuchara. Y segundo, para verlas orbitar. ¿Sabéis cómo se distingue una nave espacial de un cuerpo celeste?. Los dos se ven como un punto brillante, parecido a un planeta. Pero la nave espacial sale por el oeste y se pone por el este, al revés que el resto del cielo, y va mucho más deprisa.

Con cuidado, navegantes.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Este marino se está haciendo famoso.

 Hola navegantes.

Corto Maltés no es nada más que un personaje ficticio de los cómics, creado por Hugo Prat. Pero creó un tipo con una personalidad sin dobleces, con un no sé qué de sinceridad, ironía, ambivalencia entre héroe y villano, entre generoso y egoísta, que ha calado hondo entre los lectores y tiene millones de fans en todo el mundo, pues sus cómics se han traducido a muchos idiomas.

Lo curioso es que le hayan sacado de ese universo imaginario y en algunos países le hayan incluso dedicado sellos, un honor destinado a los grandes personajes de la vida real. Por ejemplo estos de San Marino e Italia:




Sin embargo una vez hicimos un viaje a Malta, y teniendo en cuenta su apellido pensamos encontrar allí todo tipo de souvenirs y merchandaising utilizando al personaje, y sin embargo no le conocía nadie.

Si finalmente conseguimos dar la vuelta a Italia navegando este verano, en Rimini (un puertecito de su costa oriental) haremos una escala para ir a conocer la República de San Marino con las bicis. Es un país enano dentro de Italia, y una de las repúblicas más antiguas del mundo, y si desentrañamos la razón de ese sello os la explicaremos.

Con cuidado, navegantes.


miércoles, 23 de diciembre de 2020

martes, 22 de diciembre de 2020

El Atlántico en coche.

 Hola navegantes.

En piragua, en windsutf, en velero marcha atrás, en un barril sin propulsión, en balsa, en vela ligera, nadando... ¿Creíais que os había contado ya todas las rarezas?. Pues no, unos italianos lo cruzaron en coche.

El italiano Giorgio Amoretti tenía la loca idea de impermeabilizar un coche, ponerle unas velas y navegar en él desde las costas de Canarias hasta el Caribe. Cualquiera hubiera pensado que estaba para el diván, pero en 1978 lo intentó con un Volkswagen Escarabajo relleno de poliestireno, bautizado como "Automare".  Pero las autoridades españolas evitaron que pudiera hacerse a la mar. 21 años después retomó la idea, pero tras ser diagnosticado de cáncer en 1999 su hijo Marco (24 años) sus dos hermanos (Fabio y Mauro) y un amigo (Marcolino de Candia) decidieron hacerlo realidad para darle una última satisfacción.

Los vehículos fueron dos coches de desguace a los que llenaron de espuma expandida más o menos hasta la  mitad, dejando útil la parte superior del habitáculo (donde llevaban la cocina y la electrónica) e instalando sobre el techo una superficie inflable y unas velas. En la siguiente foto les veis haciendo pruebas de velas.

Salieron el 4 de mayo de 1999 de la isla canaria de La Palma a bordo de un Volkswagen Passat y un Ford Taunus rellenos de poliestireno, comida y agua. Evitando a la Guardia Civil, pusieron los vehículos a flote y los unieron con cuerdas, a la vez que sujetaban un bote salvavidas al techo de cada coche. No he encontrado información de cómo consiguieron burlar a las autoridades, porque no debe ser fácil echar al mar dos coches en una playa y pasar desapercibidos. 

 

En la foto anterior, el cono gris que flota al lado del coche es el destilador solar, para obtener agua dulce de la del mar. 

A los diez días de partir, tras pasar una tormenta y víctimas de los mareos, Fabio y Mauro tuvieron un terrible presentimiento sobre el viaje y solicitaron un rescate en helicóptero, dejando solos a su hermano mayor y a su amigo para el resto de la travesía. 

Pasaron todo tipo de penurias. Habían perdido al único miembro de la expedición con conocimientos de ingeniería, y el 25 de mayo perdieron contacto con tierra firme al averiarse su teléfono vía satélite INMARSAT. Aunque recobraron el contacto el 5 de julio, desde su hogar decidieron no darle la noticia a Marco de que su padre, Giorgio, el causante de todo, había fallecido el 28 de mayo, para evitar que se derrumbara y abandonara el viaje. Supongo que le enterraron boca abajo por si se le ocurría otra originalidad.

En la foto anterior veis las velas de empopada, que hacían navegar a los coches "marcha atrás". Solo durante la última semana de travesía la madre, al ver que podían conseguirlo, se atrevió a contarles el fallecimiento, y esa última semana vivieron constantemente en una contradictoria línea entre la felicidad y la tristeza.

Tras 119 días de "navegación" llegaron a Martinica. Así lo resumió Marco: "La gente podría pensar que este tipo de experiencias son un aburrimiento, pues pasas muchas jornadas similares en un espacio reducido. Pero esto no es como estar en casa, donde el suelo no se mueve y puedes hacer de todo. En los coches cualquier cosa llevaba el doble de tiempo. Solo para cocinar y mantener todo en funcionamiento ya necesitabas todo el día. En realidad, no tuvimos nada de tiempo libre". Por las mañanas, Marco escribía un rato en su diario, el resto de la jornada la dedicada a sobrevivir.

Su plan original era, desde Martinica, continuar hacia Cuba y después conseguir un motor para seguir en ruta hacia Nueva York, pero los fondos se les habían agotado y tras un mes en el dique seco decidieron regresar a Italia. Pensaron en escribir un libro, recaudar fondos y concluir la aventura, pero el impulso del momento había pasado. "Cuando regresamos perdimos un poco ese sueño. Volvimos a nuestra vida normal, a casa, y todo había cambiado. Ahora me arrepiento un poco de haber regresado, si nos hubiésemos quedado más tiempo en Martinica, quizá hubiéramos terminado todo el viaje".

Veinte años después, sin embargo, el viejo sueño vuelve a brillar. Marco finalmente se ha puesto frente a las páginas en blanco para escribir, y está en busca de un productor para rodar un documental sobre su expedición. "Simplemente quiero contar esta historia de la mejor manera. Hicimos que la fantasía fuese real, pero no supimos venderlo adecuadamente".

La aventura cambió a Marco y Marcolino para siempre. "La ruta normal es ir al colegio, trabajar y casarse. Mi padre quería romper con todo ese sistema, aunque no es algo fácil si vives inmerso en nuestras sociedades. El sistema quiere que sigas en esa vida normal. Pero este viaje, esta aventura, esta inmensa experiencia, me sirvió para ser mucho más fuerte a la hora de afrontar el mundo normal".

  Podéis ver un vídeo de la travesía aquí:

Clic aquí.

Con cuidado, navegantes.

domingo, 20 de diciembre de 2020

Gracias, lectores.

 Hola, lectores.

A veces el azar te cae encima sin gritar "cuidado". Eso me ha pasado al consultar por casualidad el ranking de ventas de libros en Amazon. Gracias a vosotros el libro "Ladrar al espejo (la vuelta a Francia del Corto Maltés)" ocupa el puesto nº 6 de los más vendidos, dentro de la categoría "deportes náuticos":

Por otra parte, "Un tripulante llamado Murphy (Santander-Elba-Santander en el Corto Maltés)", que se publicó en 2017, todavía sigue en el ranking de los 100 más vendidos, concretamente en el nº 61:
 

Es una gran satisfacción y tengo que daros unas enormes...

Todavía algunos me preguntan por qué los libros no tienen fotos del viaje. Ya he comentado que un libro se encarece mucho por las fotos, y normalmente los de viajes tienen 20 ó 30 como mucho. Yo he preferido ponerlas en este blog, y he incluido unas 500 de cada navegación. Están en la columna derecha del blog, con el título "Para ver las fotos de..."

Al hacer clic en ese apartado se abre un índice de los capítulos del libro, donde se pueden ver las fotos correspondientes. Además, en el texto del libro están señalados en negrita o en letra azul los momentos en los que viene una foto. Así puedes ver cada foto en el momento en que cuento una anécdota o describo un lugar, o todas al acabar  cada capítulo.


Esta forma de acceder a las fotos está explicada en la contraportada de cada libro. Pero los expertos ya me han dicho que mucha gente prefiere empezarlos sin leer la contraportada, para dejarse sorprender por la lectura sin influencias previas. Entonces no se enteran, y se lo leen entero sin ver ninguna foto.

De cara a las Navidades os sugiero regalar alguno de los libros del Corto Maltés. Concretamente de "Un tripulante llamado Murphy" me quedan en casa los 10 últimos, y os los ofrezco a la mitad de su precio, escribiéndome a alvarogaledo@gmail.com. Además cualquiera de ellos dedicados con una dibucarta para la persona a la que va regalado y con el dibujo original de una de las dibufirmas del libro, que están hechas con el nombre de cada puerto en que recalamos durante la navegación.

Con cuidado, navegantes.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Otros mercantes a vela.

Hola navegantes.

En entradas anteriores os hablé de la nueva tendencia en el tráfico marítimo de mercancías, que es la vuelta a la vela. El objetivo es reducir las emisiones de CO2 y abaratar los costes. Para esto último el truco está en desarrollar tecnologías que permitan manejar las velas sin necesidad de mucha mano de obra de marineros. Hoy os presento un proyecto ya acabado y otro en la fase de proyecto.

El ya acabado se trata del velero "Grain de Sail", que ha comenzado la ruta entra Saint Malo y Nueva York transportando 22 toneladas de vino francés (20.000 botellas). Desde Nueva York irá a la República Dominicana para hacer el tornaviaje a Europa cargado de pasta de cacao. Y todo ello a vela con una tripulación de 4 personas. 

 


El velero tiene 22 metros de eslora, es de aluminio, y tiene una capacidad de carga de 50 toneladas. Los promotores deben haber entrado de pleno en la religión marítima, porque confían únicamente en  la vela, no tiene hélice de proa y el motor es sólo un 115 CV, con lo que las maniobras en puerto van a ser de aúpa. Para la tripulación dispone de dos cabinas simples y una doble, cocina y ducha, y toda la electrónica y material de seguridad que se exigen a los mercantes. Llevan material médico hasta para pequeñas operaciones, y los tripulantes están preparados para ello.

 Como veis los palés de vino van estibados de forma clásica en la bodega, y la estética del barco sigue siendo la de un velero, así como su puesto de mando:

En el otro extremo está el proyecto sueco Oceanbird, esta vez una obra faraónica para transportar 7.000 coches a través del Atlántico en cada viaje. 

 

 Se trata de un mercante de 200 metros de eslora, 40 de manga,  y 5 velas que se izan y se arrían como las antenas telescópicas, por segmentos incrustados unos en otros. Su altura sobre el agua podrá oscilar entre 45 y 105 metros según el despliegue de las velas, lo que le permitirá pasar por debajo de los puentes y tomar "rizos" (si puede llamarse así) cuando haya demasiado viento. Podrá navegar a vela a 10 nudos y ahorrará un 90 % de las emisiones contaminantes. Aquí podéis ver el proyecto:

Clic aquí. 

Esta vuelta de la vela es como la de los pantalones de campana. ¡Quién iba a decirnos que volverían!. Yo espero que se haga realidad y podamos verlo con nuestros ojos.

Con cuidado, navegantes.

lunes, 14 de diciembre de 2020

¡Feliz Navidad, feliz vacunación y feliz 2021!.

 El primero que la transcriba en los "comentarios" se gana la dibucarta original:



martes, 8 de diciembre de 2020

El atlántico en esquís.

Hola navegantes.

Sí, lo habéis leído bien. En 1988 el francés Remy Bricka cruzó el Atlántico andando sobre el agua con unos esquís. Los 80 y los 90 fueron unos años raros, en que la gente se lanzó a cruzar los océanos en los artilugios más variados, por supuesto jugándose la vida. Lo contó en el libro "L'homme qui marche sur l'eau, l'Atlantique sans eau ni vivres" ("El hombre que anda sobre el agua, el Atlántico sin agua ni víveres") uno de esos libros que son un pedazo de vida más que una creación artística, y cuyo título lo dice todo.

Remi era de profesión "hombre-orquesta", dando espectáculos en los que era capaz de tocar 27 instrumentos a la vez. Había salido en programas de televisión, tenía un disco de oro con una de sus canciones (más de 250.000 ejemplares vendidos) y figuraba en el libro Guinness. 

Pero simultáneamente había perfeccionado un sistema de desplazarse sobre el agua con una especie de esquís, que en realidad eran unas piraguas de 4,2 metros de largo y 0,32 metros de ancho, o sea, un poquito más pequeñas que un kayak de mar. Se equilibraba con un remo doble con el mango larguísimo (3,80 metros) para poder usarlo de pie. Los dos esquís estaban unidos entre sí por unos cabitos para que no se abrieran y le rompieran las caderas, igual que atan las patas a las vacas cuando van a un mercado de ganado con el suelo resbaladizo. Con este sistema había cruzado previamente el Canal de la Mancha y el Mediterráneo. Afirma que podía alcanzar una velocidad de 4 a 5 nudos.

La única experiencia de navegación de altura de Remi había sido un curso de una semana en la escuela Glénans. Para la travesía del Atlántico necesitaba un habitáculo donde dormir, refugiarse en las tormentas y llevar el material de supervivencia. Agua y comida no llevaba, porque además de la hazaña deportiva quería hacer una demostración de supervivencia, y salió sin nada. El habitáculo pretendía llevarlo a remolque de su cuerpo y era una especie de sarcófago sobre unos flotadores de catamarán, y pesaba 300 kg.

Como veis en la foto, llevaba una balsa salvavidas homologada, una "bulla" para ver el mar encerrado en el interior, y una superestructura con unos depósitos arriba que no contenían agua sino aire, para que en caso de vuelco el sarcófago se enderezase solo. La balsa salvavidas no llevaba las raciones habituales de agua y comida, para "no hacer trampa".

En el sarcófago apenas cabía sentado ni tumbado, y de hecho en los primeros días de la travesía prefirió prescindir del colchón inflable, con lo que ganaba unos 10 cm de altura en el interior a costa de dormir sobre el suelo.

El tema de la supervivencia lo había preparado a conciencia. Como sabía que iba a salir sin víveres acudió a un nutricionista, que le obligó a una alimentación hipercalórica para acumular reservas para el largo periodo de ayuno que se avecinaba, consiguiendo ganar 6 kg. Llevaba varios destiladores de agua de mar, un desalinizador por ósmosis inversa, redes de plancton, material de pesca y un fusil de pesca submarina.

La salida la hizo desde Tenerife, con destino final la isla de Guadalupe. El gobierno francés le había negado el permiso de salida, y el español le había hecho firmar un documento prohibiéndole la salida, pero él se escabulló hasta llegar a las aguas internacionales. Allí empezó una larga deriva de dos meses hasta  que fue recogido por un barco de pesca japonés cerca de la isla de Trinidad. El sarcófago intentaron remolcarlo, pero se perdió por el camino, acabó llagando a una playa y allí le robaron todo, hasta los tapones de oído usados y el cepillo de dientes.

Su experiencia puede valorarse desde tres puntos de vista:

En el aspecto deportivo, Remi afirma que cruzó el atlántico sobre los esquís, lo que es muy dudoso. Quiere que nos creamos que cuando llevaba un mes sin probar bocado (su primer dorado lo pescó al mes) o al final de la travesía, donde había perdido ya 20 kg y sólo había comido 15 peces en 2 meses y por lo tanto estaría emaciado como los prisioneros de los  nazis, esquiaba de 8 a 10 horas diarias. Incluso dice que intentó fabricarse una especie de estay y de backestay que sujetaran su propio cuerpo sobre los esquís cuando la debilidad le vencía (no confirma si finalmente los hizo, pero da idea de su estado) y que a veces esquiaba dormido (!). Las velas que había colocado en el sarcófago, hechas con los sacos de dormir y la colchoneta (que se ven en la siguiente foto, tomada desde el barco que le rescató) afirma que las puso en el segundo mes de la travesía y que eran sólo para liberarle del peso de arrastrarlo, no para desplazarse en él. Además llevaba dos cometas como las de kitesurf. La primera la utilizó una semana, hasta que la perdió en el océano, y la segunda dice que no fue capaz de hacerla volar. Por todo ello podemos suponer que hizo parte de la travesía "a vela" en esa balsa. De todos es sabido que cualquier cuerpo flotante echado al mar en Canarias llega al Caribe en 2-3 meses, arrastrado por las corrientes y los vientos, y en eso se basan muchos aventureros. Es cuestión de resistir.

El aspecto de navegación también fue un desastre. Salió sin un navegador por satélite a propósito, sólo con una baliza Argos que enviaba su posición a su familia, aunque él no la conocía. Afirma que hacía cálculos de navegación astronómica con un sextante de plástico y un reloj de pilas, y eso después de haber sufrido varias inundaciones que con seguridad habían dañado los libros de las efemérides, y estando en un estado mental que a veces le provocaba alucinaciones, amén de las sabidas dificultades para tomar posiciones desde una embarcación tan pequeña y la falta de espacio hasta para hacer los cálculos sentado. Además cometió desde el principio un error de paralaje, pues no llevaba el compás frente a sí sino en el esquí derecho, con lo que el rumbo lo veía siempre 2-3 grados más hacia el Norte del real. El hecho cierto es que en vez de llegar a Guadalupe lo hizo a Trinidad, casi 1.000 km más al Sur. La cita que tenía con su mujer y su equipo de seguimiento cerca de Cabo Verde (siguiendo el rastro de la baliza Argos) para filmarle, ayudarle en eventuales reparaciones y suministrarle el material que no había podido embarcar en Canarias (como algunas redes de plancton) no pudo tener lugar pues no se encontraron.

Lo que fue un éxito, si consideramos así al hecho de que no murió, fue el aspecto de supervivencia, máxime teniendo en cuenta que quiso juntar un desafío deportivo extremo con una experiencia de supervivencia también extrema (normalmente los náufragos están en una actitud pasiva que consume pocas calorías). Prácticamente estuvo dos meses de ayuno, y el libro es una larga sucesión de lamentaciones sobre el hambre y las comidas que se imaginaba. A pesar de llevar un fusil submarino y varios aparejos, no pescó casi nada (en dos meses 15 peces, pero la mayoría peces voladores que cayeron ellos solos encima de la balsa). Consiguió recoger algo de plancton con unas redes especiales, y cuando se le rompieron, con unas medias de su mujer. También comió anatifas, esos moluscos parecidos a percebes que se pegan en el fondo de las embarcaciones. Aquí tuvo suerte, porque no le había dado pintura antiincrustante a la balsa por motivos ecológicos, y eso hizo que las anatifas crecieran mejor. Bebió cada día unos 800 ml de agua de mar, además de la dulce que le suministraban los destiladores. Y sobre todo demostró una voluntad de hierro en conseguir su objetivo, porque la baliza Argos tenía un botón de socorro que si lo hubiera activado habrían ido a rescatarle, y no lo hizo.

A su vuelta Remi prometió a su mujer que no repetiría la experiencia, pero 12 años después, en el 2000, intentó cruzar el Pacífico por el mismo procedimiento. Salió de Los Ángeles rumbo a Australia, y al cabo de 5 meses estaba perdido en algún lugar al Sur de Hawaii. Participó en el equipo de búsqueda Jo Le Guen, otro aventurero del que os hablé en las entradas de 21-10-20 y 6-11-20. Le encontraron y esto es lo que dice exactamente Jo Le Guen en su libro: 

"Sabemos que ya no está esquiando, sólo derivando" (lo sabían por las posiciones de su baliza Argos)...Y cuando finalmente le encuentran y le van a subir a bordo del velero escribe: "Cuando nos declara que subirá a bordo de nuestro barco pero sólo después de que le hayamos filmado sobre los esquís, nos miramos alucinados. Entonces Remi se activa. Se pone el chaleco salvavidas y una gorra con los colores de su esponsor, desata los esquís, se los calza y empieza a remar...  no alcanza a avanzar ni tres metros. Después de varios ensayos infructuosos, y bajo nuestra amable presión, renuncia. ¡Uf!". 

También en esta se salvó por los pelos.

Con cuidado, navegantes.

sábado, 5 de diciembre de 2020

El Atlántico en winsurf, solo.

 Hola navegantes.

En la entrada del 27-11-20 os conté la hazaña del francés Christian Marty, el primer hombre que cruzó el Atlántico en una tabla de surf. Fue en 1981, y para la intendencia le acompañó un velero durante la travesía.

Pues pocos años después otro  francés, Stéphane Peyron, lo cruzó en solitario, sin barco acompañante. Stéphane pertenece a una familia de navegantes (sus hermanos Bruno y Loïk son también asiduos del papel couché de las revistas náuticas), hijos de un capitán de la mercante que inoculó el virus del mar a sus cinco hijos. Se dice que Stéphane aprendió a navegar a los 18 meses.

Para entrenarse, primero había cruzado el Atlántico en una tabla de surf doble, de Dakar a Guadalupe, acompañado de Alain Pichavant, en 1986, empleando 24 días. Fue en una tabla habitable que le hizo imaginar la posibilidad de hacerlo en solitario, lo que intentó el año siguiente.

Obviamente para su travesía en solitario de 1987 necesitó transformar la tabla de surf en algo que le permitiera dormir y llevar el agua y los alimentos. Fue una especie de sarcófago de 7,5 metros de eslora y 1,3 de manga, donde sólo cabía tumbado:

Llevaba paneles solares y comunicación por satélite. El espacio vital era compartido entre "dormitorio" y "despensa", aunque sólo cargó víveres y agua para la mitad de la travesía, planificando un encuentro con un barco en mitad del océano para suministrarle la segunda mitad. Llevaba una comida liofilizada especial sin nada de sal, para poder rehidratarla con agua de mar y así ahorrar agua dulce. 

El compartimento vital, de aproximadamente un metro cúbico, era por supuesto estanco por si volcaba, garantizando aire suficiente para respirar durante 10 horas. De hecho volcó en varias ocasiones, unas veces por las tormentas pero otra por las olas de un  mercante que le pasó demasiado cerca, sin verle.

La travesía en solitario la realizó de Oeste a Este, saliendo de Nueva York y llegando a La Rochelle. Como curiosidad, al salir de Nueva York le vieron colocarse un parche contra el mareo detrás de la oreja, para evitar marearse los primeros días. Gente práctica. Pasaba de 8 a 12 horas diarias manejando la vela, el resto descansando y en temas de intendencia y mantenimiento. Las noches que podía enganchaba a la tabla un cometa de kitesurf para adelantar camino. Llegó a La Rochelle al cabo de 46 días.

Después de Estéphane otros navegantes han repetido la hazaña, y especialmente una mujer francesa, Raphaela Le Gouvelo, veterinaria de profesión, que ha cruzado en la misma tabla el Atlántico (en 2000), el Mediterráneo (en 2002), el Pacífico (en 2003) y el Índico (en 2006), o sea, en viajes separados se ha dado la vuelta al mundo en windsurf. Otra heroína desconocida.

Con cuidado, navegantes.

viernes, 4 de diciembre de 2020

La fragilidad de lo irrompible.

 Hola navegantes.

En la Vendée Globe ya son tres los barcos que han tenido roturas en los foils. Uno de ellos, el de Kevin Escoffier, se acabó hundiendo (os lo conté hace unos días). Después han sido el de Sebastien Simon en el Arkea Paprec y el de Tomas Ruyant en el Linked Out.

Esos apéndices, que deben soportar por ellos solos el peso de varias toneladas del barco cuando consiguen sacarlo del agua y que navegue por el aire, nos imaginamos que deberían ser irrompibles. Uno se imagina una dureza mayor que la del acero inoxidable. Pero fijaos: Tomas Ruyant decidió cortar el suyo, que se había fisurado, para evitar males mayores. Ni corto ni perezoso, en una encalmada se subió al foil con una sierra de calar como las de nuestros bricolajes caseros y en pocos  minutos lo había cortado.

Clic aquí.

Al verlo se me quedó una cara que habría inspirado a un fabricante de caretas. ¿Se fían de "eso" para navegar por el Océano Austral, con vientos de fuerza 8 ó 10 y olas de hasta 10 metros, a miles de millas de cualquier tierra habitada desde donde podrían enviarles ayuda?. Me parece una temeridad y estoy casi seguro que se prohibirá usarlos por esos mares. Otra cosa es en exhibiciones  o regatas como la Copa América, cerca de la costa, por el purismo de la vela y la presunción de los ingenieros que construyen esos ingenios, pero de verdad, eso no son barcos de vela. Son otra cosa, y muy peligrosa.


  Con cuidado, navegantes.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Se vuelve otro octogenario que seguía a Elcano.

Hola navegantes.

En la entrada de 24-2-20 os hablé de Bill Hatfield, que con 81 años había finalizado la vuelta al mundo en solitario en su velero de 11 metros, en la de 1-12-20 de Jon Sanders, igualmente una vuelta al mundo en solitario con 81 años en un velero de 10 metros, y en las de 21-10-20 y 6-11-20 de Jo Le Guen, que con 73 años empezaba una vuelta al mundo siguiendo la ruta de Elcano, en solitario en  un velero de 8 metros. Jo Le Guen está ya por Sudamérica.

Pues hay otro octogenario que se ha propuesto seguir la ruta de Elcano, aunque esta vez en un gran catamarán Outremer 45, bautizado AventuraZero, y en compañía de su  mujer, Gwenda, y sus dos hijos, Ivan y Doina. Se trata de Jimmy Cornell, el Gran Manitu de la vela inglesa, con 200.000 millas navegadas en varias vueltas al mundo, y autor de varios libros técnicos de navegación, entre otros dos que son la biblia de los navegantes trasmundistas: uno sobre las grandes rutas para cruzar el globo, y otro sobre las escalas en esas travesías. Su  mujer y sus hijos son, a su vez, autores de varios libros sobre sus aventuras por los mares a lo largo de toda su vida. En las fotos, la familia Cornell en 1974, cuando su primera vuelta al mundo (para la nostalgia) y en la actualidad.



Aparte del reto de navegación había un reto técnico, dar la vuelta al mundo en un barco de vela con motorización eléctrica y cero emisiones de CO2 (de ahí el nombre del catamarán). Jimmy y su familia iniciaron la circunnavegación en La Grande Motte, en Francia, y ya habían llegado a Las Canarias. Cuál no sería mi sorpresa al ver en su blog que se dan media vuelta abandonando el proyecto, y vuelven a Francia. Es la primera vez en su vida que Jimmy se ve obligado a abandonar un proyecto.

La razón es la insuficiencia de la generación eléctrica. El barco lleva unos alternadores que cargan las baterías aprovechando el giro pasivo de las hélices de los dos motores cuando navega a vela. En las pruebas de mar antes del viaje conseguían cargar 600 vatios navegando a 6 nudos y 800 vatios a 8 nudos, lo que era suficiente para el consumo (un consumo, por cierto, muy goloso, pues llevan 2 frigoríficos, cocina eléctrica, winches eléctricos, etc). Pero en la travesía hasta Canarias vieron que la generación en condiciones "reales" era sólo de 336 vatios, y que aún reduciendo el consumo al mínimo las baterías se descargaban.

 En cruceros cortos puedes aceptar ese riesgo porque puedes cargar las baterías en los puertos, pero en la travesía de un océano no puedes arriesgarte. Los constructores del catamarán, el astillero Outremer, la única solución que le daban era instalar un generador de gasolina, lo que sería contrario al espíritu del viaje. Ante este problema insoluble la tripulación ha decidido abandonar el proyecto y volver a casa, saliéndoles la insatisfacción como un eccema. Pero así es la vida. Yo siempre digo que en la vela vale más un barco de segunda mano, y sobre todo si el dueño anterior lo ha cuidado bien, que uno nuevo. Y más aún si con el nuevo te vas a lanzar a un proyecto como éste, porque cualquier vicio oculto al salir del astillero va a dar la cara en países lejanos, donde cualquier dificultad se crece hasta el infinito.

Lamento este abandono casi como si fuera un viaje mío, y les deseo la mejor suerte para el próximo proyecto. A ver qué hacen ahora con ese barcarrón que cuesta, se serie, 690.000 euros (con los añadidos para la vuelta al mundo, mucho más).

Con cuidado, navegantes.


martes, 1 de diciembre de 2020

Se hundió el primer barco con foils.

Hola navegantes.

En la entrada de 12-11-2020 os conté que la Vendée Globe estaban participando veleros con foils, y que ya habían comenzado a romperse. Pues justo aquél del que os hablé, el de Kevin Escoffier, que había tenido una vía de agua, finalmente se ha hundido en los "cuarenta rugientes" (que es como se llama a los mares en la latitud 40 º Sur). Es ese que os conté que antes de ponerse a achicar grabó un vídeo de la inundación, como si fuera algo para tomarse a broma o un espectáculo para sus seguidores en las redes.

Kevin se ha salvado de milagro. Pudo pasar a la balsa salvavidas, y tuvo la suerte de que inmediatamente detrás (a 22 millas) navegaba otro de los participantes en la regata, Jean Le Cam, que le recogió esta madrugada después de una odisea. Llegó a la posición de la balsa, la vio, y bajó a desprecintar el motor para el acercamiento (lo llevan precintado para no hacer trampa en la regata). Al volver a cubierta había perdido de vista la balsa entre las olas, y sólo unas horas después volvió a verla y pudo recuperar a Kevin. La desgracia ha estado cerca, espero que no se consume con otro barco. Y también espero que los organizadores saquen alguna conclusión.

Ahora ese barco que cuesta una suma faraónica descansa en el fondo del Océano Austral, a unas 600 millas al Sudoeste del Cabo de Buena Esperanza. Ya os dije que sólo los foils cuestan 150.000 euros, y el barco de Didac Costa, un bombero español que está participando en la regata, sin foils y de segunda mano, que costó 400.00 euros, es el segundo más barato de la flota. Supongo que los nuevos cuestan algunos millones de euros.

Yo soy claramente contrario a esos "vehículos" (más que "barcos") que navegan fuera del agua, como un avión volando bajo,  y más aún ponerlos a prueba con un ser humano dentro por los mares más arbolados del planeta. Sus precios demenciales contribuyen a mantener una imagen no ya elitista sino absolutamente inaccesible de la vela, muy alejada de la realidad. Un barco como el Corto Maltés se consigue hoy día por unos 6-8.000 euros, y te permite disfrutar del mar como con los millonarios.

En el otro extremo, las vueltas al mundo a nivel humano, no competitivo, contaros que Jon Sanders, el australiano de 81 años del que os hablé en las entradas de 28-2-20 y 26-10-20, ha conseguido finalizarla. Aquí le veis recogiendo muestras para estudiar los microplásticos que contaminan el Océano:

 

Ha sido una vuelta al mundo tranquila en un velero de 10 metros, y que se ha visto interrumpida por la Covid. Aún así consiguió llegar a Bundaberg, su puerto de partida en Australia, a finales de octubre. Me parece que en otra entrada dije que si lo conseguía le aplaudiría hasta con las orejas, y aquí estoy intentándolo.

Con cuidado, navegantes.

domingo, 29 de noviembre de 2020

El Atlántico sin las dos manos.

 Hola navegantes.

Hay algunos que parece que les han bautizado con agua de mar. Les pase lo que les pase, vuelven. Y si no mirad éste:

Howard Blackburn fue un pescador de Terranova que fue sorprendido en 1883 por una niebla helada en una barca de remos, con un compañero. Tenía 24 años. Estuvo 5 días y 5 noches remando, sin comida ni agua, sin guantes, y los tres últimos acompañado del cadáver de su amigo, que falleció de hipotermia en aquella temperatura siberiana. Cualquiera habría aligerado la barca del peso del cadáver, pero Howard lo mantuvo a bordo, cargando por lo tanto con 80 o 90 kg de más, con tal de llevarlo a casa para darle sepultura. Cuando sintió que él también se congelaba, dejó que se le pegaran las manos a los remos en la buena posición para poder seguir remando. Llegó a tierra y salvó la vida, pero perdió todos los dedos de las manos y algunos de los pies y parte de los talones, porque intentó abrigarse las manos con los calcetines y empeoró las cuatro extremidades.


 Con esa experiencia cualquiera habría abandonado el mar. Pues Howard, en 1899, cruzó el Atlántico en solitario en un barco de vela, manejándolo con sus muñones. Entonces sólo dos hombres habían cruzado el Atlántico a vela en solitario, y ambos tenían las dos manos operativas, claro. Howard salió de Massachussett, en EEUU, y llegó a Gloucester, en Inglaterra, 62 días después. 

Le debió parecer insuficiente, y en 1901 volvió a cruzar el Atlántico, esta vez hasta Lisboa, en solitario, en un velero de 25 pies llamado "Great Republic", prácticamente el mismo tamaño que el Corto Maltés, que es de 23 pies, pero sin cabina o con una cabina minúscula:


 Esta vez invirtió 39 días en el viaje. La verdad es que viendo sus muñones en la primera foto lo que yo me pregunto no es cómo manejaba las escotas, sino cómo se bajaba los pantalones o cómo se hacía la comida. El ser humano es increíble.

Y yo que estaba pensando catalogar de héroe a Damien Seguin por participar en la Vendée Globe con un mano, ahora voy me entero de la historia de este tío.

Con cuidado, navegantes.

sábado, 28 de noviembre de 2020

La mejor foto del siglo.

 Hola navegantes.

El concurso Mirabaud Yatch Racing Image que premia la mejor foto náutica del siglo, se ha atribuido a ésta:

 Es el trimarán gigante Fujifilm navegando en 2002 cerca del "agujero del diablo", un paraje donde se forma olas huecas como la de la foto, que hacen como un agujero en el mar.

La foto la tomó Gilles Martin-Raget desde un helicóptero  que seguía la "ruta de los faros", una competición alrededor de los famosos faros del Atlántico franceses, esos que adornan los pósters de los días de tormenta. Y el sitio es el Pasaje de Fromveur, entre la isla de Ouessant y la de Bannec, frente al Finisterre francés. Por allí pasamos con el Corto Maltés en la vuelta a Francia, pero claro, un día en que la meteorología lo permitía, no un día como el de la foto. Es un paso estrecho (como de 1 km) y poco profundo, barrido por las corrientes de marea. Cuando en un paso estrecho el viento se opone a la corriente se forman o bien olas cortas y rompientes, o bien olas piramidales que no rompen en línea pero se elevan y un instante después se engullen ellas mismas formando esos agujeros. Las dos son peligrosísimas, aunque nunca las he visto como la de la foto.

Una de las principales responsabilidades cuando se navega con un barco pequeño es estudiar bien la meteorología, precisamente para no verte en situaciones como la de la foto. El Fujifilm pudo salir airoso, pero el Corto Maltés habría hecho un schuss precioso hacia el centro de la ola, y se habría quedado allí, en el fondo, para el descanso eterno.

Con cuidado, navegantes.

viernes, 27 de noviembre de 2020

El Atlántico en windsurf.

 Hola navegantes.

Lo habéis leído bien, el francés Christian Marty en 1981 (con 36 años) cruzó el Atlántico en una tabla de windsurf, uniendo el continente africano y el americano en 37 días.

Christian había conseguido ya algunos récords en ese mismo deporte en las Antillas y entre el continente y la isla de Córcega, y se propuso lo que parecía imposible. 


Lógicamente tuvo que hacer algunas adaptaciones a la tabla, que ya de por sí era un  modelo especialmente concebido para ese intento. Era de 3,5 metros de eslora y 0,75 de manga y pesaba 20 kg. Como la mayoría del recorrido iba a ser de empopada, el rumbo más difícil por el equilibrio en las olas y por no poder "colgarse" de la vela sino tener que sujetarla a pulso, planificó hacer la travesía sentado. Para ello se fabricó una especie de cojín de cuero que llevaba colgado del chaleco, y tuvo que diseñar un segundo wishbone (la botavara de las velas de wind) para poder alcanzarlo desde la posición sentada. El segundo wishbone se hacía firme al principal:

Aunque llevaba un barco nodriza de acompañamiento para transportarle la comida, su propósito era hacer toda la travesía sin abandonar la tabla. Para ello diseñó un inflable que rodeaba la tabla por la noche, y donde tendía un colchón y un saco de dormir estanco:

En ese habitáculo dormía, comía, se duchaba y hacía sus necesidades. Además por la noche sustituía el palo de la vela por un pequeño mástil con un reflector radar y unos bastoncillos luminosos (para que no le perdiera de vista el barco nodriza) así como una reserva de flotabilidad (o sea, otro inflable en la punta) para que en caso de vuelco la tabla no se quedara boca abajo.

El color del fondo lo eligió azul-verdoso para no atraer a los cetáceos, porque ya comenté en otra entrada que si la obra viva de un barco se pinta de blanco, vista desde más abajo por una ballena puede confundirla con un congénere y venir a "jugar". 

En el barco nodriza llevaba un arsenal de repuestos: 30 velas de distintas superficies (desde 2,8 a 9 metros cuadrados) varios palos y wishbones, 8 sacos de dormir para sustituir a los que se mojasen (se fabricaron especiales, con cierre de velcro en vez de cremallera, para poder abrirlos de un golpe si la tabla se volcaba mientras dormía, lo que le ocurrió varias veces), 40 "sacos-pipí" (pequeñas bolsas con una cápsula absorbente para orinar sin salir del saco), y por supuesto la comida y el agua para la travesía, contando la de Christian y la de los 6 miembros de la tripulación del barco nodriza.

También llevaba unas orzas especialmente lastradas para pasar la noche. No navegaba con ellas y las ponía sólo para dormir. Eran de fibra, de 1,5 metros de largo y 6 Kg de lastre de plomo en el extremo. A pesar de este equilibrio adicional, las primeras noches no paraba de volcar y tuvieron que mejorar la estabilidad de la tabla añadiendo unas defensas inflables del barco nodriza en cada banda. 

Christian llevaba siempre una mochila con material de supervivencia, por si acaso el barco le perdía de vista y se quedaba abandonado en mitad del Océano: botiquín y aseo, bengalas, destilador de agua de mar, líneas de pesca, una especie de cometa para aumentar su velocidad si le faltaba la vela, y un walkie-talkie. De todas formas los walkie-talkies se estropearon a mitad de la travesía y perdieron esta forma de contacto, haciendo aún más peligroso cualquier despiste. 

El barco nodriza, aunque imprescindible en este caso, fue una fuente de problemas. Era un velero de 22 metros de eslora con 6 tripulantes, especialmente preparado para este desafío. En la primera salida, desde Dakar, tuvo una avería en el timón que les obligó a regresar a solucionarlo, con lo que la primera etapa de la travesía se repitió dos veces. En muchas ocasiones la tabla de windsurf, que es veloz como un dardo (a veces, 20 nudos) navegaba más deprisa que el velero, y se tenía que parar a esperarles y que no le perdieran de vista en mitad del Océano. Sorprendentemente en la tabla no llevaba una brújula, y cuando se adelantaba la única forma que tenía Christian de no salirse del rumbo marcado era calculando a ojo su ángulo con las olas, como veis algo muy poco científico pero que sirvió. Si no hubiera afinado podría haberse salido del rumbo del velero, y que luego no se hubieran reencontrado.

 Por la noche el barco hacía pasadas en zig-zag cruzando la deriva de la tabla para no perderla de vista, y algunas noches la abordaron, provocando su vuelco. También se echaron a perder, por distintos motivos, las dos zodiac que llevaban para traspasar el equipo del barco nodriza a la tabla.

El momento más peligroso de la travesía fue cuando una noche la tabla volcó, el saco de dormir se separó de ella, y Christian fue a recuperarlo a nado. Otra ola enderezó la tabla, y al recibir de nuevo el viento se puso a derivar más deprisa de lo que él nadaba. Llegó a estar a más de 200 metros de ella a pesar de sus esfuerzos, y fue recuperado por casualidad. Los del velero no vieron el vuelco, y como se enderezó sola, al volver a ver sus luces no se imaginaron lo que había pasado en ese corto intervalo. Creyeron que todo seguía normal y no hicieron nada para acercarse. La casualidad quiso que uno de los bordos en zig-zag se acercaran al náufrago, que a gritos consiguió que se fijaran en él.

Finalmente llegó a Kourou, en la Guyana Francesa, tras 37 días sin abandonar la tabla.

Christian era piloto de profesión, y por desgracia falleció en un accidente de un avión Concorde, que pilotaba, a los 54 años.

 Con cuidado, navegantes.

 

jueves, 26 de noviembre de 2020

El manco se clavó la navaja.

 Hola navegantes.

En las entradas del 4-6-20 y 9-11-20 os hablé de Damien Seguin, el navegante francés que nació sin la mano izquierda y ha conseguido llegar a participar en igualdad de condiciones en la Vendée Globe, la vuelta al mundo a vela en solitario, e incluso en algunas etapas ir en primera posición.

Pues ha tenido un accidente a bordo y se ha clavado la navaja en el brazo izquierdo, el malo, porque lógicamente la navaja la llevaba en la derecha. Él mismo pudo contactar por radio con el servicio médico y coserse la brecha con puntos de steri-strepp, como podéis ver en este vídeo:

Clic aquí.

Aparte del mérito que tiene, me sigue llamando la atención esa necesidad obsesiva de filmarlo todo. Me supongo que es una concesión a sus espónsores, para aumentar las visitas a sus redes sociales. Si no pasa nada a bordo el público se aburre. Pero a mí me da pena por ellos, que más que navegantes los han transformado en youtubers.


Este hombre no para de sorprendernos mientras se come los meridianos. Aquí le veis en otra regata subiendo al palo para arreglar una polea. Muchos navegantes no son capaces de hacerlo con las dos manos, y él lo hace con una sola y sin adaptarse un garfio u otro tipo de prótesis para poder ayudarse algo con la izquierda:

Clic aquí.

Por otra parte, siguen rompiéndose los foils. Ahora le ha tocado a  Thomas Ruyant, en el barco LinkedOut, que ha roto el foil de babor cuando se encontraba en segunda posición y tendrá que acabar la vuelta al mundo sin él. Esperemos que la cosa no empeore con una vía de agua.

Con cuidado, navegantes.


miércoles, 18 de noviembre de 2020

Una casita en primera línea del mar...

 ... a lo mejor no es tan buena idea, por lo menos en la costa del Atlántico. Fijaos cómo llega el mar a Saint-Malo en cuanto hay una marea de coeficiente cercano a 100 y un poco de mar de fondo (no se trata de un temporal, es el oleaje normal de hace 2 días). Creo que los pisos de las primeras casas deben parecer una sucursal del infierno. Juzgad vosotros mismos y pensad en intentar conciliar el sueño allí dentro:

Clic aquí.

Obviamente en bajamar y con buen tiempo las casitas sí que lo valen, con estas vistas:


Viendo el vídeo parece mentira que en la vuelta a Francia nosotros estuviéramos tan tranquilos en esa misma escollera de estacas (las plantan allí para frenar la fuerza de las olas) paseando por una arena que en el vídeo está varios metros debajo de la superficie.

Con cuidado, navegantes.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Reforzar un candelero.

Hola navegantes.

En la navegación de este verano a las Rías Altas, un "voluntario" nos terminó de romper la base de uno de los candeleros de estribor. Fue en el puertecito de Tapia de Casariego y os lo conté en la entrada del 1-8-2020. Aunque no te guste, en la navegación acabas siendo un navaja suiza, y ya entonces había hecho una reparación provisional. Lo sellé todo desde fuera con masilla epoxi y añadí un orificio de drenaje en la regala, para que el agua no se estancara justo allí, donde hacía un charco. Quedó en la lista de lo pendiente a la espera de la reparación definitiva.

 Todos los candeleros son importantes, pero especialmente ese, que es del que cuelgo los puntales cuando voy a navegar por zonas donde tendré que varar. De ahí la preocupación por tenerlo fragilizado, y encima filtrando agua.

Ahora en Santander he tenido el tiempo para solucionarlo. Después de despegar el eskay del interior de la camareta, en la siguiente foto podéis ver, por dentro (en el techo del baño) la rotura de la fibra y las grietas por donde se colaba el agua de la lluvia.

Lo primero fue sanearlo todo y llenar bien todas las fisuras con masilla epoxi:


 Después encargar un chapón de acero inoxidable de 2 mm de espesor, que permitiera transmitir los esfuerzos del candelero, en vez de a la base de fibra, a dos de los tornillos que sujetan el raíl del escotero del génova, que son pasantes y tienen sus tuercas a unos 15 cm del tornillo del candelero.

Finalmente llenar todo el lecho entre el chapón y la fibra con masilla epoxi, y apretar. Ahora ha quedado el candelero tan impermeable y mucho más duro que los demás, en una reparación hecha toda desde dentro. Por fuera no se va a notar cuando le quite los pegotes.

Para rematarlo, ya que había tenido que hacer una ventana en el revestimiento de eskay, lo he tapado con una madera sujeta con los otros tornillos del raíl del escotero, que además, prolongada hacia popa, me ha creado una pequeña repisa para colgar el papel y colocar pequeños objetos del baño. Lo que se entiende por matar dos pájaros de un tiro.


 Con cuidado, navegantes.