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lunes, 5 de noviembre de 2018

Dibufirma de las Islas Glénan.

Hola navegantes.

Después de Le Palais fuimos al Río Etel y a la Isla de Groix, y a continuación a las Islas Glénan, las de la famosa escuela de vela.  No siempre salen las cosas como deseas y esta vez no pudimos desembarcar.
Es un archipiélado sembrado de islotes y escollos, y fuimos al fondeadero de la Isla de San Nicolás, la única habitada, que tiene entre 1 y 1,5 metros de calado. No estaba protegido del viento, que era del Noroeste y parecía venir directamente del Polo, pero sí del oleaje, que era del mismo sector pero nos llegaba amortiguado por las rocas.

Desde allí veíamos un muelle de desembarco muy tentador, y estuvimos pensando ir con el Corto Maltés, visitar la isla, y luego volver al fondeo. Pero fue providencial que no lo utilizáramos, porque ya desde mitad de la marea vaciante se quedó en seco. Al poco rato entró en el fondeadero un velero Oceanis enorme y sus dos ocupantes echaron una Zodiac al agua. Cuando estábamos a punto de pedirles que nos desembarcaran vimos que echaban a la Zodiac unas nasas de pesca y las esparcían en torno al barco. Dudamos si era una actividad legal en ese sitio protegido, pero estuvo claro que no iban a desembarcar y después de colocar las nasas volvieron al velero. Más tarde hicimos gestos a una Zodiac que se dirigía al muelle y se acercaron. A bordo iban dos parejas y les preguntamos si había alguna posibilidad de que alguien nos desembarcara. En esos sitios tan inaccesibles a veces los mismos restaurantes tienen un botero que te hace el tránsito si vas a comer o a cenar en su establecimiento. Pero no era el caso, y las dos parejas de la Zodiac tampoco se ofrecieron a llevarnos. Y finalmente, la alternativa de dirigirnos al muelle en nuestro anexo de juguete, que apenas tiene flotabilidad para Ana y para mí (120 kg. entre los dos) y que posiblemente fuera insuficiente para los dos que íbamos a bordo, estorbándonos para remar, contra aquel viento helador de fuerza 5, entre las olas, y con la posibilidad de que se hiciera de noche para la vuelta, nos pareció ya muy arriesgada. Nos acordamos del refrán de que la prudencia ayuda a la suerte, y nos resignamos a no desembarcar y conocer el archipiélago sólo desde el mar.



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