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miércoles, 14 de noviembre de 2018

Dibufirma de L’Aber-Wrac’h.

Hola navegantes.

Se acabó lo bueno y tuve que despedirme de Ana en Brest. Seguí la vuelta a Francia con mi amigo Daniel Tribaldos, que me acompañaría hasta Cherburgo. Y el primer día, para estrenarse, tuvimos que pasar el Canal du Four, el estrecho entre la isla de Ouessant, que marca el final de Francia por el Oeste, y el Continente. Literalmente significa "Canal del Horno", lo que da idea de cómo entra allí el agua en ebullición, especialmente cuando se enfrentan el viento contra la corriente.

Se producen en él corrientes de hasta 7 nudos y mares desordenados. En la bibliografía náutica se encuentran descripciones como “campo de minas”, “terrible calzada”, temible raz”, “paso malsano”, etc., lo que da idea de la imagen que tienen los bretones de ese rincón. No hay que afrontarlo contra la corriente por la imposibilidad de contrarrestar su fuerza, ni en la situación de viento contra corriente porque se forman rompientes, ni con mala visibilidad por la cantidad de escollos. Por las descripciones que hacen parecería que es más fácil congelarse el infierno que salir con vida de ese paso, y allí la gente se despide diciendo "con cuidado".
 
Bueno, pues con el Finisterre francés nos pasó como con el español en la vuelta a España: tanto temor y prevenciones y no fue nada. A eso de las 12 h. ya estábamos fuera del Canal du Four y anoté en el cuaderno de bitácora: “ya hemos pasado Le Four, sin problema ninguno”. Podría escribirlo con más teatro para darnos importancia, pero, sinceramente, fue todo fácil y rodado. Eso sí, habíamos elegido la hora y las condiciones de paso para tenerlo todo a favor, y llevaba anotadas las coordenadas de 3 sitios de refugio posibles por si algo se torcía.

Acabamos la etapa en el puerto de L’Aber-Wrac’h, nuestro destino más optimista para ese día, después de hacernos 44 millas en 10 horas. Está en el interior de una ría de esas que parecen un puzzle desordenado de arrecifes, rocas y escollos, pero todos estaban bien balizados y casi era divertido. Eso sí, con niebla debe ser muy arriesgado.

Al saltar al pantalán le preguntamos al patrón de otro velero qué se podía ver en L’Aber-Wrac’h esa tarde. Después de pensarlo mucho y consultarlo con su hija nos dijo que no se le ocurría nada, que eso era un puebluco. Ya os habréis imaginado que nos acostamos temprano.



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